Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Los reveses de la vida
La vida nos sorprende a cada instante y nos visita con dificultades y pruebas, algunas de
ellas casi insuperables. Las pruebas nos purifican como el oro en el crisol. Cuando nos
enfrentamos a un problema que supera nuestras fuerzas, como puede ser una enfermedad
terminal, un secuestro, una ruptura familiar, nos descubrimos impotentes y aprendemos a
implorar, que es el último recurso del que ya agotó todas las posibilidades humanas. La fe
nos ayuda a mantenernos en pie sabiendo que Dios no quiere inviernos perpetuos en la vida
del hombre. El desierto y el invierno sirven para purificarnos de las criaturas, sobre todo de
nosotros mismos, y a cambio nos otorga la paz y la libertad interior.
En el evangelio de este domingo Jesús pone en aprietos a sus apóstoles para probarlos. Hay
una multitud congregada escuchando al Maestro; lo buscan con la esperanza de ser
aliviados de sus penas y enfermedades. De repente Jesús le dice a Felipe que consiga pan
para dar de comer a todo ese gentío, unos cinco mil hombres sin contar a las mujeres ni a
los niños.
Jesús puso a prueba a Felipe como en el Antiguo Testamento fueron puestos a prueba los
elegidos del Señor. Dios le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac. Cuando estaba a
punto de degollar a su hijo, un ángel le detuvo la mano y le dijo: “Abraham, no hagas daño
al muchacho, ahora veo que temes a Dios pues no le has negado a tu único hijo (Gn. 22,12).
Emblemática es también la vida del santo Job que sufrió toda suerte de males y desgracias
suficientes como para rebelarse contra Dios y maldecirle a la cara. Pero Job soportó todo
con gran resignación y confianza. Se consolaba con la certeza de que todo era fuente de
bendición. Repetía: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, bendito sea su santo nombre”.
Me da la impresión de que la frialdad de muchos cristianos con respecto a Dios parte del
hecho de que vivimos bien y de que tenemos sobradas razones para agradecer los
innumerables beneficios recibidos, pero en el fondo tenemos miedo de que Dios nos visite
con las pruebas. Esos reveses que nos cambian todo en un segundo: un accidente en auto o
avión, un fraude, un desamor, un fracaso.
Las desgracias no son mandadas por Dios, aunque las permite, ¿Por qué? Porque de todo lo
malo que es capaz de hacer el hombre, Dios tiene poder para redimir y dar mayores bienes.
El amor de Dios es más fuerte que el pecado del hombre. Las pruebas son oportunidades
para crecer. Jesús probó a Felipe no para humillarlo, sino para ayudarlo a fortalecer su fe.
Nosotros también somos o seremos probados para que en la soledad más profunda nos
encontremos con la misericordia de Dios.
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