XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: 2Cor 12, 7-10)
Me glorío de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder
de Cristo.
La liturgia de la Palabra de este domingo tiene en común un reclamo a la fe,
a vencer las dificultades para creer. En la primera lectura, Dios anuncia al profeta
Ezequiel que no será creído y aceptado por los hebreos a quienes le envía. El
episodio narrado en el Evangelio nos presenta a Jesús que sufre el rechazo de sus
paisanos a quienes dirige su predicación en la sinagoga de Nazaret. Por último, la
lectura de san Pablo nos presenta la actitud de fe adecuada ante los
acontecimientos de nuestra vida y la comunicación de Dios a través de ellos: la fe
permite al Apóstol superar las dificultades que encuentra en su vida y en su
apostolado.
Como refiere, pues, la 2ª lectura (2Cor 12,7-10), a diferencia del pueblo de
Israel al que es enviado el profeta Ezequiel y de los contemporáneos de Cristo, san
Pablo no pone obstáculos a Dios en su vida y a la gracia que Él le confiere. Él
abraza con fe la presencia de Dios y sus manifestaciones en su vida. El Apóstol
acoge con fe una manifestación difícil de aceptar en su vida, pues no correspondía a
sus expectativas. A ello se refiere con dos expresiones metafricas: “un aguijn a
mi carne” y “un ángel de Satanás” que le abofetea. Es su fe inquebrantable en Dios
la que le lleva a aceptar gustoso la respuesta del Señor a su petición de verse
librado de este sufrimiento: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta
en la flaqueza”.
Es así como el Apóstol nos enseña a gustar de las debilidades, de los
insultos, de las persecuciones y dificultades -incluso de las tentaciones, que son
persecuciones del demonio- inconvenientes todos que, sufridos en Cristo, pueden
tornarse en fortaleza. Porque, al reconocernos débiles, Cristo pasa a ser de
inmediato nuestra fortaleza. De allí que San Pablo puede proclamar: “Cuando soy
más débil, soy más fuerte”.
Nuestra fuerza vienes de nuestra fe en Dios, porque cuando estamos
abatidos por nuestras miserias y nuestra pequeñez y buscamos el apoyo de Dios,
levantando nuestros ojos a Él (Cfr. Sal 12)1) en confiada oración, comenzamos a
tener la experiencia de san Pablo: Orando en medio de las dificultades de la vida,
oy estas palabras del Seor: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la
debilidad” (2 Cor 12, 9).
La oración es la primera y fundamental condición de la colaboración con la
gracia de Dios. Es menester orar para obtener la gracia de Dios y se necesita orar
para poder cooperar con la gracia de Dios. Cuando experimentamos, como Jesús en
Getsemaní, “la debilidad de la carne” (cf. Mt 26, 41; Mc 14, 38), es decir, de la
naturaleza humana sometida a las enfermedades físicas y psíquicas, tenemos que
invocar del Espíritu Santo, el don de la fortaleza para permanecer firmes y
decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: “Me
complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las
persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil,
entonces es cuando soy fuerte” (2 Co 12, 10).
La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento.
Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados
también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su
voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el
misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son
preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: “Cuando soy débil,
entonces soy fuerte” (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el
Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos
encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc
11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como
signo de la reconciliación definitiva con el Padre.
Pidámosle al Señor todos los días que Él aumente nuestra pobre fe, y
nosotros pongamos los medios necesarios para hacer que esta fe, por la lectura y
meditación constante de la Escritura, por el estudio asiduo del Catecismo, por la
oración perseverante y la acción servicial y evangelizadora, se haga cada vez más
fuerte y coherente.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)