XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Pautas para la homilia
“Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura”
Discurso del “pan de vida”.
La lectura del evangelio de Juan de este domingo nos introduce en la presentación
que Jesús hace de sí mismo como “pan de vida”, discurso cuya lectura
continuaremos en domingos posteriores. Juan nos está hablando de la eucaristía.
Recordemos que el evangelio de Juan es el único evangelio en el que no se describe
la institución de la eucaristía en el relato de la última cena. En su lugar, se narra el
lavatorio de los pies. Para entender correctamente a Juan es especialmente
importante tener en cuenta su peculiar estilo literario. Fijémonos en, al menos, dos
rasgos.
En primer lugar, el mensaje de Jesús se presenta rodeado de equívocos para
quienes lo escuchan. Jesús utiliza un lenguaje teológico y simbólico muy denso que
genera confusión en unos oyentes que suelen interpretarlo de manera literal (como
le sucedía a Nicodemo). A través del diálogo, no obstante, Jesús trata de abrirles el
corazón y el entendimiento.
En segundo lugar, el misterio de la eucaristía es uno de los ejes fundamentales del
evangelio. Aunque no describe su institución, a través de este discurso en
Cafarnaún Juan nos explica su sentido y significado teológico, lo mismo que
pretende al contar el lavatorio de los pies. Juan no presta tanta atención a los
hechos como a su significado.
El miedo a la libertad.
La Iglesia nos invita a leer las palabras y las acciones de Jesús en Cafarnaún en el
marco del Antiguo Testamento.
Yavé, a través de Moisés y los profetas, procura bebida y alimento a su pueblo,
pero los israelitas no acaban de confiar en Él. Todavía está reciente el milagro de
las aguas de Mara, que les ha permitido beber agua dulce en medio del desierto, y
ya vuelve a cundir el desánimo ante las dificultades hasta el punto de que llegan a
añorar la esclavitud en Egipto. La vida en Egipto no era libre, pero era segura.
La ansiada libertad implica sacrificios y abre un horizonte de incertidumbres que
pueden ocasionar miedo. El Miedo a la libertad es, precisamente, el título de una
conocida obra del pensador Erich Fromm donde se analiza desde la psicología, la
sociología y la historia cómo las peores cadenas que pueden atar al ser humano se
encuentran en su interior. Romper las cadenas externas es necesario, pero no
suficiente, para ser libre. Cuándo somos dueños de nuestro destino tenemos que
respondernos a una difícil pregunta: y ahora, ¿hacia dónde caminar?
Jesús acaba de dar de comer a una multitud multiplicando cinco panes y dos peces
y, como los israelitas en el desierto, los que le siguen no acaban de confiar en él.
Por eso les recrimina que no ven “signos”, sino tan slo comida; es decir, no
entienden el sentido profundo de sus acciones, sino que se quedan en la superficie
de las mismas. Incluso, como los israelitas en el desierto, piden más: “¿Y qué signo
vemos que haces tú, para que creamos en ti?”. Ninguna seal es suficiente –por
prodigiosa que ésta sea- para quien no se atreve a confiar.
Jesús es el nuevo maná.
Nada más lejos de los textos joánicos que los esquemas dualistas y espiritualistas.
No debemos caer en lecturas no cristinas de sus simbolismos y sus juegos de
oposiciones. Fijémonos que el camino que marcan las palabras de Jesús es claro:
a) buscad el alimento que perdura, que es el que da vida eterna,
b) ese alimento lo dará aquel que Dios Padre envía,
c) para alcanzarlo hay que creer en su enviado,
d) Jesús es el enviado del Padre y el alimento espiritual que nos da es él
mismo: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que
cree en mí no pasará nunca sed”.
Acercándonos con fe y confianza a la eucaristía, recibimos a Cristo resucitado como
alimento espiritual: es la Palabra de Dios que escuchamos y el pan y vino
eucarísticos que compartimos. Pero el alimento espiritual se da junto con el
alimento material, no al margen de él. El pan y el vino sobre el altar son la
expresión más clara de ello.
No puede haber eucaristía si no compartimos el alimento del cuerpo, si dejamos
que el otro pase necesidad. Tampoco puede haber eucaristía si no tratamos de
colocar a Jesús en el centro de nuestras vidas, si no lo convertimos en nuestro guía
y modelo. Por eso, Juan insistirá: el lavatorio de los pies… Si nos olvidamos de abrir
nuestra vida a Dios y al prójimo, nos pasará como a la gente que seguía a Jesús en
el evangelio de hoy, que no veían “signos”, sino slo comida.
Así, el evangelio de hoy nos presenta a Jesús en la eucaristía como el nuevo maná:
alimento para dar fuerza a nuestro cuerpo y sentido a nuestro caminar. Fuerza y
sentido para superar el egoísmo y el miedo a la libertad que tantas veces nos
encadenan y para caminar confiados a pesar de las dificultades.
D. Ignacio Antón O.P.
Fraternidad de Atocha (Madrid)