Domingo XIV Ordinario del ciclo B.
Jesús nos envía a predicar el Evangelio y a manifestarle al mundo la
existencia de Dios a través de las obras que realizamos.
1. Meditación de la primera lectura (EZ. 2, 1-7).
Nota: Aunque el texto correspondiente a la primera lectura es el de EZ. 2, 2-5, he
incluido en esta meditación los versículos 1, 6-7, ya que los mismos aclaran el
mensaje que nos transmite su autor, y sirven para explicitar el contenido de la
segunda lectura y el Evangelio.
"Me dijo: Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y hablaré contigo. Y luego que
me habló, entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me
hablaba. Y me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a gentes
rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí
hasta este mismo día. Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido
corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no
escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta
entre ellos. Y tú, hijo de hombre, no les temas, ni tengas miedo de sus palabras,
aunque te hallas entre zarzas y espinos, y moras con escorpiones; no tengas miedo
de sus palabras, ni temas delante de ellos, porque son casa rebelde. Les hablarás,
pues, mis palabras, escuchen o dejen de escuchar; porque son muy rebeldes" (EZ.
2, 1-7).
¿Quién fue el profeta Ezequiel?
Ezequiel fue un sacerdote y profeta que fue exiliado a Babilonia con el Rey
Joaquín el año 597 antes de Cristo, once años antes de que aconteciera la
destrucción de Jerusalén, y realizó su labor entre los cautivos, durante veintidós
años. Ezequiel obedeció a Dios llevando a cabo la misión que le fue encomendada
con admirable fidelidad, pronunciando duras reprensiones contra quienes no se
amoldaban al cumplimiento de la voluntad de Yahveh, y consolando a los exiliados,
para evitar que llegaran a creer que el único Dios verdadero, los había
desamparado.
El libro de Ezequiel se caracteriza por una gran riqueza simbólica. A modo de
ejemplo, cuando falleció la mujer del citado Profeta, le fue prohibida a Ezeqquiel la
expresión de su dolor, para que así les demostrara a sus hermanos de raza, la gran
calamidad que iban a padecer, y cómo debían soportar la misma estoicamente.
"Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, he aquí que yo te quito
de golpe el deleite de tus ojos; no endeches, ni llores, ni corran tus lágrimas.
Reprime el suspirar, no hagas luto de mortuorios; ata tu turbante sobre ti, y pon
tus zapatos en tus pies, y no te cubras con rebozo, ni comas pan de enlutados.
Hablé al pueblo por la mañana, y a la tarde murió mi mujer; y a la mañana hice
como me fue mandado. Y me dijo el pueblo: ¿No nos enseñarás qué significan para
nosotros estas cosas que haces? Y yo les dije: La palabra de Jehová vino a mí,
diciendo: Di a la casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo profano
mi santuario, la gloria de vuestro poderío, el deseo de vuestros ojos y el deleite de
vuestra alma; y vuestros hijos y vuestras hijas que dejasteis caerán a espada. Y
haréis de la manera que yo hice; no os cubriréis con rebozo, ni comeréis pan de
hombres en luto. Vuestros turbantes estarán sobre vuestras cabezas, y vuestros
zapatos en vuestros pies; no endecharéis ni lloraréis, sino que os consumiréis a
causa de vuestras maldades, y gemiréis unos con otros. Ezequiel, pues, os será por
señal; según todas las cosas que él hizo, haréis; cuando esto ocurra, entonces
sabréis que yo soy Jehová el Señor" (EZ. 24, 15-24).
En la Biblia se nos narran las experiencias de quienes tenían valor para denunciar
las obras impropias de creyentes en Dios de quienes decían aceptar a Yahveh,
aunque su conducta los desmentía. A modo de ejemplos, recordemos la oposición
que sufrieron Jeremías, Jesús y San Pablo, quienes llegaron a ser torturados, por
no renunciar a la realización de la misión, que les fue encomendada, por Nuestro
Santo Padre.
En el fragmento bíblico de la profecía de Ezeqquiel que estamos considerando
(EZ. 2, 1-7), el citado predicador recibió la orden de escuchar la instrucción divina
de pie, -e incluso el Espíritu Santo lo afirmó sobre sus pies-, lo cual significaba que
tenía que mostrarse dispuesto a actuar exactamente del modo que le fue indicado,
y en el tiempo que debiera hacerlo. Ello nos recuerda la disponibilidad que debemos
tener para cumplir la voluntad del Dios Uno y Trino, independientemente de que
seamos religiosos o laicos. Dios se nos da sin tacañería, y, al mismo tiempo, nos
pide que hagamos lo propio para con El, a la hora de servirlo en nuestros prójimos
los hombres, que tienen carencias espirituales y materiales.
Antes de iniciar a llevar a cabo la misión que Yahveh le encomendó, Ezequiel
recibió una detallada descripción de la conducta de la gente a la que tenía que
predicarle la Palabra de Dios. Este hecho me recuerda la necesidad que tenemos los
predicadores de conocer el ambiente en que tenemos que trabajar antes de iniciar
nuestra actividad, para evitar problemas, y, sobre todo, que se nos debilite la fe,
hasta perderla totalmente. La Palabra de Dios es, -a pesar de la antigüedad
característica de la Biblia-, una novedad, porque es desconocida, y además es
tenida como una ideología opresora, e insuficiente, para ayudarnos a encontrar la
felicidad, que tanto deseamos tener.
Los israelitas no solo tenían con respecto a la aceptación de la Palabra de Dios la
rebeldía natural de quienes le tienen miedo a lo que desconocen, pues se habían
revelado abiertamente contra su Creador. Este hecho hacía muy hostil la realización
de la misión que Ezequiel cumplió cabalmente, y nos hace cuestionarnos, con
respecto a la resistencia que nos caracteriza, a la hora de mantenernos profesando
nuestra fe cristiana, cuando nos sentimos solos, porque nos falta el apoyo de
hermanos en la fe, que nos sostengan, cuando se nos debilite dicha virtud teologal.
Si los israelitas se negaban a escuchar el mensaje que les fue predicado por
Ezequiel, no recibirían el anuncio profético en vano, pues nunca podrían olvidar,
que Yahveh suscitó un Profeta entre ellos, para recordarles su designio divino. De
igual manera, quienes predican la Palabra de Dios actualmente, y son tendentes a
desanimarse, porque no le ven utilidad a la labor que realizan, deben tener
presente que, precisamente, la realización de su actividad evangelizadora, no
puede pasar desapercibidamente ante el mundo no creyente. Recordemos que
nosotros no somos quienes debemos cosechar el fruto de nuestra labor
evangelizadora, porque ello le corresponde exclusivamente a Dios, ya que nadie
conoce nuestro interior, como lo hace Nuestro Padre común. Pensemos que no nos
predicamos a nosotros mismos, ni debemos buscar el aplauso de los hombres, por
consiguiente, propongámonos seguir sembrando el conocimiento divino, en los
corazones de quienes acojan nuestro mensaje, el cual no es nuestro, pues es del
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
"Y tú, hijo de hombre, no les temas, ni tengas miedo de sus palabras, aunque te
hallas entre zarzas y espinos, y moras con escorpiones; no tengas miedo de sus
palabras, ni temas delante de ellos, porque son casa rebelde. Les hablarás, pues,
mis palabras, escuchen o dejen de escuchar; porque son muy rebeldes" (EZ. 2, 6-
7).
Aunque Ezequiel estaba acosado por grandes peligros, precisamente, porque la
mayoría de sus oyentes eran muy rebeldes, no debía tener miedo. ¿Cómo podría
Ezequiel no tenerle miedo a la rebeldía e incomprensión humanas, las cuales hacían
que viviera temiendo por sí mismo? ¿Cómo podremos predicar el Evangelio en un
entorno que nos sea hostil? ¿Cómo podrán vencer el desánimo los catequistas que
sufren porque no notan cambios importantes en la vida de los niños y adolescentes
a quienes les predican la Palabra de Dios, que indiquen que los tales son felices
profesando la fe que intentan inculcarles?
¿Cómo podemos predicar el Evangelio cuando sabemos que no se nos escucha?
En el texto que estamos considerando, se nos dice que, aunque no se nos escuche,
que seamos persistentes, porque no somos nosotros quienes recogemos el fruto de
nuestra siembra.
2. Meditación del Salmo 122/123.
"A ti alcé mis ojos,
A ti que habitas en los cielos.
He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores,
Y como los ojos de la sierva a la mano de su señora,
Así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios,
Hasta que tenga misericordia de nosotros.
Ten misericordia de nosotros, oh Jehová, ten misericordia de nosotros,
Porque estamos muy hastiados de menosprecio.
Hastiada está nuestra alma
Del escarnio de los que están en holgura,
Y del menosprecio de los soberbios" (SAL. 123, 1-4).
El Salmista elevó sus ojos al cielo, buscando a Dios, por medio de la práctica de
la oración. Nuestro Santo Padre se nos revela por medio de nuestras experiencias
vitales, la naturaleza, la gente con que nos relacionamos, la Biblia, los documentos
de la Iglesia, la voz de quienes nos predican el Evangelio... Nosotros, además de
acercarnos a Dios por medio del ejercicio de la caridad, también podemos hacerlo
por medio de la oración, porque, tal como puede decirse que es escasa la fe de
quienes hacen el bien sin orar, -recordemos que entre los no creyentes hay mucha
gente solidaria-, no es más grande la fe de quienes, aunque oran mucho, son poco
caritativos. Concienciémonos de lo que Dios quiere de nosotros, y oremos para ser
buenos cristianos.
Tal cual los ojos de los siervos y siervas están pendientes de vislumbrar la
voluntad de sus señores para cumplirla rápida y puntualmente, nuestros ojos se
dirigen al cielo, esperando que el Señor nos ayude a solventar, las vicisitudes que
caracterizan nuestra vida. No confundamos la servidumbre con la esclavitud, pues
los siervos se someten a sus señores voluntariamente y no por obligación como lo
hacen los esclavos, de la misma forma que Dios nos pide que cumplamos sus
Mandamientos voluntariamente. Nuestro tiempo de espera para que el Señor nos
socorra puede ser largo, así pues, aprovechémoslo para fortalecer la fe que nos
caracteriza, y para ejercitarnos en la práctica de la oración, y ejercitemos los dones
que recibimos del Espíritu Santo.
Cuando tengamos que afrontar dificultades personales, y cuando tengamos que
afrontar problemas causados por las dificultades características de la no aceptación
de la Palabra de Dios por parte de nuestros oyentes -o lectores-, pidámosle a Dios
que tenga misericordia de nosotros, y que nos ayude a vislumbrar la mejor forma
de servirlo.
El autor del Salmo 122/123, se mostró cansado de las burlas de quienes no
tenían carencias de ningún tipo, y del menosprecio de quienes eran demasiado
orgullosos, como para aceptar someterse a Dios. Nosotros, lejos de tener la
pretensión de juzgar a nadie indebidamente, pidámosle a Nuestro Santo Padre que
nos ayude a ser humildes, para que no nos desviemos del cumplimiento de su
voluntad.
3. Meditación de la segunda lectura (2 COR. 12, 7-10).
"Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo que estando
presente ciertamente soy humilde entre vosotros, mas ausente soy osado para con
vosotros; ruego, pues, que cuando esté presente, no tenga que usar de aquella
osadía con que estoy dispuesto a proceder resueltamente contra algunos que nos
tienen como si anduviésemos según la carne" (2 COR. 10, 1-2).
San Pablo podía ser muy duro con sus lectores cuando se dirigía a ellos por medio
de cartas, pero, delante de los tales, era humilde y tímido. A pesar de su problema,
Pablo les dijo a los cristianos de Corinto que estaba dispuesto a superar la debilidad
de su carácter independientemente de lo que ello le costara, con tal de reprender
con dureza a quienes no se sometieran al cumplimiento de la voluntad de Dios, lo
cual no obedecía a su deseo de ejercer poder coercitivo sobre los creyentes, pues
su mayor deseo era que los tales alcanzaran la santidad.
"Ciertamente no me conviene gloriarme (con tal de que el orgullo no me ciegue y
no pueda alcanzar la salvación); pero vendré a las visiones y a las revelaciones del
Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no
lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer
cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo
sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es
dado al hombre expresar. De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada
me gloriaré, sino en mis debilidades" (2 COR. 12, 1-5).
Con tal de poder ser equiparado a los demás Apóstoles, y de contrarrestar el
efecto de la acción de los cristianos judíos, que hacían lo humanamente imposible,
para acabar con el Ministerio de nuestro Santo, San Pablo recurrió a las
revelaciones que le hizo Dios, a quien le oyó "palabras inefables que no le es dado
al hombre expresar" (CF. 2 COR. 12, 4).
Al mismo tiempo que San Pablo deseaba ser tenido como heraldo de Cristo, no
quería presumir de los admirables logros que alcanzó como frutos de su ministerio
apostólico, pues sabía que tales frutos no eran suyos, sino del mismo Dios. Esta es
la causa por la que nuestro admirado Apóstol cifró su valía personal en su debilidad,
lo cual no sucedió porque le gustaba sufrir por sufrir, sino porque descubrió que,
cuanto más débil era, y más dificultades tenía que resolver, Dios se manifestaba en
su pequeñez, con una mayor grandeza.
San Pablo sabía que tenía motivos para regocijarse por causa de todo lo que hizo
en el Nombre del Señor, pero no quiso hacerlo, para no incurrir en el orgullo
excesivo.
"Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad;
pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí. Y
para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue
dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que
no me enaltezca sobremanera" (2 COR. 12, 6-7).
Si analizamos las palabras del Santo Apóstol que estamos considerando teniendo
en cuenta los conocimientos filosóficos y psicológicos actuales, ¿qué podemos decir
que era el aguijón que San Pablo tenía en su carne, del cual se aprovechaba, para
que su orgullo no le impidiera ser humilde? ¿Sería tal aguijón una enfermedad, o un
vicio difícil de superar? Independientemente de aquello que fuera lo que San Pablo
llamaba el aguijón de su carne, el citado Apóstol supo sacarle partido, para evitar
perder la humildad cristiana, que tanto amaba.
"Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha
dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto,
de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí
el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en
afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte" (2 COR. 12, 8-10).
Todos los creyentes que experimentamos dificultades, le pedimos a Dios que nos
ayude a superarlas, pero, independientemente de que tarde tiempo en concedernos
lo que le pedimos por causas que solo El conoce, o de que tengamos que tener las
mismas durante todos los años que se prolonga nuestra vida, las utilizamos para
aumentar la fe que tenemos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y para imitar la
humildad de Jesús y sus fieles Santos.
¿Experimentamos la fortaleza de dios cuando nos sentimos débiles?
4. Meditación del Evangelio (MC. 6, 1-6A).
¿Por qué hay problemas en la Iglesia?
Si comparamos la mentalidad de los autores bíblicos con la manera de pensar
que tiene mucha gente en nuestros días, no podemos dejar de sorprendernos.
Sabemos que a mucha gente no le gusta dar a conocer sus fracasos, porque tiene
el pensamiento de que, o no se le comprende, o se le margina. Hay mucha gente
que no cuenta sus experiencias desagradables, por temor a ser rechazada. En
contraste con la mentalidad actual, los autores bíblicos no tenían reparo alguno a la
hora de dar cuenta, no solo de los fracasos del Señor, sino de los suyos propios,
porque tenían la creencia de que el sufrimiento constituye una vía de aprendizaje,
lo cual contrasta bruscamente con la creencia de mucha gente de nuestro tiempo,
que no percibe el padecimiento como algo útil, sino como una experiencia
desagradable, que debe ser evitada, porque no le aporta beneficio alguno.
No es este el momento apropiado para argumentar sobre los beneficios del hecho
de soportar estoicamente las contrariedades, pues no es conveniente que este
trabajo sea demasiado largo, para no cansar a mis pacientes lectores, a quienes
deseo decirles que los cristianos no queremos sufrir por sufrir, pero, si se da el caso
en que hemos de hacerlo, pensamos que debemos afrontar y confrontar el dolor
con valentía, dado que todas las experiencias vitales que tenemos, tienen el fin de
aportarnos alguna enseñanza, que contribuye a fortalecer nuestras convicciones.
Frecuentemente recibo cartas de algunos de mis lectores, que se extrañan del
hecho de que la Iglesia Católica tenga problemas. Tales hermanos de fe y amigos,
se preguntan que, si Dios es perfecto, y según la fe que profesamos guía a su
Iglesia, ¿cómo es posible que los católicos tengamos que tener dificultades?
Ciertamente, Jesucristo fundó la Iglesia Católica por mediación de sus Apóstoles,
y el Espíritu Santo cuida de los cristianos, lo cual justifica el hecho de que la citada
fundación no se haya extinguido, a lo largo de sus veinte siglos de historia, pero
sucede que, tanto los religiosos como los laicos -o seglares- somos hombres, y
tenemos libertad, tanto para acatar el cumplimiento de la voluntad de Dios, como
para obviarla. De la misma forma que todos tenemos dificultades
independientemente de que seamos cristianos porque la vida constituye una
experiencia que no deja de aportarnos enseñanzas, a no ser que se dé el dramático
caso de que nos estanquemos en una determinada situación, y nos neguemos a
seguir superándonos, a los cristianos nos sucede exactamente lo mismo con
respecto a nuestra vivencia de la fe que profesamos, pues, aunque el Espíritu Santo
nos inspira para que cumplamos la voluntad divina, El no nos esclaviza, y nos deja
que optemos por lo que queremos hacer, lo cual, en muchas ocasiones, es fuente
de gran diversidad de problemas.
En la actualidad, nos planteamos cómo han de ser las relaciones entre Iglesia y
Estado. Unos piensan que el clero debe tener poder político para poder cristianizar
a la humanidad, y otros piensan que, cuanto más humildes seamos los hijos de la
Iglesia, tendremos la oportunidad de realizar mejor, la obra que nos ha
encomendado Nuestro Fundador. La Historia es testigo de que ni las persecuciones
que han padecido los cristianos, han logrado que muchos de los tales hayan cesado
de predicar el Evangelio y de hacer obras caritativas, en favor de quienes más les
han necesitado. Los cristianos necesitamos adaptarnos a nuestro mundo actual,
porque, si no conocemos las necesidades de la gente, ni la respuesta desde la fe a
las mismas, no tardaremos muchas décadas en constatar que las iglesias albergan
a menos gente, en las celebraciones sacramentales.
Nos es necesario crear un entorno social en que todos seamos respetados,
independientemente de que seamos cristianos. No podemos exigir que se nos
respete, si nos negamos a comprender a quienes no comparten nuestra ideología.
No pensemos que quienes no comparten nuestras creencias no merecen ser
respetados. Comprendamos las razones que mueven a la gente a pensar de
diferente manera, pues ello, además de ayudarnos a crear el citado entorno en que
todos seamos aceptados, nos permitirá conocer mejor la situación actual de la
humanidad, y buscar la forma de conseguir que el Evangelio siga siendo actual para
la gente de nuestro tiempo, y no un mensaje trasnochado e incomprensible.
La sociedad avanza imparablemente, y debemos aceptar este hecho, buscando la
manera de actualizar el anuncio de la Palabra de Dios, adaptándonos a la utilización
de los medios que tenemos para realizar nuestro propósito, sin modificar el
contenido de las Sagradas Escrituras. El amor fraterno predicado por Jesús, fue
aceptable en el siglo I, y sigue siendo aceptable en el siglo XXI, porque, tanto en el
siglo I de nuestra era como en este tiempo, tenemos la necesidad de no vivir
aislados.
Hay muchos millones de católicos en el mundo, pero no todos aceptan
plenamente la doctrina predicada por la Iglesia. ¿Realizamos los esfuerzos
adecuados para que nuestra fe sea conocida? ¿Deberíamos, -tanto los religiosos
como los laicos-, hacer algo que no estamos haciendo, para que la Palabra de Dios
no sea ignorada por muchos que se dicen creyentes? ¿Por qué la doctrina de la
Iglesia ha dejado de atraer a muchos de nuestros hermanos de fe a la fundación de
Cristo?
Hay un hecho que hace que mucha gente no participe de la vida de la Iglesia, el
cual es los pecados cometidos por muchos religiosos y laicos. Los cristianos somos
humanos, y, por causa de nuestra tendencia natural a equivocarnos, tenemos
muchas posibilidades de hacer el mal voluntaria e involuntariamente, así pues, esta
es la causa por la que nuestras imperfecciones no deberían atentar contra la fe que
profesamos, pero en este mundo destacan más las malas acciones que las buenas
obras.
Si en los medios de comunicación se denuncian nuestros pecados, evitemos
sentirnos atacados, y encaremos las consecuencias de las acciones que llevamos a
cabo con valentía.
Necesitamos celebrar una Liturgia que contenga el alto contenido espiritual al que
quienes tenemos conocimientos bíblicos y litúrgicos estamos acostumbrados, que
tenga la virtud de ser comprendida, hasta por quienes desconocen totalmente la
Palabra de Dios. Necesitamos comprender el contenido de las celebraciones
litúrgicas a que asistimos, y saber el significado de los gestos que realizamos,
porque queremos tributarle culto a Dios, y no actuar mecánicamente porque eso es
precisamente lo que muchos creyentes han hecho siempre, aunque no saben la
razón de existir de ello, y quizás ni les interesa conocerla.
Pensemos en el siguiente problema que surgió en la Iglesia primitiva de
Jerusalén, para recordar que siempre han existido dificultades en la fundación de
Cristo.
"En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración
de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas
en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los
discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para
servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de
buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos
de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la
palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno
de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a
Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes,
orando, les impusieron las manos" (HCH. 6, 1-5).
Una de las actividades características de la Iglesia, ha sido, desde su fundación,
el cuidado de los menesterosos. Los judíos de origen griego, se quejaron de que
sus viudas eran desatendidas en el reparto de alimentos. Por su parte, los
Apóstoles, no querían descuidar la predicación del Evangelio ni su dedicación a la
oración con tal de servir a los pobres, pero tampoco quisieron dejarlos sin ser
atendidos adecuadamente, por lo cual eligieron a siete diáconos para que realizaran
el citado trabajo, y también se dedicaran a la predicación.
En cierta forma, no olvidemos nunca que debemos estar contentos porque la
Iglesia tiene problemas, porque las dificultades son vías que nos ayudan a ser
santificados, si las resolvemos, adaptándonos al cumplimiento de la voluntad de un
Dios tan increíblemente maravilloso, como para desear que vivamos en un mundo
en que no exista la exclusión social.
San Pablo nos dice con respecto a la necesidad que tenemos los cristianos de
tener problemas, si consideramos la utilidad que nos aporta la resolución de los
mismos:
"Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan
manifiestos entre vosotros los que son aprobados" (1 COR. 11, 19).
En la Iglesia siempre han existido problemas, y ello seguirá sucediendo, hasta
que Cristo concluya la instauración de su Reino entre nosotros, y extinga todas las
formas de maldad e ignorancia existentes desde que el hombre habita la tierra. De
nada nos sirve perder el tiempo fantaseando y pensando que algún día no habrá
problemas en la Iglesia, porque los seguirá habiendo, mientras que Jesús no
concluya su obra redentora.
Debemos tener problemas porque aún no hemos alcanzado la plenitud de la
madurez en la profesión de nuestra fe. Aún debemos vencer muchas discrepancias
entre nosotros, y debemos trabajar más y mejor, sirviendo a los necesitados de
dones espirituales y materiales, al mismo tiempo que debemos mejorar la calidad y
aumentar la calidez, de nuestras relaciones, tanto con Dios, como con nuestros
hermanos los hombres.
En el caso de que los cristianos actuales hubiéramos alcanzado una notable
madurez espiritual, seguiríamos teniendo problemas, porque no cesaríamos de unir
a la Iglesia a nuevos cristianos imperfectos, y, por consiguiente, expertos en
crearse y crearnos dificultades. No debemos buscar la perfección por nuestros
siempre escasos medios sin contar con la ayuda divina.
Si hubiéramos crecido notablemente espiritualmente, y les cerráramos las
puertas de la Iglesia a nuevos cristianos creadores de problemas, seríamos un
grave problema en la viña del Señor, al empeñarnos en vivir cómodamente,
obstaculizando la expansión de la predicación del Evangelio en el mundo.
No debemos ignorar ni negar los problemas que tenemos como cristianos, pues
Dios pone a nuestro alcance los medios que necesitamos, ora para resolverlos en
conformidad con nuestras posibilidades, ora para sobrevivir con ellos durante
mucho tiempo, si no está en nuestras manos la posibilidad de solventarlos
adecuadamente.
Evitemos ser fuente de problemas, y seamos sinceros, intentando resolver, todos
los que hayamos creado.
Si nos es posible, en conformidad con nuestras creencias, intentemos resolver los
problemas que tenemos, a partir del momento en que los conocemos. No
permitamos que los problemas se estanquen en nuestras comunidades
indefinidamente.
Consideremos brevemente el Evangelio de hoy.
"Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos" (MC. 6, 1).
Tal como recordamos en el Evangelio correspondiente a la celebración eucarística
del Domingo XIII Ordinario (MC. 5, 21-43), Jesús le restableció la salud a una
mujer hemorroísa, dándole así la oportunidad de no vivir como si hubiera sido
maldita por Dios, porque su enfermedad hacía que legalmente fuera considerada
como impura, y resucitó a la hija del principal de una sinagoga.
En el Evangelio correspondiente a esta celebración eucarística, Nuestro Señor,
que había cosechado éxitos y fracasos en su actividad evangelizadora, fue a
Nazaret, a visitar a sus familiares y amigos, y a predicarles el Evangelio, pero se
llevó una desagradable sorpresa, según veremos seguidamente. Quienes conozcan
el Evangelio de San Marcos, o hayan tenido la oportunidad de leer las meditaciones
referentes al citado volumen bíblico que he escrito con ocasión de las celebraciones
eucarísticas del tiempo ordinario del presente ciclo litúrgico, conocen parte de los
citados éxitos y fracasos de Jesús, y cómo sus discípulos lo seguían, aunque no
tenían una comprensión plena de los dichos y obras de Nuestro Salvador.
Quizás nos es difícil interpretar la Biblia ateniéndonos a las circunstancias en que
vivimos, y pensamos que, aunque decimos que somos cristianos, no somos tan
buenos seguidores de Jesús como debiéramos. En tal caso, debemos buscar la
forma de mejorar nuestra forma de actuar y no estancarnos en el pensamiento de
que la Iglesia debería mejorar su enseñanza bajo nuestro criterio, porque todos
somos miembros de la fundación de Cristo, y, de alguna manera, nuestras
acciones, benefician o perjudican la imagen que el mundo tiene de la misma, a no
ser que se dé el caso de que no reconozcamos nuestra catolicidad ante el mundo, y
profesemos nuestra fe interiormente, sin que nadie conozca tal realidad.
Tal como Jesús era seguido por sus discípulos sin ser totalmente comprendido por
los tales, no dejemos de profundizar nuestro conocimiento de la voluntad divina ni
de adaptar nuestra vida a su pleno cumplimiento, pues llegará el día en que
encontraremos las respuestas que necesitamos, para percatarnos de que tiene
sentido profesar la fe que caracteriza nuestra vida.
"Y llegado el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos,
oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué
sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos?
¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de
Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban
de él" (MC. 6, 2-3).
Llegado el día de reposo, Jesús, como buen judío, asistió a la reunión de la
sinagoga, y, como buen predicador, se prestó a predicar el Evangelio. Entre los
judíos existía la creencia de que el Mesías tendría que aparecer momentáneamente
sin que se supiera su procedencia, así pues, dado que los nazarenos, además de
conocer la procedencia de Jesús, eran conscientes de que el Señor había convivido
con ellos desde que había sido pequeño, y conocían cómo su Madre quedó en
estado de gestación antes de convivir con José, su marido, no podían aceptar a
Jesús, ni como profeta, ni, mucho menos, como Mesías, aunque, por otra parte, no
podían dejar de sorprenderse, ni de la sabiduría que se desprendía de sus palabras,
ni del extraordinario poder, con que estaba capacitado, para realizar prodigios.
¿Cómo era posible que Jesús, sin haber tenido la oportunidad de ser
convenientemente formado por ningún rabino, probablemente porque su familia no
había podido pagarle los estudios, tuviera una sabiduría tan admirable? Los
habitantes de Jerusalén, en vez de admirar la sabiduría de Jesús, optaron por
despreciar al Señor, por causa de la simplicidad de su vida. ¿Cómo podían tener por
profeta a un hombre sencillo, carente de formación aparentemente, y con escasos
medios económicos para sobrevivir, si entre los judíos existía la creencia de que los
ricos y sanos eran bendecidos por Dios, y que los pobres y enfermos padecían el
castigo merecido, ora por sus pecados, ora por las transgresiones legales llevadas a
cabo por sus antepasados?
Lo que le sucedió a Jesús en Nazaret, me recuerda mi propia experiencia
religiosa. Yo, miembro de una familia que se dice cristiana, pero que no es
practicante, un buen día tomé la decisión de dar a conocer mi fe, sin saber los
problemas que ello me supuso, dificultades que no me arrepiento de haber
afrontado y confrontado. Cuando condenamos los pecados y vicios, somos
despreciados automáticamente.
Si los habitantes de Nazaret se admiraron de la sabiduría y el poder de Jesús,
¿por qué se convirtieron en enemigos de Nuestro Salvador? San Marcos no relató
este hecho en su Evangelio porque el mismo es un resumen muy breve de la vida
de Jesús, pero San Lucas sí se ocupó de ello en su primer libro. Dado que los
habitantes de Nazaret contemplaron el testimonio de buen creyente que les dejó
Jesús durante muchos años, el Mesías les pidió que creyeran en El.
"Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la
sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del
profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos,
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos;
A predicar el año agradable del Señor.
Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la
sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta
Escritura delante de vosotros. Y todos daban buen testimonio de él, y estaban
maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste
el hijo de José? El les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti
mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz
también aquí en tu tierra. Y añadió: De cierto os digo, que ningún profeta es acepto
en su propia tierra. Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los
días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una
gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una
mujer viuda en Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del
profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio. Al oír estas
cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira; y levantándose, le echaron fuera de
la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la
ciudad de ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue" (LC.
4, 16-30).
Los habitantes de Nazaret intentaron asesinar a Jesús, porque el Señor les dijo
que eran ellos quienes tenían que adaptarse al cumplimiento de la voluntad divina,
pues Dios no debía adaptarse a sus exigencias. Hay católicos que, por su escasa
formación religiosa, han llegado a creer que los Santos hacen milagros por sí
mismos, y hay otros que son reacios a arrodillarse en las celebraciones eucarísticas
y a hacer genuflexiones, alegando que, para ser buenos cristianos, más les vale
hacer el bien, que realizar determinados gestos simbólicos, que, en la actualidad,
carecen de significado. Nos gustaría que todos tuviéramos creencias similares para
evitar disputas, pero ello escapa a nuestras posibilidades, y, como no es razonable
discriminar a nadie en razón de su fe, debemos aprender a convivir como hermanos
y amigos, en cuanto nos sea posible, pues, la imposición de creencias, en vez de
estabilizar la fe, puede extinguirla.
"Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre
sus parientes, y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a
unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asombrado de la
incredulidad de ellos" (MC. 6, 4-6A).
Jesús no pudo hacer milagros, porque sus vecinos pensaron que El, que había
sido siempre una persona sencilla, no podía ser más importante que ellos.
¿Conocemos el caso de algún clérigo o laico cuya actividad religiosa haya sido
entorpecida por alguien que le haya tenido envidia? En la Biblia tenemos un
conocido ejemplo de ello. Después de que San Pablo evangelizara admirablemente
a los cristianos de Galacia, muchos de los tales fueron adoctrinados por cristianos
judíos, los cuales, para aceptar como hermanos de fe a los paganos, les exigían a
los tales que se circuncidaran, y observaran escrupulosamente las demás
prescripciones judaicas, que carecían de significado para los gentiles.
He aquí lo que sucedió, cuando aconteció la entrada triunfal, de Jesús en
Jerusalén:
"Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el
mundo se va tras él" (JN. 12, 19).
Los fariseos, viendo que perdían protagonismo ante la actividad evangelizadora
de Jesús, no soportaban la idea de que sus oyentes se hicieran seguidores del
nuevo Mesías, pues ellos vivían consagrados a la predicación de sus costumbres, y
se sentían cómodos adaptando a las masas a su manera de ser. Este hecho me
hace pensar en la necesidad que tenemos de ser comprensivos con quienes
desconocen nuestra fe, pues no debemos imponerles nuestras creencias a la fuerza
como si fueran una carga insoportable, porque es preciso dejarlos que se hagan
cristianos lentamente, al ritmo que puedan ir asimilando la Palabra de Dios. Si
Jesús se adaptaba a la comprensión y aceptación que tenían de su mensaje quienes
le oían anunciarles el Evangelio, ¿por qué vamos nosotros a predicar de una forma
diferente?
En el Evangelio de hoy, se mencionan a los hermanos de Jesús. Entre los
llamados protestantes existe la creencia de que tales hermanos de Nuestro
Salvador eran carnales, y, entre los católicos, se afirma que eran primos del Mesías.
Tanto las creencias de unos como la ideología de otros están basadas en la manera
en que interpretan la Biblia, así que no debemos ponernos en pie de guerra
aduciendo argumentos, que, más que beneficiarnos, pueden desestabilizar la fe de
quienes, independientemente de que sean protestantes o católicos, tengan un
escaso conocimiento de la Palabra de Dios, así pues, concluyamos esta meditación
orando, recitando las siguientes palabras de Nuestro Salvador:
"Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí
por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en
ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me
enviaste" (JN. 17, 20-21).
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com