XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: Ef 4,1-6
“Un solo cuerpo, un Señor, una sola fe, un solo bautismo”
El bautismo es esencial para la comunidad cristiana. En particular, la carta a
los Efesios sitúa el bautismo entre los fundamentos de la comunión que une a los
discípulos de Cristo. “Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a
que habéis sido llamados, la de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un
solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos” (Ef 4, 4-6).
La afirmación de un solo bautismo en el contexto de las otras bases de la
unidad eclesial reviste una importancia particular. En realidad, remite al único
Padre, que en el bautismo ofrece a todos la filiación divina. Está íntimamente
relacionado con Cristo, único Señor, que une a los bautizados en su Cuerpo místico,
y con el Espíritu Santo, principio de unidad en la diversidad de los dones. Al ser
sacramento de la fe, el bautismo comunica una vida que abre el acceso a la
eternidad y, por tanto, hace referencia a la esperanza, que espera con certeza el
cumplimiento de las promesas de Dios.
El único bautismo expresa, por consiguiente, la unidad de todo el misterio de
la salvación. Cuando san Pablo quiere mostrar la unidad de la Iglesia, la compara
con un cuerpo, el cuerpo de Cristo, edificado precisamente por el bautismo: “Hemos
sido todos bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo, judíos y
griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12, 13).
El Espíritu Santo es el principio de la unidad del cuerpo, pues anima tanto a
Cristo cabeza como a sus miembros. Al recibir el Espíritu, todos los bautizados, a
pesar de sus diferencias de origen, nación, cultura, sexo y condición social, son
unidos en el cuerpo de Cristo, de modo que san Pablo puede decir: “Ya no hay judío
ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en
Cristo Jesús” (Ga 3, 28).
El Papa León XIII, Carta Encíclica Satis Cognitum, el n 11 dice: «Una tan
grande y absoluta concordia entre los hombres debe tener por fundamento
necesario la armonía y la unión de las inteligencias, de la que se seguirá
naturalmente la armonía de las voluntades y el concierto en las acciones. Por esto,
según su plan divino, Jesús quiso que la unidad de la fe existiera en su Iglesia;
pues la fe es el primero de todos los vínculos que unen al hombre con Dios, y a ella
es a la que debemos el nombre de fieles”.
“Un solo Seor, una sola fe, un solo bautismo”, es decir, del mismo modo
que no tienen más que un solo Señor y un solo bautismo, así todos los cristianos
del mundo no deben tener sino una sola fe. Por esto el apóstol San Pablo no pide
solamente a los cristianos que tengan los mismos sentimientos y huyan de las
diferencias de opinión, sino que les conjura a ello por los motivos más sagrados:
“les conjuro, hermanos míos, por el nombre de nuestro Seor Jesucristo, que no
tengan más que un mismo lenguaje ni sufran cisma entre ustedes, sino que estén
todos perfectamente unidos en el mismo espíritu y en los mismos sentimientos”.
Estas palabras no necesitan explicación, son por sí mismas bastante elocuentes».
Esta unidad se realiza misteriosamente en la Iglesia, palabra que significa
“convocacin”, pues en ella, Dios “convoca” a su Pueblo desde todos los confines
de la tierra (CEC 751). La Iglesia “naci del corazn traspasado de Cristo muerto
en la Cruz” (San Ambrosio) para formar desde entonces “un pueblo reunido en
virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (San Cipriano). La
unidad que el Señor quiso para sus discípulos está en el centro de su obra
reconciliadora. Él la dio a su Iglesia y con ella quiere abrazar a todos los seres
humanos. Y porque esa unidad pertenece al ser mismo de la comunidad (Cfr Ut
unum sint, 9), la Iglesia está llamada a ser un “signo e instrumento de la unin
íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1).
Por tanto, somos todos una sola cosa en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo;
una sola cosa por la identidad de condición, por la asimilación que obra el amor, por
la comunión de la carne sagrada de Cristo y por la participación de un único y Santo
Espíritu. Así, se realiza lo que nos h dicho el apóstol Pablo en la segunda lectura:
“Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido
llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de
todos” (Ef 4,4-6). Por tanto, toda división, rivalidad y envidia, venga de quien
venga, no es proyecto de Dios, sino del Demonio.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)