XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Lecturas
a.- Jr. 23,1-6: Reuniré al resto de mis ovejas y le pondré pastores.
En la primera lectura el profeta nos presenta sus oráculos mesiánicos sobre el
futuro rey. Son los últimos años del rey Sedecías, Israel, está asediada por sus
enemigos, Jeremías tampoco absuelve a este rey, dando a su oráculo un tono de
esperanza mesiánica, lo que el pueblo necesitaba, mientras todo parecía
derrumbarse a su alrededor. El oráculo comienza con un “Ay”, de amenaza contra
los pastores, los sucesores de David y contra el pueblo. Los pastores han llevado al
pueblo a la idolatría, apostasía, y ahora al inminente destierro, con la colaboración
de las autoridades religiosas como políticas. Mientras los pastores sufrieron un fin
trágico, el pueblo fue al destierro. “Ay de los pastores que dejan perderse y
desparrarmarse las ovejas de mis pastos!, oráculo de Yahvé. Pues así dice Yahvé, el
Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: Vosotros habéis
dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a
pasaros revista por vuestras malas obras, oráculo de Yahvé.” (vv. 1-2). Yahvé
rompe con la dinastía davídica y será el mismo quien se hará cargo de Israel, con el
resto que es fiel a su alianza y a los profetas, luego del castigo que purifica. Es
rígido con las autoridades, pero benévolo con las ovejas descarriadas. El mismo las
hará regresar a su aprisco, la Tierra de promisión para que crezcan y se
fortalezcan. El pueblo es de su propiedad, no lo abandonará, es más, le dará
buenos pastores hasta que lleguen los días en que Yahvé mismo suscite un vástago
legítimo de David, que pondrá como rey y pastor mesiánico sobre su pueblo (vv.5-
6). Se trata en la mente del profeta de la restauración de la dinastía davídica,
desde bases más que políticas, morales y religiosas cimentadas en la Alianza. Si
Sedecías significaba: “Yahvé es mi justicia”, el futuro rey se llamará: “Yahvé
nuestra justicia”. Esta promesa de Jeremías, se cumplió con creces en Cristo Jesús,
donde Yahvé no sólo ha sido presencia y acción salvífica, sino se ha hecho,
“Emmanuel, Dios con nosotros. El vástago se llamó Jesús de Nazaret, es decir,
Salvador
b.- Ef. 2,13-18: El es nuestra paz.
En este texto Pablo desarrolla su tesis de unificación de judíos y gentiles, ahora
reconciliados entre sí y con Dios. Caída la antigua barrera, ahora ambos pueblos
forma un solo Cuerpo, que es la Iglesia, con una nueva categoría de hijos con
igualdad de derechos con lo que se pueden dirigir a Dios como Padre. La situación
de judíos y gentiles, entre los cuales se cuentan los efesios, era lamentable (Ef.12,
11-12). Los circuncisos e incircuncisos no del corazón, sino según la carne (cfr. Rm
2, 25-29), carecían de los bienes espirituales que ella significaba. Estar sin Cristo
viene a significar, sin el Mesías, es decir, no conociendo las promesas acerca del
futuro Salvador, como lo sabían los judíos, pueblo de las alianzas que conllevaba la
promesa (cfr. Rm. 9, 4). Esta era la desgracia de los gentiles, vivir sin esperanza,
sin Dios, puesto que si bien lo podían conocer por las criaturas, su existencia era
una negación de Dios (cfr. Rm.1, 19-25; 1Cor. 8,4-6; Gál.4, 8). Pasa Pablo del
cuadro del pasado a la situación actual, llena de luz y reconciliación: el autor de
todo esto es Jesucristo, con su misterio de muerte y Resurrección. Lo señala el
apóstol de diversas maneras, por la sangre de Cristo (v.13), anulando en su carne
la Ley (n.15), por su cruz (v.16), por ÉL tenemos libre acceso al Padre en un mismo
Espíritu (v.18). Pablo usa los términos estar cerca, estar lejos (vv.13-17),
inspiradas en el profeta Isaías (cfr. Is. 57,19). El acercamiento entre los dos
pueblos y con Dios Padre, lo realiza Jesucristo con su derramamiento de sangre y
muerte de cruz. ÉL derribó el muro de separación que impuso la Ley, primero como
protección para Israel, hasta convertirse en un verdadero muro de separación entre
pueblos enemigos. La mejor expresión de todo ello se encontraba al visitar el
templo de Jerusalén, donde el gentil se encontraba con el “atrio de los gentiles” que
le impedía ingresar a los más sagrado del templo (cfr. Hch. 21, 22-29); a esta
situación tenemos la reacción de hostilidad antijudía, es decir, correspondía la
aversión y el desprecio de los mismos gentiles hacía el mundo judío (cfr.
Hch.18,15-16). Jesucristo anuló la Ley, con su muerte en la Cruz e hizo de los dos
pueblos, un solo “Hombre nuevo”, un solo Cuerpo (v.16). Este “Hombre nuevo” es
Cristo, segundo Adán, el primer “Hombre nuevo” de la humanidad regenerada (cfr.
Rm. 5,12-21; 8,3; 1Cor.15, 21.45), en el que incorporados a ÉL, todos pueden
convertirse en hombres nuevos (cfr. Ef. 4, 24; Rm. 6, 3-11), en un solo cuerpo,
donde Cristo es la Cabeza, donde ya no hay divisiones y antagonismos (cfr. Rm.12,
5; 1 Cor.12,12; Gál. 3,27-28; Col. 3,10-11). Sólo así podemos acercarnos al Padre
en un mismo Espíritu (v.18), con la que enseña el apóstol nuestra condición ya no
es de siervos, sino de hijos, que movidos por este Espíritu Santo, unifica y pone en
acción a todo el Cuerpo místico de Cristo .
c.- Mc. 6, 30-34: Andaban como ovejas sin pastor.
El evangelio hace una síntesis: regreso de la misión de los doce (cfr. Mc. 6, 6-13),
Jesús los invita a descansar a un lugar apartado, para recuperar las fuerzas físicas y
espirituales. Se trata de un tiempo de reflexión, búsqueda de silencio, que se
convierte en tiempo de reflexión, oración e intimidad. Pero este reposo no dura
mucho, la multitud los sigue y llegan antes que ellos, y es ahí cuando ÉL siente
compasión de ellos: “Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos,
pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas
cosas.” (v. 34). Esas multitudes que seguían a Jesucristo sedientas de verdad y de
la una palabra de vida, no fueron usadas por ÉL para un mesianismo político, sino
para ejercer su ministerio de Pastor y de enseñar a su pueblo. Era lo que había
anunciado Amós, el pueblo tiene hambre y sed de la palabra de Dios (v.33; cfr. Am.
8, 11). Jesús satisfizo plenamente esta sed y esta hambre de la palabra de Dios,
hasta sentir compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor (v. 34). Jesús va
del grupo a la masa, de los apóstoles a la muchedumbre, interviene para nutrirlos
con su palabra y el pan bendecido y multiplicado por sus manos; su reacción
expresa sentimientos más que emotivos, posee connotaciones maternas
entrañables. No queda indiferente ante este pueblo verdaderamente abandonado
de las autoridades políticas y religiosas. Viene a su encuentro con la palabra que los
conforta y un amor que los vivifica; más que la madre que protege, surge la figura
del Pastor, solícito. En Jesús, se reúne la preocupación de los antiguos profetas
habían anunciado: “Yo mismo conduciré a mis ovejas a los pastos y las haré
reposar” (Ez. 34, 15). Es el pueblo, que sin pastor, sin guía, no es capaz por sí solo
de encontrar los buenos pastos, ni el agua fresca, las fuentes de la vida. Entonces
Jesús, se puso a enseñarles (v.34). Fruto de esta escucha, nace el hambre de esta
gente, y Jesús satisface multiplicando el pan por primera vez para ellos. Después
de la palabra, hay que priorizar las necesidades del ser humano al estilo del
Maestro. La Iglesia, es presentada al mundo por el Concilio Vaticano II, como
Pueblo de Dios, formado por todos los redimidos, bautizados en su misterio
pascual, convocados por el Espíritu Santo para formar un cuerpo que tiene por
Cabeza a Jesucristo. Tiene por condición la libertad y dignidad de que sus miembros
son hijos de Dios, una ley de amar a Dios y al prójimo, como Cristo los amó y como
fin, trabajar por el Reino de Dios (cfr. LG 9). Desde la jerarquía y el pueblo fiel
están llamados a una profunda nueva evangelización, y convertirse en misioneros
en medio de nuestras parroquias y comunidades, para luego anunciar la Buena
Noticia a la sociedad. Necesitamos buenos Pastores, siempre se puede mejorar,
laicos responsables, comprometidos con el único Pastor de nuestras almas y su
evangelio.
Teresa de Jesús usa la imagen pastoril, para hablar de la palabra, pronunciada por
Cristo, en el Castillos del alma, que llama al hombre, para que ingrese a su mundo
interior por medio de la oración y deje el mundo de los sentidos que lo distraen de
lo esencial, la comunión con Dios. . “Visto ya el gran Rey, que está en la morada
de este castillo, su buena voluntad, por su gran misericordia quiérelos tornar a sí,
y, como buen pastor, con un silbo tan suave que aun casi ellos mismos no lo
entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos sino que se
tornen a su morada. Y tiene tanta fuerza este silbo del pastor que desamparan las
cosas exteriores en que estaban enajenados y métense en el castillo.” (IV M 3,2)