XIX Domingo del Tiempo Ordinario B
1 R 19, 4-8; Sal 33; Ef 4, 30-52; Jn 6, 41-52
Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado
del cielo.” Y decían: “¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre
conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?” Jesús les respondió:
“No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha
enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas:
Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a
mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha
visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy
el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este
es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo,
bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le
voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.” Discutían entre sí los judíos y
decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
En el evangelio del presente domingo, el evangelista Juan comienza a señalar una
actitud de los judíos, que expresa la levadura vieja cuando está en el corazón del
hombre, esto es: los judíos murmuraban de él. Lo que nos impide ver los
signos de Dios, no es nuestra falta de fe sino es el rechazo de Dios; pues la
murmuración significa rechazar a Dios, porque pensamos que no ha hecho bien la
historia, es más que un juicio la acción de murmuración, como así lo señalará el
presente evangelio de este domingo.
Hoy dentro de la Iglesia entre muchos creyentes, se percibe una herejía práctica
que los primeros siglos del cristianismo se dio, la del nestorianismo, esto es creer
en Jesús y no en el Hijo de Dios. Hoy se habla mucho de Jesús, del Nuevo Moisés,
del Redentor, pero no como Aquel que ha venido de parte del Padre para que
nosotros podamos retornar a la Casa del Padre.
Los judíos murmuran escandalizados porque Cristo dice de sí mismo “yo soy el
pan del cielo”. Muchas veces en nuestra forma de actuar no creemos que Dios
puede intervenir en la vida de la humanidad, porque no se cree en el cielo, esto es
porque no se cree en Dios. El Dios del cual “se confiesa” no es el Dios que
acontece, actúa, se manifiesta, interviene en la vida de la humanidad y de cada
hombre. El Dios del que ordinariamente se habla muchas veces es un Dios de
devoción o un Dios como si fuera un padrastro, que no tiene vínculo con nosotros y
por lo tanto la única relación es de imposición y castigo.
Cristo cuando confiesa ante los judíos, en el presente evangelio dice de sí mismo:
yo soy el pan de vida. La expresión “Yo soy”, en el libro del Éxodo significa y
expresa al Dios de la historia de salvación, desvela al Dios de la revelación. En el
mismo libro del Éxodo, en el capítulo 3, Dios le dice a Moisés: Yo soy el Dios de
tus padres Abraham, Isaac y Jacob. Cristo por tanto aquí se presenta unido al
Padre, “Yo soy”, pero también Cristo es el pan, el alimento, porque Cristo es el Dios
verdadero que sacia el hambre mortal de cada hombre; por eso el mismo evangelio
dice: si uno come de este pan vivirá para siempre.
La Eucaristía por ello nos llama a bendecir a Dios, pues en Cristo Pan de Vida
Eterna y por Él, y solamente por medio de Él, podemos llamar a Dios Padre. Es así
que la vida del creyente es una comunión en Cristo porque al comer a Cristo, Pan
de Vida, entramos en una comunión con Él y esta comunión nos lleva a la comunión
con Dios Padre. Esta comunión no es una comunión afectiva, empática o efectiva,
sino que es una comunión ontológica, una comunión de filiación; por eso los judíos
que no vivían este vínculo con Dios murmuraban de los signos que Dios les daba, y
por ello el mayor escándalo de los judíos era el mismo Cristo Hijo de Dios, Pan de
Vida.
Vienen muy bien las palabras de San Justino mártir que dice: No tomamos este
alimento como pan ordinario ni bebida ordinaria; sino como a Jesucristo, nuestro
Salvador, hecho carne por la palabra de Dios y carne asumida por la palabra de
Dios, y como carne y sangre asumidas por nuestra salvación, así también se nos
enseña que el alimento sobre el cual se pronuncia la Plegaria Eucarística, el
alimento que nutre nuestro propio cuerpo y sangre por asimilación, es la carne y la
sangre de Jesucristo (San Justino Mártir, Apología 1ra).
Nuestro actual Papa Benedicto XVI ha dicho lo siguiente: Jesús se presenta como
el "pan vivo", es decir, el alimento que contiene la vida misma de Dios y es capaz
de darla a quien come de Él, el verdadero alimento que da vida, que alimenta
profundamente. Jesús dice: "si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan
que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo" (Juan 6, 51) (Benedicto
XVI, Ángelus, 16 de agosto de 2009).
La Eucaristía es una fiesta, es un banquete de acción de gracias, es aún más: es el
memorial de nuestra redención; pero tantas veces con todo el ruido que tenemos
en el corazón no escuchamos la voz del esposo que nos habla para introducirnos en
las bodas, como a las vírgenes prudentes que estando en vigilia con las alcuzas
encendidas esperaron al novio y pasaron al banquete. Que el Señor con su Gracia
nos ayude a convertirnos a Él y podamos escuchar su voz, y pasemos a las bodas
con el Cordero, como dice San Juan evangelista en otro pasaje del evangelio:
mis ovejas escuchan mi voz y me siguen.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar