Comentario al evangelio del Viernes 27 de Julio del 2012
En la Palabra de hoy el profeta Jeremías nos ofrece un motivo para la esperanza. El Señor pide volver
la vista a Él y nos promete pastores a mi gusto que os apacienten con saber y acierto.
Seguro que más de una vez hemos pedido al dueño de la mies que nos envíe buenos pastores, personas
con carisma que tiren del carro y que nos orienten en nuestra labor misionera.
En estos tiempos en los que los “frutos pastorales” son cada vez más escasos (menos jóvenes en los
grupos, disminución de vocaciones religiosas y sacerdotales,...), tenemos la sensación de estar
perdidos, de no saber muy bien qué hacer o por dónde ir. Todos andamos buscando nuevos caminos y
personas que aporten luces sobre esta realidad. Asistimos a charlas, hacemos cursillos, ensayamos
nuevas experiencias pastorales,... pero no acabamos de dar con la respuesta acertada. Quizá nos toque
vivir confiando en la promesa del Señor, vivir sabiendo que Él no nos abandona, que sigue velando por
su viña y sigue enviando pastores, aunque nosotros no los percibamos.
En el Evangelio Jesús nos explica la parábola del sembrador. Nos habla de la diferencia que hay entre
los que escuchan la Palabra y la comprenden, y los que la escuchan pero no la comprenden. Muchos
pensarán que en este mundo, con tantas “interferencias”, es difícil no sólo comprender, sino el mismo
hecho de escuchar. Y es cierto, pero los mayores “ruidos” quizá no vengan del exterior, sino que los
tengamos en nuestro interior. Nuestras raíces son débiles, somos inconstantes; el orgullo, el afán de
tener, el egoísmo... son zarzas difíciles de arrancar de nuestro corazón. A lo largo de la vida vamos
ganando distintas batallas (terminamos una carrera, vamos sacando adelante una familia, vemos los
frutos de nuestro trabajo,...), pero se nos resiste la batalla que mantenemos en nuestro interior por
desterrar esas zarzas que a veces nos ahogan y no dejan salir lo mejor de nosotros mismos.
Gracias a Dios, en nuestro corazón también hay lugar (y mucho, por cierto) para la tierra buena. Todos
tenemos la experiencia de sentir que la Palabra resuena con fuerza en nuestro corazón y de entregarnos
de verdad. El haber degustado esta experiencia, el ver que es en esos momentos cuando nos sentimos
más plenos, es lo que nos anima a reforzar nuestras raíces y a querer desterrar del corazón las piedras y
las zarzas que no nos dejan ser nosotros mismos.
Ojalá que la semilla sembrada en nuestros corazones dé mucho fruto.
M.E.