La añorada esclavitud
Vivimos entre añoranzas y esperanzas. Es decir, nos quedamos en el
pasado o miramos hacia adelante. Incluso, tenemos la ilusión de confinar a
Dios al reducto inmisericorde del peor estado de nuestra existencia: Allí
donde estuvimos seguros. Nos da miedo lanzarnos en paracaídas en brazos
de la liberación. Lo impredecible nos causa pánico, estrés, dolor en el
camino.
Para los israelitas (primera lectura), el camino del desierto les hace mirar de
nuevo a las “ollas” ya putrefactas en donde comían el pan de la
servidumbre. Lo peor les resultaba lo mejor. Era un sueño que desataba
murmuraciones, frustraciones, rebeldía contra quienes les conducían, en fe
viva, hacia la libertad. La esclavitud es fácil, basta sr obsecuente con el
amo. La libertad conlleva todos los obstáculos, todas las dificultades.
Pablo (segunda lectura) nos pide dejar el “hombre viejo” para “vestirse de
la nueva condición humana”. El hombre nuevo es el hombre de la
esperanza. O sea, el caminante, el valiente que otea horizontes inéditos
donde Dios está presente y a donde se llega en despoblado. La esperanza
da crédito a las promesas de Dios de conducirnos a la verdadera libertad.
Al hombre de esperanza no lo encontramos sentado junto a la “olla de
carne”, sino participando del “pan de la vida” (tercera lectura) que lo
capacita para nacer de nuevo, para asumir la novedad no tanto como un
cambio de vestido, sino como una nueva mentalidad. Ésta sí nos reviste de
Cristo que nos invita a dejar las cosas viejas y asumir lo nuevo como el don
de su Espíritu.
Cochabamba 05. 08. 12
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com