XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: Ef 4,17.20-24
Revístanse den nuevo yo, creado a imagen de Dios
Revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios. La exhortación de san
Pablo en la segunda lectura es despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo,
que exige renovarse en la mente. Esto se manifiesta en el abandono del
comportamiento pagano. Quien quiere revestirse y ser hombre nuevo ha de
alimentarse del manjar nuevo, que es Cristo.
El hombre viejo es el hombre en cuanto sujeto al pecado. San Pablo lo
presenta con tres rasgos: su corazón se ha endurecido, su juicio se ha complacido
en la vaciedad: de los ídolos del poder poseer, placer y parecer, del pecado; su
pensamiento se ha oscurecido. Presenta la conversión como un despojarse del
hombre viejo y revestirse del nuevo. El contenido de esta imagen es el de una
renovación interior y conversión moral. Este despojarse y revestirse lo iniciamos en
el bautismo. Este rito de inmersión fue un despojarse-morir y el de emersión es
revestirse-renacer.
La confirmación, la primera comunión, el matrimonio, la ordenación
sacerdotal, son momentos nuevos del vestido blanco, porque son momentos
nuevos del progresivo “revestirse” de Cristo. La salvación de Dios se nos da como
un vestido que nos distingue y expresa la realidad interior se nuestra vida: la vida
de Dios que se nos comunica en J.C. Por esto, S. Pablo dice que ‘bautizados en
Cristo, nos hemos revestido de Cristo’ (Ga 3, 27). Y concibe la conversión como un
cambio de vestido, un “despojarse” del hombre viejo y vestirse del Hombre nuevo,
revestirse de Cristo, adoptar sus criterios, tener sus sentimientos, vivir su vida.
Dejar un vestido sucio, para vestirse de limpio.
Así, hoy recibimos de san Pablo la invitación a ‘desvestirse’ de los hábitos
viciosos del hombre viejo y a ‘revestirse’ de los hábitos virtuosos del hombre nuevo
(cf. Col 2,8.12), porque hemos sido creados a imagen de Dios, con capacidad para
conocer y amar a nuestro Creador. Nosotros somos la “única criatura en la tierra a
la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24,3); sólo él está llamado a participar,
por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y
ésta es la razón fundamental de su dignidad: “¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de
que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no
fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te
dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser
capaz de gustar tu Bien eterno” (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina
providenza, 13).
Porque toda persona tiene en su constitución el honor, la gloria y la dignidad
de Dios, san Pablo nos exhorta a Revístanse den nuevo yo, creado a imagen de
Dios; porque es el ser con quien Dios dialoga cara a cara ?en el jardín a la hora de
la brisa (Gen 3,8), por que es la realidad que Dios ha creado para sí mismo, para
poner en ella la plenitud de su vida y para estar en comunión con ella, pues
habiendo sido revestida de capacidad, de responsabilidad y de amor, es capaz de
vivir en comunión con todos los seres libres.
Esta identidad cristiana, por tanto, nos exige a no buscarse a sí mismo, sino
revestirse de Cristo y entregarse con Cristo, para participar así personalmente en la
vida de Cristo hasta sumergirse en él y compartir tanto su muerte como su vida. Y
para revestirse de Cristo es necesario que su Palabra habite entre nosotros y en
nosotros con toda su riqueza, y en abundancia; desprenderse de la autosuficiencia
y del egoísmo
Que la intercesión de nuestra Señora de la Soledad nos alcance las gracias
de revestirnos del hombre nuevo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la
santidad de la verdad (Ef 4, 23-24).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)