XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Pautas para la homilia
Y no pudo hacer allí ningún milagro
En Nazaret, los paisanos de Jesús creían conocerle porque conocían a su familia y
sabían que era el hijo del carpintero. Pero no le conocían. Habían oído hablar de sus
poderes especiales, de sus milagros, de su magisterio, pero, porque conocían a su
familia y la pobreza y no importancia de sus “progenitores”, no podían creerle.
Curiosamente y por una excepción, esta vez no son los fariseos, saduceos y
sacerdotes los que se oponen a Jesús.
Jesús extiende esta conducta de sus paisanos y la aplica a lo que ha sucedido y
sucede con todos los profetas en su propia tierra, entre sus parientes y en su
misma familia.
“Y se extra de su falta de fe”
Jesús se extraaba de su falta de fe. “Si no me creéis a mí, creed a las obras”, a los
milagros, a los signos inequívocos que hablan de mi identidad. “Jesús se admiraba
de su incredulidad”. Le creían y le seguían mujeres sencillas, pescadores sin otra
formación por encima de la de su profesión, muchos hombres y mujeres enfermos y
otros muchos que, en medio de su vida bastante inhumana, encontraron signos
liberadores, gestos de curación y palabras con la mejor de las noticias. Pero,
quienes tenían obligación –por cercanía y paisanaje- de conocerle, admirarle y
seguirle, no lo hicieron. Y a Jesús “le parecía imposible que no le creyeran”. Porque
no podía hacer más de lo que estaba haciendo.
A mí me impresiona algo previo pero conectado con lo que está pasando en ese
momento. Jesús, María y José vivieron codo con codo con los que hoy rechazan al
Maestro. ¿Y nadie se dio cuenta de nada? Es bastante probable que Jesús fuera a
sus casas a trabajar en quehaceres propios de su oficio, y ¿no notaron nada
especial? María que, por lo que sabemos, era, humanamente hablando, una mujer
normal, tuvo que tratar con sus vecinas y no tan vecinas, y ¿nadie notó algo que
les hiciera pensar que no era una más, que no era exactamente como las demás?
Hoy se suele comentar, que a un cura, fraile o monja, por más “de seglares” que se
vistan, se les conoce normalmente a distancia. ¿Y qué pasaba con Jesús, con María
y con José, aunque vistieran también “de seglares”? En nuestra mentalidad nos
cuesta entender que no se distinguieran en nada al hablar, al trabajar, al rezar.
¿Los que entraron en su casa, tampoco notaron nada en absoluto que los
distinguiera de los demás?
Son sólo preguntas, pero no me extraña que Jesús se admirara de su incredulidad.
Aunque bien pensadas las cosas y guardando las distancias debidas, ¿no nos
podrían hacer hoy preguntas similares a los seguidores de Jesús? Con el agravante
de que, en nuestro caso, y a diferencia del de Jesús, pudiéramos ser nosotros los
que no mostrásemos gestos para que nos distinguieran. Quede ahí el verbo en
condicional para que, sin herir susceptibilidades, nos sirva de reflexión.
“No pudo hacer allí ningún milagro”
“Slo cur a algunos enfermos”, como saldos o rebajas, no auténticas obras de
Jesús como las que estaba llevando a cabo en Cafarnaún y por los caminos de
Galilea. No podían creer, ¿qué títulos ostentaba para que lo hicieran o en qué
escuela de rabinos se había formado?
Da la impresión de que los nazaretanos conocían demasiado bien la doctrina de los
fariseos y escribas de su tiempo, y, en el caso de Jesús, la siguieron a pies juntillas.
Un judío que se preciara de serlo no podía esperar sorprenderse de Dios. Creían
conocerle demasiado bien para llegar a ese extremo. En todo caso, creían poder
sorprender a Dios por el inequívoco y escrupuloso cumplimiento de la Ley en todos
sus detalles. Y ahí estuvo la raíz de su equivocación.
Dios nos sorprende continuamente y, al mismo tiempo, respeta nuestra libertad. Si
cerramos la puerta de nuestra persona por dentro, no esperemos que él la abra
desde fuera. Quizá nos parezca excesivo, pero así es de respetuoso. “Mis caminos
no son vuestros caminos y mis planes no son vuestros planes”. Nosotros haríamos
las cosas, mejorando, pensamos, lo que Dios hace. Y ese no es el camino, como en
el caso de los paisanos de Jesús. Los esquemas y los métodos sólo funcionan entre
nosotros, los humanos. Dios no está encasillado en esquema alguno, nos sorprende
siempre y con esa sorpresa tenemos que contar.
Y, como no tenían fe y no se dejaron sorprender, no pudo hacer ningún milagro,
sólo unas curaciones.
“Y desconfiaban de él"”
Como Jesús no respondía a sus expectativas “desconfiaban de él”. Fue uno de sus
sinos. Su nacimiento provocó desconfianza y hasta miedo y prevención. Al final, su
muerte en una cruz, fue para otros la señal de la veracidad de aquella
desconfianza. Entre su nacimiento y su muerte, muchos desconfiaron de él, le
tendieron trampas y no pararon hasta que acabaron con él.
Pero, hubo también gestos auténticos y de la mayor confianza con Jesús. Al lado
de éstos, la actitud de las gentes de Nazaret significa poco. Y es la confianza, la
lealtad y la amistad con Jesús lo que debemos resaltar. Y no sólo resaltar sino
imitar, de forma distinta a la amistad de Lázaro, Marta y María; distinta también de
la de Nicodemo, María Magdalena y los discípulos. Ellos estaban con él; su
presencia ahora es real, pero distinta. Nuestra confianza se basa en nuestra
condición de hijos de Dios. Y ser hijos de Dios no consiste en vivir asustados y
atemorizados por el Omnipotente Dios, sino obsesionados más bien por su
benevolencia y misericordia, que nos permite confiar, siempre moderadamente, en
nosotros, y extender esta misma confianza a los demás.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino