Ciclo B. XV Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Uno de los temas más vibrantes en el contexto de la monarquía en Israel fue el rol
de los profetas, hombres que de por sí alcanzaron un renombre público por su
vinculación con Dios o con la voluntad de Dios muy necesario para regir los
destinos del gobierno y la prosperidad de Israel. El problema se generó cuando el
perfil carismático del profetismo empezó a convertirse en una especie de institución
obligatoria, como parte incluso del consejo del reino. Este conflicto se repite
muchas veces en los escritos del Antiguo Testamento y Amós será uno de los que
pondrá en el tapete la verdadera esencia del profetismo.
El profeta Amós, probablemente habitante de la tierra de Judá, es llamado para
ejercer su ministerio profético en el reino de Israel (Am 7,12). Esto ya de por sí
encerraba un gran problema para Amós, puesto que no pertenecía a las tribus del
norte. Y es justamente lo que intenta reflejar este pasaje donde el sacerdote de
Betel, Amasías, le ordena que prácticamente regrese de dónde vino. Amós plantea
claramente por qué profetiza: él no asume su profetismo como una profesión, él ya
tiene sus ocupaciones propias (pastor y cultivador de sicómoros – Am 7,14); y le
hace ver a Amasías que hay una voluntad superior que le anima a continuar su
ministerio purificando la verdadera naturaleza de la vocación al servicio del pueblo.
Por ello, molesta al rey y a los intereses del sacerdocio cismático de Betel que
parece sí está emparentado con la institucionalidad de quedar bien con el rey
desorientando del verdadero culto al pueblo (Am 7,13). La fortaleza de Amós no se
enmarca en una lucha de poder, sino en la búsqueda de la voluntad de Dios, del
discernimiento de su acción en favor de su pueblo. No se enfrenta al sacerdote
porque tenga un conflicto personal con él; es llamado por Dios a guiar al pueblo en
la verdad y ésta muchas veces duele, afecta, desestabiliza; es que es la Palabra de
Dios (Am 7,15).
Es esta búsqueda de la voluntad de Dios, la que nos presenta san Pablo en su
exhortación a los efesios como un plan misterioso de redención que se nos ha
manifestado portentosamente en Cristo (Ef 1,9). Y en ello, solo nos queda bendecir
y alabar la gloria del Padre, porque en su Hijo, el Amado (Ef 1,6), nos ha elegido
para ser santos (Ef 1,4), para ser sus hijos por adopción (Ef 1,5). Cristo se
convierte en el Mediador seguro de este plan de redención y de esta manera al
recibir esta buena noticia de salvación (Ef 1,13) somos marcados a una dignidad
que aún no conocemos pero que pregustamos de alguna forma hasta el momento
oportuno donde toda la creación sea recapitulado en Cristo (Ef 1,10). Sin duda, una
maravillosa reflexión del misterioso plan de redención del Padre que redunda en la
fidelidad de los santos unidos en Cristo en el discernimiento cotidiano de esta
voluntad salvífica que sobreabunda en gracia.
El evangelista Marcos nos relata este primer envío de sus discípulos en medio de
una controversia inicial: la lucha contra el poder del mal. Marcos insiste en la
manifestación del poder de Dios en Jesús con la expulsión de los espíritus impuros,
las sanaciones de las enfermedades y la enseñanza. Se van suscitando dos
reacciones: la de asombro por parte del pueblo y de sus propios discípulos y la de
rechazo y resistencia por parte de las autoridades religiosas judías. No parece ser el
momento indicado, pero es preciso que el discípulo vaya experimentando la tarea
misionera, de caminar con lo indispensable (Mc 6,9), de compartir la suerte del que
anuncia mensajes de paz obviamente con el riesgo de que quizá no sea escuchado
(Mc 6,10); aunque sin llegar todavía a tocar propiamente el tema del conflicto
mayor, que sobrevendrá luego con el dilema de la cruz. Por ello quizá el evangelista
quiera resaltar la euforia de este primer envío, exagerando incluso en el quehacer
del discípulo en algo que no estaba precisado en el autoridad encomendada por
Jesús (cf Mc 6,7 con 6,13); pero que es parte justamente de este deseo inicial de
hacer lo que hace Jesús.
No es fácil discernir la voluntad de Dios en tiempos de conflicto. Nos resulta
siempre muy oscuro hacer el esfuerzo de encontrar juntos lo que Dios nos pide. No
está mal motivarnos a emprender proyectos que nos beneficien y que ayuden
también a los demás; pero a veces es necesario, guardar momentos de pausa, para
saber si realmente esto que vamos haciendo realmente nos ayuda a ser mejores
personas, a ser santos. Por ello, el tema no está tanto en los protagonismos, sino
en lo que nos pueda ayudar a discernir mejor la voluntad de Dios. La cerrazón y la
terquedad; la intolerancia y la violencia nunca ayudarán a ello; pero tampoco el
desánimo y el conformismo. Hay un deseo divino latente; y en Cristo todo esto
cobra sentido. Nosotros los cristianismo tenemos la exigencia porque conocemos
esta verdad; no hagamos de esto un patrimonio de pocos,ayudemos, provoquemos
el diálogo y seamos colaboradores en las buenas ideas de hacer esta realidad cada
vez más cercana a la realidad del Reino. Aún a pesar de ello, aunque nuestras
fuerzas se agoten en ello, hay una esperanza de saber que la semilla del evangelio
anunciada por el mundo, hará posible que se continúe. Este es nuestro ministerio y
vocación. Para esto hemos sido llamados. No olvides que también a través de ti,
como dice el salmo de este domingo: “Dios habla de paz a su pueblo y a sus fieles”.
Que este deseo de paz y salud de parte de Dios sea de verdad nuestra motivación
para orientar siempre nuestras decisiones.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)