XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: Ef 1,3-14
“Nos eligió en la persona de Cristo, antes de Crear el mundo”
Dios “nos eligió en la Persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que
fuésemos santos e irreprochables en Él por el amor” (Ef 1. 3-4). La segunda lectura
de hoy nos introduce en la dimensión de lo que existía “antes de crear el mundo”. A
ese antes remiten otros textos del Nuevo Testamento, entre los cuales figura el
admirable prólogo del evangelio de san Juan. Antes de la creación, el Padre eterno
elige al hombre en Cristo, su Hijo eterno. Esta elección es fruto de amor y
manifiesta amor.
Con la venida del Hijo de Dios todos los hombres son bendecidos; el tentador
maligno es vencido para siempre y su cabeza aplastada. En Cristo ?escribe el
apóstol san Pablo a los Efesios? el Padre celestial nos bendice con toda clase de
bienes espirituales, nos elige para una santidad verdadera, y nos hace sus hijos
adoptivos (cf. Ef 1, 3-5). En él nos convertimos en signo de la santidad, del amor y
de la gloria de Dios en la tierra.
El designio eterno de Dios es que los hombres participen de su vida trinitaria:
a través de Jesucristo, en el Espíritu Santo, el hombre llega al Padre. La Paternidad
de Dios no representa un hecho sentimental; es, más bien, una realidad que
transfigura al hombre introduciéndolo en la intimidad de su familia trinitaria.
Los cristianos “participan de la naturaleza divina” (2 Pe 1,4) ya que, como lo
afirma la Carta a los Efesios, “por él llegamos al Padre en un mismo Espíritu” (cf. Ef
2,18). Ser santos significa participar de la naturaleza de Dios Padre por medio de
Cristo en el Espíritu Santo. Así pues los cristianos se convierten en “conciudadanos
del pueblo de los santos: son de la casa de Dios” (cf. Ef 2,19).
El designio eterno de Dios consiste, por tanto, en “recapitular en Cristo todas
las cosas”; desde antes de la creación “eligió” a los hombres para que estuvieran en
comunión con Él, reuniéndolos en su Hijo encarnado: “Bendito sea Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda
clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes
de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus
hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en
su querido Hijo, redunde en alabanza suya… Este es el plan que había proyectado
realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo
todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3-6.9-10).
Él nos llamó desde la eternidad “en” y “mediante” Cristo para que fuéramos
“santos”, es decir, para que participáramos de la “vida santa” de Dios, de su infinita
transcendencia. Eso constituye la “consagración” de todos los bautizados, más bien,
se puede decir que en el proyecto de Dios cada ser racional tiene esta vocación. La
consagración se identifica con la divinización del hombre y ésta con su cristificación
que ocurre por la efusión del Espíritu.
Por tanto, “la religión que se funda en Jesucristo es religión de la gloria, es
un existir en la novedad de vida para alabanza de su Gloria (cf. Ef 1,12)”, y el
hombre (vivens homo) es epifanía de la gloria de Dios, llamado a vivir de la
plenitud de la vida en Dios” (TMA, n. 6). Cuando e hombre de hoy entienda y viva
en Dios y desde de Dios, sufrirá menos, será más pleno. Porque no ha sido siempre
así, el hombre contemporáneo, sofocado por miles de mensajes y por una gran
cantidad de palabras, necesita más que nunca del “Alegre Mensaje”, de la “Palabra”
que se hace carne de su carne. El hombre de hoy está cansado de falsas promesas
de felicidad; necesita el cumplimiento de las promesas, tiene una desesperada
necesidad de Salvación. El hombre de hoy está sediento y hambriento de amor, de
amistad, de comprensión; él necesita a alguien que le ayude a superar sus
angustias, sus miedos, sus incertidumbres; necesita a alguien que dé sentido a la
aparente absurdidad que lo rodea.
Que la intercesión de la Madre de Dios, nos ayude a volver a descubrir el
rostro de Cristo, nos proteja siempre y nos guíe a todos por los caminos de la
santidad.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)