Le picaron la cresta a Jesús
Domingo 18 ordinario 2012 B
Un momento crucial en la vida de Cristo lo constituyó la multiplicación de los panes
que desembocó en la tremenda discusión con las gentes que querían a toda costa
hacer un Cristo a su medida, como habían pretendido que Dios estuviera a su
servicio en el camino del desierto, so pena de negarle su fe y su confianza.
Sucede que las gentes que habían probado el pan y los pescados que Cristo había
les dado a manos llenas a partir del obsequio de un joven, de inmediato quisieron
tomar a Jesús y declararlo rey, pero rey del pan, ¡Tanto era su entusiasmo! Pero
Cristo se escapó y se fue él solo a la montaña. Al día siguiente fueron a buscarlo
llenos de entusiasmo, hasta la ciudad de Cafarnaúm donde Cristo había establecido
sus reales. Pero ocurrió que Cristo conoció de inmediato sus intenciones y a boca
de jarro les hizo saber que ellos le buscaban no por su persona, ni por su misión ni
por la salvación que quería proporcionarles, sino por el pan que habían comido
gratis el día anterior. Esto cayó muy mal en el ánimo de aquellas gentes, que en un
momento lo buscaban para aclamarlo y gozar de sus beneficios, pero que un
instante después fueron capaces de pedir un nuevo milagro para seguir creyendo
en él. Por supuesto que se acordaron del maná que Moisés les había dado a sus
antiguos padres en el camino del desierto, que ellos consideraban un pan bajado
del cielo. Y Cristo declara solemnemente que ese pan ni era del cielo, ni era
definitivo y finalmente no era obra de Moisés sino de Dios mismo que así quería
mostrar su benevolencia a aquellas gentes que no lo merecían y que
constantemente dudaban de él y de su enviado Moisés.
Aunque no quisieron creer en la superioridad de Cristo sobre Moisés, Cristo fue
descubriendo una y otra vez, muy machaconamente, que su Padre era el que les
daba verdaderamente el pan del cielo: “Porque el pan de Dios es aquél que baja
del cielo y da la vida al mundo”. Esto es lo verdaderamente interesante para
nosotros los cristianos, que nos hemos acostumbrado a un Dios que tiene que estar
sujeto a nuestros caprichos y a nuestros deseos, so pena de decirle que o no
creemos en él, o que es malo y no nos comprende o que no nos da lo que nosotros
merecemos, incluso llegamos a acuar frases como aquella de: “qué pecado habré
cometido para que me trate de esta manera…”. Además, tendríamos que volver a
replantearnos desde esta perspectiva, nuestra asistencia a la Eucaristía dominical,
considerando a Cristo verdaderamente como el pan bajado del cielo y que puede
darnos la vida, la vida para el mundo, como Cristo lo afirma, pero también la vida
para el alma del cristiano. Y aquí también cabría otra frase acuñada por la sabiduría
popular: “Cargados se agua y muertos de sed”, pues nada más observar las caras
de los cristianos en Misa, unos que desconsideradamente llegan tarde, otros que
asisten distraídamente y sin ninguna muestra de que están asistiendo a un acto
importante, y otros que finalmente aunque hayan guardado cierta compostura, al
momento en que el sacerdote les muestra el pan convertido en el Cuerpo del
Señor, sencillamente lo ignoran, se sientan cómoda o incómodamente, mirando el
reloj para ver a que horas termina la procesión de los que sí se acercan a recibir
“el pan de vida”.
Aunque las gentes se empecinaron en no querer entender el mensaje de Cristo,
podemos quedarnos con aquella peticin que le hicieron: “Seor, danos siempre de
ese pan”, y tendríamos que volver a escuchar pero ya dirigido a nosotros el sublime
mensaje: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree
en mí nunca tendrá sed”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx