DOMINGO 18 ORDINARIO (B)
Lecturas: Ex 16,2-4.12-15; S.77; Ef 4,17.20-24;
Jn 6,24-35
Homilía del P. José Ramón Martínez Galdeano,
S.J.
Palabras de vida eterna
Tras el milagro de la multiplicación de los panes
y los peces, que eran signo y anticipo de la Eucaristía,
el Señor se esfuerza todo lo que puede explicando el
significado del milagro. San Juan lo recoge en el
capítulo más largo de todo su evangelio. El capítulo,
precioso, lleva los rasgos personales de Juan como
narrador y como teólogo. Vive lo que escribe y procura
con mucho cuidado introducir al lector en el misterio,
en el contenido hondo, profundo, intelectual, afectivo y
teologico que contiene. También la Iglesia dedica
cuatro domingos seguidos a exponer a los fieles su
doctrina, como iremos viendo.
Cuando el Papa Juan Pablo II tuvo el gesto de
visitarnos asistiendo al Congreso Eucarístico-Mariano,
en sus discursos se centró en los dos panes de la
Palabra y de la Eucaristía. Los dos son esenciales en la
Iglesia de Jesucristo. Cuando se despide de modo
definitivo, manda que “vayan por todo el mundo y
prediquen el Evangelio” (Mc 16,15;Lc 24,47); y cuando
instituye la Eucaristía en la última cena con sus
discípulos, concluye la consagración del pan y del vino
con este mandato: “Hagan esto en memoria mía” (Lc
22,19; 1Cor 11,23.25). Era una orden y así lo
entendieron. A partir de Pentecostés los creyentes se
reúnen orando, escuchando la Palabra, y celebrando la
Eucaristía, además de aportar de sus bienes para
ayuda de los necesitados (v. Hch 2,42). Iglesia muda o
sin Eucaristía no sería la Iglesia de Jesucristo.
El simbolismo del milagro de la multiplicación de
los panes y peces del día anterior es para nosotros
claro; para aquella gente Jesús se va a esforzar en
explicarlo. El texto de Juan no es tan fácil. Ocurre que
los oyentes tienen actitudes diversas. Los hay desde
personas que encuentran dificultad en entender el
sentido obvio de las palabras hasta otros con gran
agresividad contra Él; unos estuvieron el día anterior
escuchándole, comieron de los panes y peces
multiplicados y lo aclamaron como el Mesías, cuya
esperanza se había multiplicado; otros, tal vez del
círculo más estrecho y asiduo de la Sinagoga, muy
seguros en sus convicciones religiosas, que no
esperaban otra cosa del Mesías, sino la imposición a
todos de las suyas y de su poder. En las intervenciones
de unos se ve una actitud positiva, parece que quieren
entender mejor para actuar bien; en las de otros hay
una fuerte agresividad y rechazo tajante.
Con la obvia pregunta de la gente “¿cuándo has
venido aquí?”, Jesús no se entretiene, sino que inicia
de inmediato el tema del que quiere hablar: “Les
aseguro, no me buscan por los signos que vieron, sino
porque comieron pan hasta saciarse”. “Les aseguro” es
la actual traducción litúrgica, pero no expresa la fuerza
del reproche de Jesús. El texto griego (el primitivo de
Juan) lo pone en hebreo, sin duda por no encontrar
traducción apropiada. tampoco la traducen las
versiones al latín. La palabra hebrea es “amen” y en el
Nuevo Testamento sólo aparece empleada por Jesús y
en el evangelio de Juan siempre repetida: “ Amen,
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amen dico vobis”. Las versiones españolas la
traducían: “En verdad en verdad les digo”.
En hebreo es una expresión muy fuerte, que
enfatiza la importancia superlativa y la total certeza de
lo que se dice a continuación. En este discurso Jesús la
usa cuatro veces, dos en la perícopa de hoy. Así la
expresión de Jesús viene a expresar un reproche duro:
«no lo disimulen ni se hagan ilusiones, ustedes solo
ven que les di de comer, no han entendido nada. El
pan importante es el que da la vida eterna, que yo, por
ser el Hijo del hombre, voy a dar a los que Dios ha
elegido».
Fíjense en que Jesús habla en cuanto “Hijo del
hombre”, es decir con la autoridad del Hijo de Dios,
que se ha hecho hombre por voluntad del Padre para
realizar la misión de salvador y redentor de todos los
hombres. Juan redacta su evangelio para los cristianos
de finales del siglo I; están algo confundidos por
ciertos herejes siembran dudas sobre la naturaleza y
misión de Jesús. Juan escribe (así lo afirma) para que
esos cristianos crean con toda firmeza que “Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y para que con su fe logren
tener la vida en su nombre”, como lo dirá al acabar el
libro (Jn 20,31).
Aquella buena gente no entendió. Jesús quiere
darles otro pan. El pan, que les multiplicó, es como el
de todos los días, “se acaba”. En cambio el pan que les
dará Él, “el Hijo del hombre”, “al cual Dios ha marcado
con su sello” es “el alimento que permanece para la
vida eterna”. Es un pan cuyo efecto de mantener la
vida supera las horas y los días y hace que esa vida
sea eterna.
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Los judíos en general creen en la inmortalidad
del alma y en una vida después de la vida. Las buenas
obras son el medio para alcanzarla. Ahora oyen de un
alimento para ello. Les interesa: “¿Y qué obras
tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios
quiere?”. La pregunta indica una actitud positiva.
“Respondi Jesús: La obra de Dios es ésta: que
crean en quien él ha enviado”. Una vez más aparece la
fe como la puerta de toda gracia. Jesús va e entrar
más a fondo en el misterio. Pero la reacción de los
oyentes es varia.
Hay quienes reaccionan en contra. Piden más y
más milagros. “¿Y qué signo vemos que haces tú, para
que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres
comieron el maná en el desierto, como está escrito:
Les dio a comer pan del cielo”. La respuesta es
agresiva, de sabios conscientes de su ciencia, que no
necesitan aprender de nadie; pasan por alto todos los
testimonios de quienes vieron lo del día anterior; lo
que hizo Jesús nadie sabe lo que fue, el testimonio de
incultos nada vale.
“Jesús les replic: Les aseguro –otra vez la
enérgica expresión antes comentada–, con toda
claridad y fuerza se lo digo que no fue Moisés quien les
dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que les da el
verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el
que baja del cielo y da vida al mundo”. Jesús
simplemente reafirma su promesa y pide fe. No se
trata de repetir lo de Moisés. El pan de Jesús viene del
cielo y además da la vida no sólo a algunos sino al
mundo entero.
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Pero no todos piensan así. Hubo quienes
dijeron: “Seor, danos siempre de ese pan. Jesús les
contestó: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no
pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará
sed”.
Estas palabras están dichas para nosotros. Jesús
es nuestro pan de vida. Tenemos la vida de Dios, que
se nos dio en el bautismo, porque fuimos injertados en
Cristo como sarmiento en la vid. Para que crezca es
necesaria la Eucaristía y la Eucaristía ha de recibirse
con fe. Desde el momento en que entramos en un
templo donde está la Eucaristía, la fe debe sacudirnos:
Dios está aquí. Hagamos la señal de la cruz con fe.
Dirijamos de inmediato la mirada al Sagrario con fe.
Hagamos ante El la genuflexión con fe. Saludémosle.
Abrámosle el corazón con fe. Todo lo que hagamos,
hagámoslo con fe. El que viene así, no pasará hambre;
el que cree así nunca pasará sed.
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