Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
El amor más grande
En muchas ocasiones me he encontrado con hombres y mujeres que en algún momento de
su juventud sintieron el llamado a ser sacerdotes o monjitas. Al menos en los países
latinoamericanos este fenómeno se da, y seguirá existiendo por décadas, porque las raíces
cristianas están sanas y vigorosas. Por el tronco de la Iglesia aún corre mucha savia, y el
Espíritu Santo no deja de renovarla y fecundarla.
Es lógico que Cristo toque a las puertas de nuestra existencia cuando somos jóvenes,
cuando se tiene el alma limpia y el corazón deseoso de experimentar amor. La prueba está
en que la mayoría de nuestros obispos y sacerdotes proceden del seminario menor.
La llamada al sacerdocio o a la vida consagrada es especial porque Dios es quien elige a los
suyos. La iniciativa procede de Dios: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo
quien os ha elegido y os ha destinado para que vayáis y deis mucho fruto” (Jn. 15,16). Por
propia experiencia puedo decir que la vocación resuena con tanta fuerza en el interior del
corazón, que no nos deja lugar a dudas. Muchos hemos experimentado el llamado siendo
niños, y los años lo único que han añadido es madurez y profundidad.
La liturgia de este domingo es totalmente vocacional. La primera lectura narra la elección
del profeta Amós, que fue un sencillo pastor y cultivador de higos. El Señor lo sacó de
entre los rebaños y lo mandó a predicar, al igual que llamó a David y lo ungió rey de su
pueblo. El evangelio comienza con las mismas palabras: “En aquel tiempo Jesús llamó a
los doce y los envi de dos en dos a predicar” (Mc. 6,7).
Dios ha llamado durante dos mil años y lo seguirá haciendo, independientemente de los
condicionamientos culturales, científicos o económicos. El Buen Pastor no dejará solo a su
rebaño.
El santo Cura de Ars decía: “Si desaparecen los sacerdotes, no tendríamos al Seor. ¿Quién
lo ha puesto en el Sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestras almas apenas
nacidas? El sacerdote. ¿Quién te absuelve de tus pecados y te prepara para presentarte ante
Dios el día de tu muerte? El sacerdote. ¿Quién te dará el descanso y la paz? También el
sacerdote. Sin el sacerdote la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo quedaría
truncada. El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo, es el administrador del Buen
Dios. No se es sacerdote para sí mismo, sino para los demás. Hay que pedir a Dios que nos
mande santos y fieles sacerdotes. twitter.com/jmotaolaurruchi