XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE
Padre Pedrojosé Ynaraja
Fue la respuesta que Jesús dio al demonio cuando le tentaba en el desierto. Sentía hambre y
comió más tarde, pero sus palabras entrañan enseñanzas que con frecuencia se olvidan hoy.
El domingo pasado, leído en la misa el fragmento evangélico correspondiente, dejamos a la
multitud saciándose de pan de cebada y pescado en salazón. Equilibrada cena: hidratos de
carbono y saludable proteína. El agua la tenían muy próxima, el lago se la proporcionaba en
abundancia. ¿Satisfecho el Señor? Pues no. Aquel gentío volvería a tener hambre. La
manduca no solucionaría los conflictos de convivencia, no ahogaría la ambición, ni destruiría la
envidia. No serviría para acertar proyectos matrimoniales, inquietudes y penas. De momento
han quedado contentos y le buscan para que les proporcione más, pero el Señor les advierte
que lo que les ha dado es insuficiente. Les recuerda un alimento emblemático que el pueblo
recibió antaño en el desierto, tuvieron maná y necesitaron más y más y al final perecieron.
Habla y promete un alimento que saciará del todo.
Ellos no lo entendían, seguramente los mismos Apóstoles y las mujeres que con ellos iban y
colaboraban, tampoco. Cuando se puso por escrito el episodio, ya se daban cuenta de que
aquella multiplicación de panes y peces, no era más que una anticipación histórica del gran y
completo alimento que sería la Eucaristía. Agua y alimentos, más el aire que respira, le son
necesarios al hombre para subsistir, pero no son suficientes para el logro de la felicidad, ni para
gozar de impulso suficiente para entrar en Vida Eterna.
Lo que vengo diciendo debemos aplicárnoslo a nosotros mismos pero también tenerlo presente
cuando nos encontremos con indigentes, hambrientos en uno o dos niveles. Quiero decir que si
estamos en una situación económica que nos permite comer lo suficiente, no debemos olvidar
la comunión eucarística. Muchas crisis, muchas derrotas, muchas degradaciones morales y
fracasos espirituales, ocurren porque el alma carece de fortaleza, sufre de anemia espiritual. En
la actualidad me relaciono con bastante gente de muy diferentes niveles y procedencias. Como
soy viejo, soy rico en experiencia y conservo buena memoria, de aquí que me encuentre
muchas veces con personas que nos habíamos relacionado hace tiempo y los avatares nos
habían distanciado. Una conversación, después del saludo y el reconocimiento de que
conservamos buenos recuerdos y que aunque arrinconada no desapareció la amistad, puede
ser continuación de otra inacabada de hace 10, 30 o hasta 50 años. Intercambiamos
experiencias, nos enriquecemos mutuamente comunicándonos los logros conseguidos. Nunca
falta por mi parte la pregunta: ¿has conservado la Fe? (San Pablo da gracias a Dios de ello,
IITi, 4,7).
Mis queridos jóvenes lectores, convidad a merendar a vuestros amigos, dad limosna al
indigente, cooperad en ONGs de ayuda, pero no os olvidéis de contagiar vuestra Fe, de dar
razón de vuestro comportamiento y enseñar la atractiva doctrina del Maestro y si están en el
nivel apropiado, invitar a comulgar.