XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
(II Reyes 4:42-44; Efesios 4:1-6; Juan 6:1-15)
Hay un dicho en el mundo del circo: “Jamás sigas al malabarista”. ¿Por qué?
Porque el malabarista siempre deja a todos maravillados. No importa que mucha
gente pueda hacer malabarismos con tres o aun cuatro pelotas; la acción siempre
llama la atención como una casa ardiente. En el evangeliohoy la gente viene a ver
a Jesús como si fuera malabarista.
Jesús ha ganado fama como sanador. El Evangelio según San Juan informa que él
ha curado a enfermos en Cana y Jerusalén. Ya llega de nuevo a Galilea con mucha
gente acompañándolo con esperas a ver otro hecho maravilloso. En este sentido las
cosas no han cambiado en los dos milenios. Nosotros también seguimos buscando
novedades – sean los “reality shows” o la versión del IPhone más actualizada. A
penas sentimos satisfechos con el mundo cotidiano. No, son la estratósfera de los
pudientes que nos interesa.
Pero Jesús quiere que cuidemos a uno y otro en nuestro ambiente. Quiere que
seamos buenos prójimos, primero a nuestros familiares y vecinos, entonces a la
gente en otras partes, particularmente a aquellos en más necesidad. Para
ejemplificar su deseo, se preocupa por el bien de la muchedumbre. Pregunta a
Felipe: “¿Cómo compraremos pan…?” para la muchedumbre que lo sigue. Por
supuesto, él sabe lo que va a hacer, pero para estimular el pensar de sus discípulos
en los demás, hace la pregunta.
Entonces Jesús toma el poco pan que hay, da gracias a Dios Padre, y lo reparte
entre toda la gente presente. Como en el tiempo navideño, de repente hay más
comida que se puede consumir. Sin embargo, es ni la cantidad de comestible ni su
cualidad que distingue esta comida de todas las otras. Más bien, es el espíritu de
preocupación por los demás. Más que la comida al cuerpo, Jesús comparte una
nueva manera de vivir, sin egoísmo y con la caridad. Es el modo de las familias
que siempre encuentran espacio en sus casas para parientes y pobres del campo.
Raramente estas familias tienen grandes dificultades. Mucho más probable,
abundan en frutos tanto materiales como espirituales por su fidelidad al Señor. En
una familia dos hijos han regresado de la universidad para el verano. En su casa se
ve una continua procesión de jóvenes visitando, comiendo, y jugando. Todos se
convergen allá no porque los padres son ricos, sino porque son magnánimos, eso es
con grandes ánimas. No son indulgentes, sino comprensivos de las faltas. No son
altaneros, sino simpáticos con todos. En el evangelio los discípulos de Jesús
recogen doce canastos de pan que indica la vida en abundancia que Jesús viene a
compartir. No la abundancia de palacios colmados de electrodomésticos sino la del
alma llena de amor.
Sin embargo, la gente se ciega a la oferta de Jesús. Viendo el hecho poderoso,
quiere llevarse a Jesús para hacerlo rey. A lo mejor piensan: “Si Jesús puede
multiplicar panes, entonces no tenemos que quebrar nuestras espaldas en la
cosecha”. Es como las personas hoy en día que quieren votar por el candidato que
les hará su vida más cómoda. No, señores y damas, esto no es el propósito de
Jesús. Él viene al mundo para recrear a la humanidad en una comunidad de
amor. Él sabe que la transformación requiere un cambio interior más que una
nueva política. Cuando trabajamos por el bien de todos, nos encontramos la
felicidad de los santos. También el converso tiene la verdad: cuando trabajamos
sólo por nuestro propio bien, encontramos la inquietud, no importa tantas riquezas
ganemos.
Algunos de las mejores comidas son los “smorgasbords” en que todo el mundo trae
su plato preferido. La gente no sólo muestra su talento de cocinar sino también su
amor para sus prójimos. Unos traen pan hecha en casa; otros carnes bien
especiadas; aún otros, verduras y ensaladas con un cerco de sabores; y otros, los
postres especialmente preparados. Nadie tiene que quebrar su espalda pero todos
disfruten de una comida de gran cantidad y cualidad. Es así porque se hace con el
amor que nos enseña Jesús. Es así porque se hace con el amor.
Padre Carmelo Mele, O.P.