Domingo XVIII del tiempo Ordinario del ciclo B.
Meditación de JN. 6, 24-35.
Introducción.
Estimados hermanos y amigos:
El pasado Domingo XVII del tiempo Ordinario, al meditar JN. 6, 1-15, recordamos
cómo Jesús alimentó a una gran multitud, y cómo aquella gente quiso hacerlo su
rey en contra de su voluntad, con tal de que atendiera sus necesidades materiales.
Para Jesús, el hecho de extinguir las carencias materiales de sus oyentes era muy
importante, pero, en el texto que estamos considerando, no multiplicó el pan
exclusivamente para saciar el hambre de la multitud, pues también lo hizo para
que, quienes queramos ser sus seguidores, busquemos ser alimentados con el pan
de vida, sobre el que meditaremos hoy, y los Domingos sucesivos.
1. La multitud siguió a Jesús para obligarlo a cumplir su voluntad.
"La gente, por su parte, al ver aquel milagro, comentaba: -Este hombre tiene que
ser el profeta que iba a venir al mundo. Jesús se dio cuenta entonces de que
pretendían llevárselo y hacerle rey, y se retiró de nuevo a la colina él solo... Al día
siguiente, la gente que continuaba al otro lado del lago advirtió que allí solamente
había habido una barca, y, por otra parte, sabían que Jesús no se había embarcado
en ella con sus discípulos, sino que éstos habían partido solos. Llegaron entre tanto
de la ciudad de Tiberíades unas barcas y atracaron cerca del lugar en que la gente
había comido el pan cuando el Señor pronunció la acción de gracias. Al darse
cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se
dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús" (JN. 6, 14-15. 22-24).
La multitud se sorprendió de cómo Jesús fue capaz de alimentar a miles de
personas con recursos muy escasos, y de cómo apareció junto a sus discípulos sin
haberse embarcado con ellos. Jesús no quería que nadie se sorprendiera por causa
de las obras que hacía, sino que sus oyentes lo aceptaran como Dios y Salvador. El
texto que estamos considerando, nos invita a cuestionarnos sobre la causa por la
que creemos en Jesús, con tal de que pensemos si somos los creyentes que el
Señor desea.
Quienes no pudieron hacer a Jesús rey a la fuerza el día anterior, buscaron a
Nuestro Señor, con tal de lograr su propósito.
Jesús aprendió a realizar el trabajo de San José durante los años de su infancia, y
fue ayudante de su padre adoptivo durante mucho tiempo. Dado que el Mesías no
era miembro de una familia poderosa la cual no tenía que trabajar para sobrevivir
por disponer de un a inmensa fortuna, era consciente de la importancia que tienen
los bienes materiales, pero, para el Hijo de María, y sus fieles seguidores, también
es muy importante, la relación que cultivan, con Nuestro Santo Padre.
¿Cómo podemos saber si Dios existe, si no hemos experimentado su acción en
nuestra vida?
En la Biblia se narran casos de personajes que le pidieron a dios señales que les
demostraran su existencia, las cuales les fueron concedidas, porque no fueron
exigidas con la intención de someter a Yahveh al cumplimiento de los caprichos de
los hombres, sino que fueron pedidas con la humildad y confianza que deben
caracterizarnos cuando elevemos nuestras peticiones al cielo.
"Le encontraron al otro lado y le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo llegaste aquí?
Jesús les contestó: -La verdad es que me buscáis no por los milagros que habéis
visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros. ¡Ojalá no os preocupase tanto el
alimento transitorio y os esforzaseis por conseguir el duradero, el que da vida
eterna! Este es el alimento que os dará el Hijo del hombre, a quien Dios Padre ha
acreditado con el sello de su autoridad" (JN. 6, 25-27).
El día en que seamos juzgados para que Dios sea glorificado cuando haga triunfar
el bien sobre el mal, cuando sean examinadas nuestras intenciones en la presencia
de Nuestro Santo Padre, no queremos que Jesús nos diga que fuimos sus
seguidores en esta vida para comprometerlo a hacer milagros en nuestro beneficio.
Es cierto que nuestra fe no puede ser plena hasta que no acaece algún hecho
mediante el que nos convencemos de que Dios existe y actúa en nuestra vida, pero
El no quiere que seamos seguidores de Jesús para forzarlo a beneficiarnos, sino por
amor, tanto a El, como a nuestros prójimos los hombres, en quienes tenemos la
oportunidad de servirlo, atendiéndolos en sus carencias espirituales y materiales.
Los bienes materiales son muy importantes para nosotros, y, tal como indiqué
más arriba, Jesús era consciente de esta realidad, porque se ganó el pan con el
sudor de su frente, durante los años que fue trabajador.
A pesar de la importancia que tienen los bienes materiales, muchas veces nos
sucede que vivimos intentando extinguir nuestras carencias temporales, y nos
olvidamos de nuestro crecimiento espiritual, lo cual puede conducirnos a perder la
fe que nos caracteriza. Los cristianos tenemos que cubrir nuestras necesidades
básicas, y no hacemos nada impropio al intentar mejorar nuestra posición social si
se nos ofrece tal oportunidad, pero también tenemos la necesidad de esforzarnos
para aumentar nuestra fe y relacionarnos con nuestros prójimos los hombres, en
quienes tenemos la oportunidad de vislumbrar la imagen de Dios.
Mientras que los bienes materiales solo cubren nuestras necesidades durante los
años que vivimos en este mundo, el pan que Jesús nos da, es un alimento de
carácter eterno. Jesús es el pan de la vida que alimenta nuestro espíritu, y nos
dispone a vivir en la presencia del Dios Uno y Trino, plenamente purificados. Los
católicos celebramos la Eucaristía, porque mantenemos la creencia de que nos
encontramos con el Señor en las Misas en que participamos, lo recibimos como
alimento espiritual al comulgar, y ello nos posibilita para desear que toda la
humanidad sea una sola familia, -la familia de Dios-, y nos anima a trabajar para
lograr tan ansiado propósito, con la esperanza de que no nos faltará la asistencia
del Espíritu Santo, para lograr nuestro objetivo.
Jesús es el pan de vida cuyas enseñanzas estimulan nuestro crecimiento
espiritual, porque Nuestro Santo Padre lo ha autorizado para que nos asista y
redima.
2. ¿Por qué nos pide Jesús que lo aceptemos como Dios cuando nos convencemos
de que el Padre, el Hijo y el Paráclito existen y actúan en nuestra vida?
"Ellos le preguntaron: -¿Qué debemos hacer para portarnos como Dios quiere?
Jesús respondió: -Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en su enviado. Ellos
replicaron: -¿Cuáles son tus credenciales para que creamos en ti? ¿Qué es lo que tú
haces? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la
Escritura: Les dio a comer pan del cielo. Jesús les respondió: -Yo os aseguro que no
fue Moisés el que os dio pan del cielo. Mi Padre es quien os da el verdadero pan del
cielo" (JN. 6, 28-32).
¿Nos hemos preguntado en alguna ocasión qué quiere Dios de nosotros?
¿Por qué nos ha concedido Dios la dicha de creer en El, y de anhelar la salvación
que nos ha prometido si le permanecemos fieles?
A lo largo de los años que he predicado la Palabra de Dios, tanto en el mundo real
como en el virtual, he conocido muchos testimonios de pobres, ancianos y
enfermos, que se han cuestionado sobre lo que Dios quiere de ellos, y sobre las
posibles causas de su sufrimiento. No debo abordar la cuestión del sufrimiento en
esta meditación para no alargarla excesivamente, pero, con respecto a lo que Dios
quiere de nosotros, independientemente de nuestra condición social, y de nuestro
estado de salud, es que creamos en Jesús, y seamos sus imitadores.
Tal como los judíos interrogaron a Jesús sobre sus credenciales para que se
sintieran motivados a adherirse al Salvador de la humanidad, antes de que nuestra
fe en el Señor sea plena, también necesitamos saber por qué debemos vincularnos
a Jesús y a su Iglesia.
¿Queremos vincularnos a Jesús para que el Señor resuelva nuestros problemas y
nos enriquezca a nivel material, tal como deseaban que les sucediera quienes
fueron alimentados milagrosamente por el Mesías?
¿Queremos unirnos a Jesús porque hemos descubierto que los hijos de Dios más
admirables son aquellos que son capaces de asumir más responsabilidades, y
deseamos ser colaboradores del Mesías, ya que aún estamos en el tiempo en que
podemos ayudar al Señor a concluir la instauración de su Reino de amor y paz
entre nosotros?
Los judíos le dijeron a Jesús que Moisés alimentó a sus antepasados en el
desierto con el maná, y no les exigió que le dieran su adhesión por ello, indicándole
que debía contentarse si lo hacían rey, a cambio de extinguir sus carencias
materiales, pues era mejor tenerlo como rey, que adaptarse plenamente a su forma
de ser. Evitemos la tentación de adorar a Jesús en las celebraciones eucarísticas,
renunciando a ser imitadores de Nuestro Salvador, en el mundo en que tenemos la
oportunidad de vivir en conformidad con la fe que profesamos.
Quizá pensamos que no es justo el hecho de que, si Dios nos concede un favor,
debamos someternos al cumplimiento de su voluntad durante los años que se
prolonga nuestra vida a cambio de ello, pues consideramos que esto es abusivo por
su parte. Nos es necesario comprender que Dios no nos necesita, así que, si
cumplimos su voluntad, no lo vamos a beneficiar en nada, pero nosotros si vamos a
obtener una gran ganancia, pues vamos a aprender a ser mejores personas.
3. Jesús es el pan que Nuestro Santo Padre nos da.
"El pan que Dios da baja del cielo y da vida al mundo. Entonces le dijeron: -
Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les contestó: -Yo soy el pan de la vida. El
que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed" (JN. 6,
33-35).
Los oyentes de Jesús no comprendían que el Señor les hablaba por medio de la
utilización de símbolos.
Cuando celebramos la Eucaristía, aunque crecemos espiritualmente, según
conocemos al Señor, y nos adaptamos al cumplimiento de su voluntad, nuestras
dificultades no desaparecen misteriosamente, pero son saciadas nuestra hambre y
nuestra sed del conocimiento del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pues ellos le dan
sentido a nuestra vida.
Jesús es el pan que descendió del cielo para vivificar al mundo, pero tal vida no
es la existencia mortal que experimentamos en esta tierra, sino la vida eterna de la
gracia, la abundancia de dicha que experimentaremos plenamente, cuando vivamos
en la presencia de Nuestro Santo Padre.
Digámosle a Jesús:
"Señor, danos siempre de ese pan".
No seamos como los judíos que pensaban en el pan material del que no les
importaba que Jesús dijera que era un alimento espiritual mientras saciara su
hambre.
Recibamos a Jesús como el pan de vida cuya sabiduría nos ayuda a superar unas
dificultades y a sobrevivir a otras que afrontamos y confrontamos durante muchos
años, y nos concederá la vida eterna, en la presencia de Nuestro Santo Padre
celestial.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com