Comentario al evangelio del Miércoles 01 de Agosto del 2012
Queridos amigos:
No, el reino de Dios, las cosas de Dios, no son cantidades despreciables. Ni son como materia
desdeñable, bisutería, baratijas. Son lo más valioso. Ningún precio es demasiado alto para obtenerlas,
hay que venderlo todo. Recordamos el proverbio: «Quien quiere comprar a Dios y se guarda el último
céntimo, es un tonto, porque a Dios solo se le compra con el último céntimo».
A esto se lo llama “el principio del todo” (G. Lohfink) o la norma de la totalidad. Los santos lo han
vivido. Basta espigar unos pocos ejemplos: «mi Dios y mi todo» (San Francisco de Asís, y lema de los
franciscanos); «ámalo totalmente» (Clara de Asís); «tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi
memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer; vos me lo disteis, a vos, Señor,
lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me
basta» (Ignacio de Loyola, cuya memoria celebrábamos ayer); «Ya toda me entregué y di / y de tal
suerte he trocado / que mi Amado es para mí / y yo soy para mi amado» (Teresa de Ávila); «A Dios
toda la gloria, al prójimo toda la alegría, a mí todos los sacrificios» (María Bertila Boscardin).
¿Estamos dispuestos a vivir la economía del todo? ¿Nos asusta ese principio?
Vuestro amigo
Pablo Largo
Pablo Largo, cmf