DOMINGO 14. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 6, 1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que
lo oía se preguntaba asombrada:
- «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado?
¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María,
hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven
con nosotros aquí?».
Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía:
- «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y
en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos
imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando
CUENTO: MEJOR DORMIR
Recuerdo que una vez cuando era niño, experimenté una fase de fervor
religioso. Ayunaba, y solía levantarme por las noches para rezar. Otra vez,
velé toda una noche, sentado con mi padre, sosteniéndole sagrado Corán en
,i regazo. A nuestro alrededor toda la casa roncaba mientras dormía.
- ¡Escúchalos! – advertí a mi padre -. Ninguno de ellos piensa siquiera en
recitar una plegaria. Están durmiendo como los muertos.
- Mi querido hijo – replicó mi padre -. Harías mejor en estar dormido como
ellos si todo lo que consigues con tu vigilia es criticar a los demás.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Nos cuenta el evangelio de hoy algo que puede sorprendernos y quizá
escandalizarnos. ¿Cómo es posible que entre los que más les costaba
reconocer a Jesús como ese ser extraordinario y divino fuera precisamente
entre sus parientas, sus vecinos y su gente más conocida?. Si pensamos
así, es que no conocemos bien la realidad de la psicología humana. Está
claro que nos ocurre muchas veces que es en nuestro entorno más cercano
donde menos se nos valora, quizá porque nos conocen mejor. O quizá
porque podemos suscitar envidias. O porque saben de nuestra cara menos
amable o de nuestros defectos menos conocidos. Vamos, que lo del
evangelio de hoy es bastante humano y norma. Como normal es que Jesús
no quiera hacer entre ellos ningún milagro especial. Ya lo dice el refrán
espaol, parafraseando la frase evangélica: “Nadie es profeta en su tierra”.
¡Cuánta gente se queja y con razón que donde menos se les valora, en el
plano que sea, es en su tierra, su país, su ciudad o su pueblo!. Y si se
valora es precisamente después de muerta la persona. A buenas horas.
Todo esto nos recuerda dos cosas: que nos acostumbramos a las cosas que
tenemos cerca, y a las personas, y que no las valoramos. El roce hace
también la desconfianza y la ceguera a lo extraordinario. En segundo lugar,
muchas veces eso mismo ocurre en el tema de la fe. Nacemos en un
ambiente católico, vivimos en una sociedad católica, y acabamos
inmunizados de fe. Y con ello no hay posibilidad de sorpresa y conversión.
La capa de barniz “catlica” nos impide desarrollar una auténtica fe
“cristiana”.
España es un ejemplo claro de ello. Tantos siglos de catolicismo sociológico
han terminado en una auténtica indiferencia ante la fe. Somos los
“parientes y vecinos” de Jesús que ya no nos conmovemos ante el
Evangelio, ante la novedad revolucionaria del mensaje de Cristo. Y Cristo
tiene que marchar a otras tierras, a otros ambientes más dispuestos a
acoger esta fuerza transformadora de su Buena Nueva.
Un última cosa para pensar: no sabemos descubrir lo extraordinario de la
ordinario; la profundidad de lo sencillo; lo milagroso de los cotidiano.
Queremos ver cosas raras, pedimos cosas fuera de lo común. Y, sin
embargo, la fe es la mirada divina a la vida de cada día, que nos ayuda a
vislumbrar la belleza de las cosas humildes, de los gestos sin apariencia de
grandeza. La mirada humana no ve muchas veces más que la mirada
superficial, los defectos del próximo, las sombras de quienes conviven junto
a nosotros. Nos cuesta ver sus valores, su imagen divina, la profundidad de
su corazón. No pasamos criticando a los demás porque no se amoldan a
nuestro concepto de las cosas o a nuestra manera de ver la vida. Acudiendo
incluso a justificaciones religiosas, podemos condenar a otros a la muerte
de nuestra incomprensión, de nuestra ceguera, de nuestra indiferencia.
Miremos más a los ojos y al corazón. Detrás de cada ser humana puede
haber un profeta, un santo, un salvador. No nos vaya a pasar como a los
parientes y vecinos de Jesús, que sólo vieron en él al simple hijo de un
carpintero. No supieron o no quisieron ver más allá.
Ojalá que en este tiempo de vacaciones y descanso para unos, o tiempo de
trabajo para otros, abramos el corazón y la mirada hacia nuestro entorno,
para valorar y mirar con la profundidad de Dios, la profundidad del amor,
que mira más allá de las apariencias y nos descubre la verdadera grandeza
de las personas y las cosas. Y entonces quizá Jesús vuelva a hacer esos
milagros cotidianos que hacen maravillosa la vida gris de cada día. ¡FELIZ Y
POSITIVA SEMANA PARA NOSOTROS Y CUANTOS NOS RODEAN!.