Solemnidad. La Asunción de la Virgen María (15 de agosto)
MARíA, LA ILUSIÓN DE DIOS
Padre Pedrojosé Ynaraja
No tenía Dios previsto que la llegada de Santa María al Eterno fuera tan pronto
A decir verdad, a Él le gustaba mirar el planeta tierra y ver en él a la Madre del
Hijo, que se había quedado medio escondido, velado su aspecto, aunque realmente
presente, en la Eucaristía
Ahora bien, los hombres con sus ojos complejos: cristalino, retina, cornea y no sé
cuantas cosas más, eran incapaces de ver la realidad oculta en la Hostia
consagrada. No acababan de estar satisfechos. No lo entendían, deseaban una
compañía que saciara su necesidad de cariño, de mimo, que les ayudase en
momentos de angustia y de especial necesidad y no la encontraban.
Así como el Planeta azul está dotado físicamente de fuerza gravitatoria,
espiritualmente despide ansias de Trascendencia, que se extienden hasta inmensas
realidades de lo superior más eminente.
Coincidieron el deseo de Dios con los de los hombres y, en consecuencia, Dios-
Padre-Hijo-Espíritu, decidió traerse a María a su vera, no en provecho propio, no.
Fue pura generosidad, como todo lo que sale de su Ser. Y es de esto de lo que os
hablaré ahora.
Se le ocurrió un día, hablo metafóricamente, para Dios no hay días. Recordó,
vuelvo a advertir que para Él todo es actual, pero téngase en cuenta que de alguna
manera he de expresarme.
Vamos al grano. El Señor tuvo presente aquel encuentro en Nazaret con la ingenua,
inocente y fiel Chiquilla. No había tomado precauciones previas, respetando su
libertad con la que a Ella, como a cualquier ser humano, la había dotado y
enriquecido. Le propuso su proyecto, dijo que sí y todo salió bien. Contando ahora
con su tierno amor que había demostrado siempre, supuso que esta vez también
aceptaría y la llamó a su seno.
En el Cielo, junto a Él que la había creado, pegada a Él, que había sido su virginal
Hijo único, dejándose empapar de Él, Espíritu que había amparado su maternidad,
consecuentemente a la decisión divina, permanece fiel, pero no estática, ya que se
ha incorporado totalmente al plan de Dios.
Cuentan los de entonces, lo que les tocó tener en cuenta. Tan excelente Señora, no
podía huir de incognito de la tierra, hubiera sido conducta incorrecta. Tampoco
precisaba una despedida apoteósica, no era amiga de satisfacer vanaglorias.
Llegaron los amigos de su Hijo, le prepararon un sepulcro en un lugar emblemático.
Era un olivar propiedad de una amiga, daba buenas aceitunas, que allí mismo las
convertían en aceite. No era eso lo que a Ella le sugería el lugar. Allí, según le
habían contado, su Hijo se jugó la vida por los hombres. Permaneció orando largo
rato. Dudó. No hay que extrañarse de ello, era hombre, semejante a todos, excepto
en el pecado. La duda corroe el interior, sometiéndolo al tormento de la angustia.
Todo Él se conmovió, hasta llegar a una patética agonía. Se dejo prender, hubiera
podido huir fácilmente a la vecina Betania, pero no eran esto el plan del Padre.
Cuando se lo contaban a Ella, se conmocionaba como se emocionó cuando, por
primera vez, oyó que la llamaba mamá. Como cuando le dijo que marchaba al
Jordán, con todas las consecuencias que el encuentro con el Bautista suponían.
Como cuando respondió a su insinuación, cambiando el agua de unos depósitos en
buen vino, allá en Caná. Como cuando sus miradas se cruzaron, Él en la cruz
agonizando, ella tratando de infundirle coraje y consolarlo. Todo en la vida del
Señor se había acelerado a partir de Getsemaní, de aquí que Ella quisiera que su
cuerpo reposase en tal lugar. No sabía, ¡tantas cosas ignoraba!, que los planes de
Dios eran muy otros.
No iba a reposar en aquella roca, laboriosamente aplanada, no. Dios y nosotros la
necesitábamos, existiendo de otra manera.
Si cualquier punto de un infinito, puede ser su centro, situarla en lo Trascendente,
era tenerla próxima a Sí, y hacerla próxima a todos nosotros, sin importar el lugar
del espacio en que los humanos se situasen, ni la época en que vivieran. En
realidad, no se trataba de un sitio concreto, era otra la realidad de su existencia.
Se durmió, ¿o tal vez murió? Nadie lo sabe exactamente. Dejaron que su cuerpo
reposara. Sin saber nadie cómo, fue elevada, asumida en su totalidad, al Cielo.
Quedó equidistante e intemporal y próxima, paradójicamente, junto a cualquier
persona, siempre que, por su parte, la quisiera a su lado.
Ella había vivido en un poblado, sabía conversar con amigos, con vecinos y con
desconocidos transeúntes. Había trabajado, sabía lo que era el cansancio. Se había
quedado viuda. Su corazón había sangrado al perder la compañía de su fiel marido.
El sufrimiento corporal y el dolor espiritual no le eran ajenos. Había jugado de
pequeña, sabía cocinar, amasar la harina, tejer en casa, dar de comer al jumento y
al perrito. ¿Se iban a desperdiciar todos estos conocimientos? ¿la separación de la
tierra los iba a suprimir? .
Abrazada a Dios, escuchó entonces la misión que se le encomendaba. No debía
olvidarse de los suyos. Desde el Eterno, todo y todos, resultaban contiguos.
Empapada de Amor, se sentía solidaria con los más necesitados, quería consolarlos
y Dios le dijo que sí, que se aproximara, que si era preciso, podía, de alguna
manera, recobrar su apariencia física anterior y hacerse visible. Y Ella se alegró de
su misión, que era misión divina.
Por supuesto que en llegando al Cielo y enterarse de estos planes, se apresuró a
cantar un nuevo el Magnificat que desconocemos, pero que esperamos que al
encontrarnos con Ella, de inmediato nos lo enseñará. Abrió su corazón para que
entrara en él quien necesitara y quisiera consuelo y Amor. En íntimos encuentros,
en ciertos casos, en singular confidencia, podía explicar, y por ende ayudar, a quien
a Ella se encomendase.
Y la vieron y escucharon algunos, en diversos momentos y lugares, y conservando
el recuerdo, trataron de perpetuar su apariencia física, envueltos como estaban en
tan singular experiencia. Se confundían las imágenes de la visión, con las de sus
mujeres más queridas. Y en Montserrat fue Señora coronada. En Zaragoza, pese a
verla diminuta, llenó de coraje a quienes la invocaban. En el Pirineo, fue pastora de
Nuria. Más recientemente para nosotros, acordaos de que en el Eterno no existe ni
pasado, ni presente, ni futuro, todo es actual. Como nosotros sí creemos percibir el
ayer, hoy y mañana, por eso decimos que modernamente, en una gruta se
encontró con una inocente niña, ocurrió en Lourdes. En otro momento, el encuentro
fue con pastorcillos, en Fátima. No muy lejos se confió a gente joven en La Salette.
¡Tantas otras entrevistas han sucedido y continúan ocurriendo!
¿De qué les hablaba a los afortunados confidentes? Lo que les comentaba, pedía o
advertía, no era nada extraño a lo que su Hijo había predicado. Trataba de decir las
palabras oportunas, con signos que les convencieran de la legitimidad de la
revelación que les hacía, de aquí que, en algunas ocasiones, sellara la comunicación
con milagros convincentes y llenos de amor…
Hoy, 15 de agosto, la imaginan algunos yacente, dormida en paz y satisfecha de su
vida, íntimamente unida al Hijo de Dios. Otros con mentalidad de sabios físicos, la
representa subiendo como si fuera un globo (y que me perdone Ella la frivolidad de
la expresión), desde las antípodas dirán que se alejaba, son los enredos que se
hace el hombre, prisionero del espacio y del tiempo. Ni la una ni la otra,
corresponden a su actual existencia: ni reposa, ni se aleja. Está alerta, observa la
historia y trata de que los hombres vivan de acuerdo con los planes del Altísimo. Lo
va comunicando quedamente, no le importa repetirse en sus mensajes. Lo que
siempre es nuevo, lo que se estrena en cada encuentro, es el amor, pese a que sea
invariablemente el mismo. Amor de madre, que acerca al Amor de Dios.
Que cada uno se la imagine como mejor le parezca, que acuda al lugar que le
resulte más atractivo o que se encierre en íntima soledad y silencio y allí la
escuche.
Mi oración solo se dirige a Dios, es un acto interior de adoración, que solo a Él
puede irle encaminado. A María la invoco. En el encuentro, continúo descubriendo
que Ella es la ilusión del Señor.
Observo que muchos matrimonios se divorcian. Las amistades se diluyen. La
familia, tan apreciada en teoría, no resiste rivalidades entre hermanos, o compartir
herencias. Nuestro mundo acumula decepciones. En mi encuentro con la Virgen,
descubro que ella atesora el ensueño de Dios sobre los hombres, el afán que quiere
con ternura, volcarse en mí, nunca me olvida. Y salgo siempre del encuentro,
habiendo recobrado juventud espiritual.
Desde pequeño participé diariamente en la plegaria familiar, ante una imagen de la
Virgen del Carmelo. Vi a mi padre, más de una vez, caminar descalzo algunos
kilómetros, hasta la ermita de Sieteiglesias, en su Matapozuelos natal. Iba a
solicitar ayuda, volvía a dar las gracias. En Nazaret, donde Ella dijo al Señor sí, yo
he rezado muchas veces y he recobrado coraje para decir también siempre yo sí a
Dios. En Getsemaní, junto a la losa, donde reposó, o debía reposar, su cuerpo, he
deseado y solicitado que me acompañe en la hora de la muerte
Hoy, quince de agosto, pascua de Santa María, debe cada uno invocarla
especialmente. En cualquier sitio, imaginando la apariencia física que le sea más
apropiada. Con seguridad recobrará Esperanza, que tanta falta a todos nos hace.