XV DOMINGO ORDINARIO B
(Amos 7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:7-13)
A veces parece fingido. Pero siempre lo hace. Cuando se le pregunta, “¿Cómo
estás?” la mujer invariablemente responde, “Bendita”. Uno queda maravillado
preguntando a sí mismo: “¿Nunca tiene un problema esta mujer?” Sin embargo,
según la segunda lectura hoy de la Carta a los Efesios “bendito” describe la
condición de todos los cristianos.
La carta dice que nosotros cristianos somos benditos en Jesucristo. Él comprende
el mayor don de Dios Padre a nosotros, más valeroso que una fortuna o aun la
vida. Pues con la gracia merecida por Jesús, estamos exaltados a nueve realidad
donde asociamos se aprecia la honestad más que la astucia, la misericordia más
que la venganza. Además, como los padres pagarían el rescate por sus hijos
encarcelados, Jesús nos ha redimido de la deuda de nuestros pecados pasados. Ya
no tenemos que preocuparnos por el día de juicio. Pues Jesús actuará como nuestro
escolto guiándonos a la vida eterna.
Desgraciadamente no siempre sentimos benditos. Ya en el medio del verano (o
invierno en el hemisferio sureño) a menudo la vida se vuelve como un desierto.
Quizás sea el calor (o el frío) que nos cansa o la falta de dinero por la economía
débil. La dura verdad es que algunos trabajadores andan sin suficiente trabajo
para proveer las necesidades de la casa mientras otros ven sus cargas dobladas
porque las empresas tienen que cortar costos. De todos modos sentimos
vulnerables, no benditos; en precario, no en el camino de la gloria. En estos
momentos dependemos en la fe para seguir adelante. Una vez una periodista
encontró a un pobre campesino en la República Dominicana que le invitó en su
cabaña. No tenía nada de valor en su hogar, pero se vio un retrato del Sagrado
Corazón de Jesús colgando en una pared. La periodista escribió que nunca en su
vida había encontrado a una persona con tanta dignidad como este hombre. No
miró avergonzado ni se apiadó a sí mismo. Sólo hizo que su huésped sintiera
acogida por hablarle directa y sinceramente. Así somos nosotros porque el mismo
Jesús nos ha salvado.
La lectura resalta que Jesús nos ha redimido por su sangre. La expiación
sangrienta ha molestado a muchos a través de los siglos. Cuestionan: “¿Cómo
puede ser que Dios Padre buscaba la sangre de Su Hijo para recompensarle por las
ofensas humanas?” No, tal idea no sólo presenta un concepto inadecuado de la
redención sino completamente viola la imagen verdadera de Dios. Dios nos ama a
todas sus creaturas y ciertamente ha amado al Hijo desde siempre.
Desgraciadamente hemos tenido dificultad volver el amor a Dios. Pecamos, a veces
de modos atroces. A pesar de eso el Padre Dios nos sigue amando por mandarnos
a Su hijo Jesús. Se absuelve la culpa de nuestros pecados por el seguimiento
completo y voluntario de Jesús a la voluntad de Dios Padre. Dios no creó la cruz; lo
hicimos nosotros humanos por nuestros pecados. Sin embargo, Dios le dio a Jesús
la victoria sobre la cruz con la resurrección. Ahora asociándonos con Jesús, nos
aprovechamos de su victoria. Es como si la derrota del mal por la cruz y en la
resurrección hubiera creado una manantial de aguas puras. Cuando nos
acerquemos a esta manantial en el Bautismo y la Eucaristía, nos limpiamos de todo
el desorden de que somos culpables.
“Solamente llama a Pirkle”, dice un letrero en la calle. Trata de llamar la atención
de los padres con hijos encarcelados. Aunque tenga mucha astucia el Señor Pirkle,
tenemos a un rescatador mucho más valeroso. Jesús se nos apiada en nuestro
precario. Por su sangre somos benditos cuando estamos en camino y cuando nos
sentamos en el hogar. Por su sangre somos benditos.
Padre Carmelo Mele, O.P.