Domingo XIX del tiempo Ordinario del ciclo B.
Démosle nuestra plena adhesión a Jesús.
Meditación de JN. 6, 35-51.
Nota: Aunque el Evangelio que meditaremos en la celebración eucarística de hoy
comprende los versículos 41-51 de JN. 6, me he tomado la licencia de añadirle los
versículos 35-40 del citado capítulo del cuarto Evangelio a esta meditación, porque
ello hará más fácil la comprensión del presente trabajo.
1. ¿YO soy el pan de la vida.
"Jesús les contestó: -Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá
hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed" (JN. 6, 35).
El pasado Domingo XVII del tiempo Ordinario, al meditar JN. 6, 1-15, recordamos
cómo Jesús alimentó a una gran multitud, no solo con la intención de saciar su
hambre, pues también lo hizo, con la intención de que se esforzara para ser
alimentada con el pan de la vida, el alimento que podía disponerla a ser purificada y
santificada, con tal de hacerla apta para vivir en la presencia de Nuestro Santo
Padre.
El Domingo XVIII del tiempo Ordinario, al meditar JN. 6, 24-35, vimos cómo la
multitud quería hacer de Jesús su rey, con tal de que el Señor no permitiera que
tuviera carencias, pero veía excesiva la petición que el Señor le hizo para que
pudiera alcanzar la salvación, la cual consistía en que lo imitara con la mayor
perfección que le fuera posible.
Los judíos le dijeron a Jesús que Moisés en el pasado alimentó a sus ancestros
con el maná en el desierto, y no les exigió que se le adhirieran, tal como el Mesías
hizo con ellos, pero el Señor les dijo que no fue Moisés quien alimentó a sus
antepasados en el desierto, ya que fue Nuestro Santo Padre quien les envió el
alimento celestial.
Jesús estaba en condiciones de pedirles a sus oyentes que le dieran su plena
adhesión, porque El es el pan de la vida que puede saciar nuestra hambre y nuestra
sed espirituales. Jesús no pretende que descuidemos nuestras actividades
temporales, pero desea que seamos más cuidadosos con nuestro crecimiento
espiritual, pues, la urgencia existente de asegurarnos el porvenir en este mundo,
nos obliga a descuidar la santificación de nuestra alma, la cual será uno de los
tesoros que más anhelaremos, cuando Nuestro Santo Padre juzgue a la
humanidad.
2. ¿Necesitamos ver milagros para creer en Jesús?
"Pero vosotros, como ya os he dicho, no creéis a pesar de haber visto" (JN. 6,
36).
Los judíos vieron cómo Jesús multiplicó el pan y los peces y alimentó a la
multitud por medio de la realización de un signo que podría haberles hecho pensar
en la abundancia de dones con que Dios premia la fe de sus hijos y sobre el
alimento que les fortalecería espiritualmente si lo aceptaban, pero ellos no vieron
en tal gesto nada más que la posibilidad de hacer a Jesús su rey, con tal de que el
Mesías limitara su obra salvadora exclusivamente a extinguir sus carencias
terrenales.
Entre los seguidores del Señor había mucha gente pobre y de mala reputación
necesitada de no vivir situaciones marcadas por la miseria, pero, quienes tienen
alguna experiencia en el crecimiento espiritual, saben que a Dios no le gusta que
tengamos una existencia fácil, porque la sobreabundancia de bienes materiales
hace de nuestra alma un desierto, nos hace olvidarnos de la espiritualidad y de la
necesidad que tenemos de amar a nuestros prójimos los hombres, y, además, el
Señor quiere que vivamos en un mundo en que todos seamos hermanos, un mundo
que no ha de construirse únicamente por medio de la realización de milagros, pues
quienes crean en tan apasionante proyecto, deben poner a disposición del Señor
sus dádivas espirituales y materiales, para que Nuestro Salvador haga lo que
escapa a nuestras posibilidades, y así se cumplirá el sueño de Dios de que todos
seamos hermanos, de la misma manera que, los escasos alimentos de un
adolescente fueron utilizados para alimentar a una gran multitud, por medio de una
señal divina, que multiplicó la comida, donde, humanamente, no podían
conseguirse más alimentos.
3. Jesús no te rechazará jamás.
"Todo aquel que el Padre me confía vendrá a mí, y yo nunca rechazaré al que
venga a mí. Porque yo he bajado del cielo, no para hacer lo que yo deseo, sino lo
que desea el que me ha enviado" (JN. 6, 37-38).
Todos los que creemos en Jesús, hemos sido confiados al Señor por Nuestro
Padre celestial, y seremos salvos, porque el Mesías murió y resucitó de entre los
muertos, para prepararnos un lugar en el cielo. Como Jesús sabía que los oyentes
de su discurso creían en el Padre, pero lo rechazaban a El, porque les pidió su plena
adhesión, y no lo hizo para extinguir sus carencias materiales, pues les daba
prioridad a sus carencias espirituales, les dijo que nuestra salvación no se llevaría a
cabo por su voluntad, sino por su sumisión al cumplimiento de la voluntad del
Padre, con tal de que la gente tuviera fe en el cumplimiento de sus palabras.
4. ¿Qué espera Dios de nosotros?
"Y lo que el Padre desea es que yo no pierda a ninguno de los que él me ha
confiado, sino que los resucite en el último día. Mi Padre quiere que todos los que
van al Hijo y crean en él, tengan vida eterna; yo, por mi parte, los resucitaré en el
último día" (JN. 6, 39-40).
Dios quiere que enfoquemos la extinción de nuestras carencias materiales a
nuestro crecimiento espiritual, es decir, que encaminemos nuestros actos de
manera que no nos desviemos del cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo
Padre. Ello será posible si no pensamos en el Reino de Dios como en una utopía
inconcebible, o como en un cielo lejano que cuanto más lo necesitamos cuando
sufrimos más se aleja de nosotros.
Veamos un signo del Reino de Dios en cada ocasión que un desempleado
encuentre trabajo, cuando un enfermo recupere parcial o totalmente su salud,
cuando alguien que esté triste encuentre consuelo, y cuando el concepto de Dios
signifique que estamos dispuestos a hacer de nuestro mundo una gran familia en
que exista un único status social, el cual es el de los hijos de Dios, en que no exista
ningún tipo de carencias, porque todos seamos iguales en dignidad, deberes y
derechos.
5. ¿Quién es Jesús para nosotros, y qué esperamos de El?
"Los judíos comenzaron a criticar a Jesús porque había dicho que él era "el pan
que ha bajado del cielo". Decían: -Este es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su
padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?" (JN. 6, 41-
42).
Los judíos creían que Dios no puede tener hijos porque es un ser espiritual, y que
los hombres, por su condición de pecadores, no podían subsistir en la presencia de
Yahveh, con tal de que la ira divina no los aniquilara, porque la Divinidad, no puede
estar relacionada con el pecado.
Aunque Jesús no hubiera sido conocido por sus oyentes, los tales se hubieran
escandalizado al oírle decir que había descendido del cielo, porque tal expresión,
significaba que, el Mesías, se equiparaba al Todopoderoso. Si al significado de tal
expresión le añadimos el hecho de que el Señor era conocido por sus oyentes, de
entre los cuales muchos le tendrían envidia por su facilidad de arrastrar a las
multitudes, y ellos conocían el origen humilde del Salvador, dado que creían que los
pobres y enfermos eran castigados por su condición pecadora, y que solo los ricos
podían ser bendecidos por Dios, comprenderemos que a Jesús le era totalmente
imposible, hacer que sus oyentes lo aceptaran como Ungido por el Espíritu Santo.
Los judíos querían creer en Jesús, siempre que el Señor cumpliera sus
expectativas. Este hecho nos hace pensar en las razones por las que creemos en el
Hijo de Dios y María. Aceptemos a Jesús porque el Señor nos ama
incondicionalmente, y no pretendamos manipularlo como si fuera un objeto, para
que se limite a cumplir nuestros deseos. Dios, que conoce el pasado, el presente y
el futuro de la humanidad, conoce las razones por las que nos acaecen situaciones
difíciles, y, cuando nos juzgue, responderá todas las preguntas que le planteemos.
6. Alimentémonos con el pan de vida.
"Jesús replicó: -Dejaos ya de criticar. Nadie puede aceptarme si no le es dado por
el Padre que me envió, yo, por mi parte, le resucitaré en el último día. En los libros
proféticos está escrito: Todos serán adoctrinados por Dios. Todo el que escucha al
Padre y recibe su enseñanza, me acepta a mí. Esto no significa que alguien haya
visto al Padre. Solamente aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre. Os
aseguro que quien cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros
antepasados comieron el maná en el desierto, y, sin embargo, murieron. Pero el
pan del que yo os hablo ha bajado del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo
soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el
pan que yo voy a dar es mi carne. La doy para que el mundo tenga vida" (JN. 6,
43-51).
Nadie puede aceptar a Jesús, si tal don no le es dado por Nuestro Santo Padre.
Recordemos las palabras que Jesús le dirigió a San Pedro, cuando lo hizo su
sucesor.
"Jesús le contestó: -¡Feliz tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre te ha
revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos!" (MT. 16, 17).
Nadie ha visto a Dios personalmente, pero Jesús sí lo ha visto, porque, antes de
venir al mundo, estuvo con el Padre en el cielo, y, después de resucitar de entre los
muertos, y de ser ascendido a la presencia de Nuestro Padre común, intercede por
quienes le han sido encomendados.
El conocimiento de Dios que Jesús posee porque procede de Nuestro Santo Padre,
es el alimento que nos dispone a vivir eternamente.
El Cuerpo y la Sangre de Jesús, son el pan y el vino que, por cuya recepción
continua, la formación permanente, la práctica de lo que aprendemos en nuestras
horas de estudio, y la práctica de la oración, nos concederán la vida eterna.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com