Ciclo B. XVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El evangelio del domingo pasado nos presentaba al Señor realizando el signo
milagroso de la multiplicación de los panes para saciar el hambre de las personas
que disfrutaban con el mensaje que les anunciaba. Hoy el Señor, para quien lo
busca y escucha, les manifiesta que Él es el pan de vida (Jn. 6,35) y el que acude a
su presencia no pasará hambre ni sed.
Jesús les recuerda que lo esencial en Él no es saciar el hambre material, aunque
desea que nadie pase hambre, sino que trae algo más importante y definitivo: la
Palabra salvadora de Dios que es el único alimento que puede saciar
definitivamente el corazón del hombre.
Este evangelio nos sitúa y confronta ante nuestra propia realidad social. Creemos
que cualquier cosa, incluso hasta la más superficial, puede satisfacer y saciar
nuestras necesidades y como no lo conseguimos nos sentimos vacíos, resignados y
pesimistas. La sociedad de consumo nos influye decisivamente, nos manipula y
caemos en la tentación de adquirir muchas cosas innecesarias que nos alienan y no
nos permiten madurar como personas.
“No trabajen para el alimento que perece sino por el que perdura dando vida” (Jn.
6,27). Hay un trabajo que Dios quiere, que interesa al hombre de manera especial
y que nos permite acceder al verdadero sentido de la vida. Consiste en descubrir
las prioridades de la vida, lo esencial que ésta contiene, el proyecto que viene de
Dios y que es el verdadero “pan” de vida. La atención a los asuntos familiares, el
desarrollo del trabajo realizado con entusiasmo y gratitud, el equilibrio interior son
manifestaciones de una vida auténtica. No basta con satisfacer las necesidades
materiales, el cultivo de otros valores será imprescindible para nuestro desarrollo y
maduración personal.
Jesús diariamente en la Eucaristía se nos ofrece como el pan de vida. Escuchar y
compartir la Palabra, asimilarla en la interioridad de nuestro corazón, alimentarnos
con el Cuerpo del Señor para nutrir nuestra fe, serán momentos decisivos para
reconocer la presencia amorosa del Señor. El gesto Eucarístico nos permite
extender el amor del Señor a nuestras relaciones interpersonales para que toda
nuestra vida esté marcada por la alegría de sentir que el Señor nos acompaña en
nuestro diario caminar. El pan que Jesús anuncia y trae da vida eterna, el pan de la
esperanza que jamás muere.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)