XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Pautas para la homilia
"Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos"
Es una paradoja de Jesús: Nos invita, nos reúne junto a él y, cuando ya estamos a
su lado, tan a gusto, felices y contentos, decide que nos desinstalemos y salgamos
al mundo sin decirnos claramente a qué vamos ni adonde tenemos que ir.
Jesús acaba de tener una decepcionante experiencia en la sinagoga de Nazaret y,
tal vez por eso, decide enviar a los doce según Marcos, los setenta según Lucas,
(Lc,10), a complementar la misión. Son seguramente números simbólicos: doce son
las tribus de Israel y doce son los primeros enviados; setenta/ setenta y dos son las
naciones conocidas en aquel tiempo y setenta es la segunda misión enviada. Esa es
una de las ideas que podemos sacar de estos episodios del evangelio: la buena
noticia, el mensaje de que Dios nos ama debe llegar a todos los hombres. No se
puede quedar en la comunidad de los “discípulos”, por muy numerosa que esta sea,
sino que debe extenderse a todo pueblo y nación, y todos los discípulos estamos
comprometidos en la tarea.
De dos en dos. Nos manda por parejas. Es una forma de evitar que podamos sentir
el miedo de la soledad y al mismo tiempo prever que el mensaje que se dé, sea
creíble. Recordemos que el testimonio concordante de dos era prueba suficiente de
verdad ante cualquier tribunal judío.
Es también una forma de evitar la tentación del personalismo, de que el mensajero,
el enviado, llegue a creerse –o ser creído- el autor del mensaje. La actuación
colegiada impide que una tentación de soberbia, de individualismo, malogre la
extensión del propio mensaje. La Buena Noticia es lo que importa, no quien la
anuncie.
No da Jesús instrucciones sobre el mensaje a transmitir, tal vez no es necesario,
pues todos saben que el mensaje importante de Jesús es anunciar la cercanía, el
amor del Padre. Pero si las da sobre el modo en que ha de transmitirse: los signos
de pobreza de los mensajeros son evidentes: no llevan bolsa en la que tener la
tentación de guardar para el mañana; no llevan dinero con el que poder comprar lo
necesario; no visten dos túnicas, símbolo de riqueza; no tienen nada suyo y
dependen, para sobrevivir, de la generosidad de los anfitriones. Deberán ponerse
en las manos de Dios, confiar plenamente en él y lanzarse a la aventura.
Y es difícil, --pienso--, porque mis cosas son mis cosas y no quiero renunciar a
ellas. Me ha costado muchas horas de trabajo tenerlas y quiero conservarlas. Ellas
son mi seguridad para lo que pueda venir.
Pues sí, tienes razón, pero lo que Cristo te propone es el abandono en sus manos,
el desapego de los bienes. No que no los tengas, sino que ellos no sean otra cosa
que medios para mejor servir a Dios, que su defensa y conservación no te impidan
caminar hacia el hermano al que tienes que anunciar la Buena Noticia que Jesús
nos ha traído.
Jesús nos quiere mensajeros en el camino. Estamos muy a gusto al lado del
Maestro, escuchando sus palabras, viendo como actúa, y él decide mandarnos por
el mundo adelante, solos, a llevar su mensaje hasta los lugares más remotos.
Y no nos lo pone muy cómodo: deja el coche, deja el móvil, deja la maleta, deja la
tarjeta de crédito y sírvete solamente de un cayado en el que apoyarte. ¿Dónde
vamos a ir tan sin medios? No son ciertamente las condiciones a las que estamos
acostumbrados.
Sin embargo, el hombre de fe, la mujer de fe, se ponen en camino y anuncian a
Cristo desde su pobreza. Nada tienen, nada valen, económicamente hablando,
luego pueden predicar el mensaje de Cristo con toda claridad. No se podrá decir
que velan por la seguridad de “su chiringuito”, pues el que nada posee, nada tiene
que asegurar.
D. Félix García O.P.
Fraternidad de Laicos Dominicos de Viveiro (Lugo)