XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: 2Cor Ef 2,13-18
Él es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa
La primera segunda lectura nos ha presentado lo que se puede definir como
el “evangelio” del Apóstol de las gentes: todos, incluso los paganos, están llamados
en Cristo a participar plenamente en el misterio de la salvación. En particular, el
texto contiene la expresión “Él, Cristo, es nuestra paz” (Ef 2, 14). Como cristianos,
sabemos que la paz que anhela el mundo, la Patria, la familia, cada corazón tiene
un nombre: Jesucristo. “Él es nuestra paz”, que nos ha reconciliado con Dios en un
solo cuerpo mediante la cruz, poniendo fin a la enemistad (cf. Ef 2, 14).
Inspirado por el Espíritu Santo, san Pablo no sólo afirma que Jesucristo nos
ha traído la paz, sino también que él ‘es’ nuestra paz. Y justifica esa afirmación
refiriéndose al misterio de la cruz: al derramar ‘su sangre’, dice, ofreciendo en
sacrificio ‘su carne’, Jesús destruyó la enemistad “para crear en sí mismo, de los
dos, un solo hombre nuevo” (Ef 2, 14-16).
El Apóstol de los gentiles explica que Cristo es quien “de los dos pueblos hizo
uno” (Ef 2, 14): esta afirmación se refiere propiamente a la relación entre judíos y
gentiles en orden al misterio de la salvación eterna; sin embargo, la afirmación
puede ampliarse, por analogía, a las relaciones entre los pueblos y las civilizaciones
presentes en el mundo. Cristo “vino a anunciar la paz” (Ef 2, 17), no sólo entre
judíos y no judíos, sino también entre todas las naciones, porque todas proceden
del mismo Dios, único Creador y Señor del universo.
Los Cristianos, discípulos de Jesús, en medio de las tensiones de nuestro
tiempo, debemos recordar que no hay felicidad sino para los «artífices de la paz»
(Cfr. Mt 5, 9). En ella cada uno debe compartir con todos sus hermanos el anuncio
de la salvación y la fuerza de la esperanza. Pablo nos dice de Cristo: “Él es nuestra
paz, El que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro de la separación, la
enemistad” (Ef 2, 14). Sabemos qué fuerza misericordiosa nos transforma en el
sacramento de la reconciliación.
La paz es multiforme: paz entre las naciones, paz en la sociedad, paz entre
ciudadanos, paz entre las comunidades religiosas, paz en el interior de las
empresas, en los barrios, en los pueblos, y, en particular, paz en el seno de las
familias. La Paz está en la entraña de la religión cristiana, puesto que para el
cristiano proclamar la paz es anunciar a Cristo; “Él es nuestra paz” (Ef. 2, 14); el
suyo es “Evangelio de paz” (Ef. 6, 15) : mediante su sacrificio en la Cruz, El realizó
la reconciliación universal y nosotros, sus seguidores, estamos llamados a ser
“operadores de la Paz” (Mt. 5, 9); y sólo del Evangelio, al fin, puede efectivamente
brotar la Paz, no para hacer débiles ni flojos a los hombres sino para sustituir, en
sus espíritus, los impulsos de la violencia y de los abusos por las virtudes viriles de
la razón y del corazón de un humanismo verdadero.
Pablo VI, el peregrino de la paz, decía: “La verdadera paz debe fundarse en
la justicia, en el sentido de la dignidad inviolable del hombre, en el reconocimiento
de una igualdad indeleble y deseable entre los hombres, en el principio básico de la
fraternidad humana, es decir, en el respeto y amor debido a cada hombre, porque
es hombre”.
Por tanto, Jesús nos pide a cada uno que seamos testigos de unidad y paz
para todos aquellos que viven cerca y lejos de nosotros. Cristo es la fuente de la
unidad a la que está llamada toda la familia humana, la unidad de la que la Iglesia
es signo y sacramento. Como Cordero de Dios, Él es la fuente de la reconciliación,
que es al mismo tiempo don de Dios y deber sagrado que se nos ha confiado. Como
Príncipe de la paz, Él es el manantial de esa paz que supera todo entendimiento, la
paz que nos espera en el cielo. Que él nos sostenga en nuestras pruebas, nos
consuele en nuestras aflicciones y nos confirme en nuestros esfuerzos por anunciar
y extender su reino.
Que María nos enseñe en su Hijo el camino de la paz, e ilumine nuestros ojos
para que sepan reconocer su Rostro en el rostro de cada persona humana, donde
reside el corazón de la paz.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)