Como tenga para mis dientes, aunque no haya para mis parientes
Domingo 17 ordinario 2012 B
Con todo y ser tan espiritual, San Juan nos presenta la imagen de un Cristo muy
cercano a los suyos, compadecido de las necesidades de los demás. Un Cristo tan
humano como el que más. Por eso nos refiere que un día Cristo se embarcó con
sus discípulos para llegar a la otra orilla del lago de Galilea con la intención de
instruirlos, pero cuando llegaron, al instante se dio cuenta de la cara de hambre de
las gentes que habían venido de lejos y que no eran precisamente gente
acomodada sino la gente más sencilla, la que había venido por todas las cosas que
se decían él y por las curaciones a los enfermos que él hacía.
Hubo un momento en que Cristo puso en gran aprieto a sus discípulos pues les
manifestó su inquietud y su deseo de darles de comer a las gentes. Efectivamente,
los discípulos no solo no pasaron el examen sino que enseñaron el cobre pues por
sus palabras deducimos que querían comprar pan, como única solución para
alimentar a tanta gente, lo que era imposible en despoblado. A pesar del apuro en
que los metió, uno de los apóstoles le platicó que un muchacho ofrecía sus panes y
sus pescados para que comiera alguna madre o algunos niños, En fin, se veía a
todas luces que su aportación era insuficiente para saciar el hambre de aquellos
miles de gentes, pero Jesús aceptó la muestra de generosidad del muchacho que
quiso renunciar a su propia comodidad para socorrer las necesidades de los demás.
San Juan hace notar que estaban cerca de la pascua, la fiesta de los judíos, pero
celebrada ya no en el templo de Jerusalén, sino precisamente en despoblado donde
Cristo se encontraba La Pascua nos habla de liberación y Cristo quiso hacer de
aquel momento, una muestra de esa liberación divina. Por eso mandó en primer
lugar que las gentes se sentaran. Es de personas libres y civilizadas, sentarse a
comer. Algo que honra a todo hombre libre y lo distingue de los esclavos.
En seguida, Cristo se dirigió al Buen Padre Dios, y elevando sus manos, le dio
gracias y le participó su alegría de poder estar cerca de aquellas gentes y de sus
necesidades. No era entonces una simple multiplicación de los panes lo que Cristo
pretendía, sino hacernos entender que esa hambre que mata a millones de seres en
el mundo cada año, tiene su origen no en deficiencias de nuestro planeta que tiene
riquezas incontables para todos los hombres, sino en el egoísmo de algunos de
ellos, que almacenan y guardan lo que a otros les hace falta. Y con sus propias
manos, después de la bendición de los panes y los pescados que le ofreció el joven,
él se puso a repartirles hasta la saciedad, todo lo que pudieran comer. Todos
quedaron saciados y estoy seguro que guardaron en sus morrales para el día
siguiente, porque el alimento se les dio sin ninguna limitación. Sorprende que al
final, Cristo hubiera pedido que recogieran los pedazos sobrantes de alimento, pues
en el Reino de los cielos nada está de sobra y todos los hombres están llamados a
la salvación.
Cuando hubieron terminado su comida, las gentes, admiradas de lo que habían
presenciado y vivido, aquello de haber comido gratuitamente, a partir de la ofrenda
del joven desconocido, quisieron hacer algo que les asegurara el pan de cada día y
ni tardos ni perezosos, quisieron tomar a Cristo para proclamarlo rey, lo que hizo
que Cristo reaccionara de inmediato, retirándose en seguida él solo a la montaña
para repeler el afán de la multitud de nombrarlo “rey del pan y de la papa”. Ese fue
el principio del fin para Cristo, pues rechazado por las sinagogas y con una multitud
que no entendió sus gestos proféticos, inclinó la balanza hacia los enemigos que
acabarían con su vida. Lo que pudo ser un día de gloria para Cristo, se convirtió en
el momento en que su popularidad comenzó a decaer entre las gentes que lo
habían admirado en otros tiempos.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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