COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires –
ciclo 2012)
01 de julio de 2012 – 13º domingo durante el año
Evangelio según San Marcos 5,21-43. (ciclo B)
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se
reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los
jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,
rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las
manos, para que se cure y viva". Jesús fue con él y lo seguía una gran
multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba allí una mujer que
desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en
manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al
contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le
acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba:
"Con sólo tocar su manto quedaré sanada". Inmediatamente cesó la
hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal. Jesús
se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y,
dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?". Sus
discípulos le dijeron: "Ves que la gente te aprieta por todas partes y
preguntas ¿quién te ha tocado?". Pero él seguía mirando a su alrededor,
para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando,
porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le
confesó toda la verdad. Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en
paz, y queda sanada de tu enfermedad". Todavía estaba hablando, cuando
llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu
hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?". Pero Jesús,
sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas,
basta que creas". Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro,
Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la
sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar,
les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que
duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando
consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró
donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa:
"¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!". En seguida la niña, que ya tenía doce
años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de
asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo
sucedido. Después dijo que le dieran de comer.
Somos para la vida .
Es un tema principal y fundamental: la muerte y la vida. Algo que toda
persona lo piensa, pero que muchas veces no lo quieren tener en cuenta. A
veces dicen que la vida de uno es para siempre, o que la vida de uno en
esta tierra es absoluta y total, que de alguna forma a uno no le va a pasar o
que le va a pasar mucho más adelante. Sin embargo uno tiene que vivir, de
alguna manera, con mayor amplitud y estos son los temas fundamentales.
En el misterio de la vida y en el misterio de la muerte, la muerte es
iluminada por el misterio de la vida por la fe que uno tiene de Dios. Y
cuando uno mira de esta forma, se da cuenta que el ser humano tiene en el
alma y en el corazón, un sentido de trascendencia y un sentido de absoluto.
Lo que dice la Iglesia, y lo que el Señor mismo nos enseña, es que fuimos
creados por Dios Padre, redimidos por Dios Hijo y santificados por el
Espíritu Santo. Esto significa que nuestra vida es inmortal, que ya tenemos
en nuestro interior, en nuestra naturaleza humana, la gracia de Dios que
son los vestigios de aquello que no termina, que no concluye, que no acaba,
que no tiene ocaso ni fin, es la vida eterna.
Por esta afirmación se llega a la otra certeza: Cristo venció al pecado y
venció a la muerte; Él mismo resucitó. Y si Él resucitó, también nosotros
vamos a resucitar con Él. “Yo soy el camino, la verdad y la vida, el que cree
en mí aunque hubiera muerto vivirá.”
Pidamos al Señor que nos ayude a pensar muy seriamente en lo que es la
fe en el Señor. Que para mostrarnos esta realidad, hizo estos milagros que
leemos en el Evangelio a algunas personas -en el caso de la hija de Jairo o
en el de Lázaro, hermano de Marta y María; y así con otros más- que el
Señor resucitó, rescató de la muerte y los devolvió a la vida. Así mismo a
todos nosotros Dios nos rescata de la muerte y nos devuelve a la vida
eterna, que no tiene fin.
¡Qué consuelo, qué serenidad, qué alegría! Pero no es simplemente decir
“me quedo tranquilo porque voy a estar allá”, no. La fe es para creer en la
vida, la esperanza es para alcanzarla y el amor es para gozarla. Por ello
pidamos al Señor vivir en la fe, la esperanza y el amor; las tres virtudes
teologales que son esenciales para nuestra vida.
Queridos hermanos, que Dios nos toque y seamos realmente sanados para
darnos cuenta que somos para la vida.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén