XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: 2Cro 8.7.9.13-15:
“Siendo rico, se hizo pobre por ustedes para que ustedes se hagan
ricos con su pobreza”
La segunda lectura nos dice que Cristo, siendo rico, se hizo pobre por
nosotros, para que nos hiciéramos ricos por medio de su pobreza (cf. 2 Co 8, 9); se
hizo hombre en el seno de la Virgen María, sierva, tienda, casa y palacio del Hijo
del hombre (cf. Fuentes Franciscanas, 259). Según san Pablo, él, Hijo de Dios,
abrazó la condición humana como una condición de pobreza, y en esta condición
humana siguió una vida de pobreza.
El nacimiento de Jesús fue el de un pobre, como indica el establo donde
nació y el pesebre donde lo puso su madre. Durante treinta años vivió en una
familia en la que José se ganaba el pan diario con su trabajo de carpintero, trabajo
que después él mismo compartió (cf. Mt 13, 55; Mc 6, 3). En su vida pública pudo
decir de sí: “El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 58), para
indicar su entrega total a la misión mesiánica en condiciones de pobreza. Y murió
como esclavo y pobre, despojado literalmente de todo, en la cruz. Había elegido ser
pobre hasta el fondo. Cristo, el Hijo de Santa María, «siendo rico, se hizo pobre por
ustedes para que ustedes se hicieran ricos con su pobreza» (2ª lectura). Él se abajó
para elevar consigo nuevamente a su criatura humana de su miseria humana, para
hacerla partícipe nuevamente de la naturaleza divina (ver 2Pe 1,4). He allí la
respuesta de Dios ante el pecado de su criatura humana.
El Señor Jesús, el Hijo del Padre, se conmueve profundamente ante el
sufrimiento humano. Por ello se hizo servidor de todos (ver Mc 10,45) y “pas [por
el mundo] haciendo el bien” (He10, 31). No slo toc y se dej tocar por los
enfermos que en Él buscaban la salud y el perdn de Dios, sino que Él mismo “tom
nuestras flaquezas y carg con nuestras enfermedades” (Mt 8,17), siendo inocente
se hizo pecado por nosotros a fin de curar nuestras heridas, perdonar nuestros
pecados y reconciliarnos con el Padre (ver 2Cor 5,21). En efecto, “Él ha sido herido
por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos
trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados” (Is 53,5).
No solamente podemos pensar, por tanto, en una pobreza material, la
pobreza espiritual es igualmente grave, que consiste en la carencia, no de medios
materiales, sino de un alimento espiritual, de una respuesta a las cuestiones
esenciales, de una esperanza para la propia existencia. Esta pobreza que afecta al
espíritu provoca gravísimos sufrimientos. Tenemos ante nuestros ojos las
consecuencias, frecuentemente trágicas, de una vida vacía de sentido. Tal forma de
miseria se manifiesta sobre todo en los ambientes donde el hombre vive en el
bienestar, materialmente satisfecho, pero espiritualmente desprovisto de
orientacin. Se confirma la palabra del Seor en el desierto: “No slo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). En lo íntimo de
su corazón, el ser humano pide sentido y pide amor. Por tanto, lo que consume al
hombre es el hambre de Dios: sin el consuelo que proviene de Él, el ser humano se
encuentra abandonado a sí mismo, necesitado porque falto de la fuente de una vida
auténtica.
Benedicto XVI identificó la ausencia de Dios, como la pobreza, el problema
más dramático que asila y debilita la cultura moderna; y cada uno de nosotros
podemos hacer mucho para que el hombree abra su corazón a Aquel que se hizo
pobre para que nosotros nos hiciéramos ricos con su pobreza, nos cada uno de
nosotros nos podemos, pues, convertir en camino para que nuestros hermanos
vuelvan a Él: Dios es caridad y la caridad de la Iglesia es un testimonio
irrenunciable para ayudar al hombre de hoy a conocer, encontrar y amar a Dios,
que es amor: se trata de que todos nos involucremos en el rpoceso de
evangelización de nuestra parroquia. Nuestra caridad debe ser camino mediante la
cual el hombre puede conocer quién es Dios, y salga de su pobreza.
Dios está con nosotros: se ha hecho Noticia viva, víctima propiciatoria por
nuestros pecados, y siendo rico se hizo pobre por amor nuestro para que fuésemos
ricos por su pobreza (Cfr. 2 Cor. 8, 9). Y esta cercanía amorosa, esta comunión de
Dios con nosotros, alcanza su íntima y maravillosa plenitud cuando Cristo mismo se
hace comida y bebida, para que tengamos la vida de los que vivirán para siempre
(Cfr. Jn. 6, 58-59). Es el culmen de la bondad de Dios para el hombre, que con
derecho puede decir: “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mi” (Gál. 2, 20).
Que la Virgen santísima nos enseña, sobre todo, que el Señor, siendo rico se
hizo pobre por amor, y nos pide a cada uno de sus discípulos. que nosotros
mismos, nos convirtamos en don, que enriquezca la pobreza de nuestros hermanos,
que viven sin Dios, sin amor, sin esperanza..
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)