Solemnidad. La Asunción de la Virgen María (15 de agosto)
MISA VESPERTINA Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
La celebración del Dogma de María Asunta a los cielos en cuerpo y alma nos
presenta el triunfo de la Madre de Dios sobre la muerte, es decir, su participación
en la Resurrección del Hijo. Si bien la Escritura no nos habla de este Dogma, si lo
afirma ampliamente la Tradición, que lo creyó siempre, y lo encontramos
manifestado en los escritos de los Padres de la Iglesia. Si se aplica a María la
doctrina de la resurrección de entre los muertos, sí lo encontramos manifestado
implícitamente, por el apóstol Pablo. Este fue el fundamento, desde el cual el Papa
Pío XII, el 1 de Noviembre de 1950, declaró que María “terminado el curso de vida
terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (Bula Munifcentissimus
Deus, DS 3903). El Papa, afirma la íntima unión de la Madre con el Hijo en la obra
de la redención humana, de donde le deriva, la participación en el triunfo glorioso
del Hijo, en su Resurrección y exaltación a la gloria eterna. La teología, a lo largo
de los siglos, encontró en la Maternidad divina y la Corredención, el fundamento de
este Dogma. La referencia de la vida y función de María, es siempre su Hijo y la
Iglesia, lo que se traduce en Maternidad divina y Maternidad espiritual. En la
primera, encontramos un vínculo indisoluble, corporal y espiritual, que adquiere su
máxima expresión, en la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo, luego de
morir. La Corredención, a su vez, es la asociación de María Santísima al misterio
Pascual del Hijo, es decir, a la Cruz, a su Resurrección gloriosa y a su exaltación a
la derecha del Padre. Cristo Jesús, triunfa sobre la muerte con su Resurrección, del
que nos hace partícipes a todos los cristianos bautizados, con mayor razón a su
Madre, la primera redimida en su Inmaculada Concepción, la primera cristiana,
Discípula y creyente excepcional. María asunta, es prefiguración de la Iglesia, que
Resucita en cada uno de sus hijos, esperanza de lo que esperamos alcanzar como
pueblo de Dios.
Lecturas:
a.- 1 Cro. 15,3-4.15-16; 16,1-2: Pusieron el arca en la tienda del Señor.
Esta primera lectura, nos relata el traslado del Arca de la Alianza en tiempos del rey
David (cfr. 2Sam 6,1-23). En esta lectura, hay que fijarse al menos en dos aspectos
relevantes relacionados con María. La Tradición cristiana, ha visto en el Arca de la
Alianza, una imagen de María, y en Ella, una plena realización de lo que el Arca era
signo. El Arca de la Alianza, era un recuerdo perpetuo de los tiempos de la
conquista de la tierra prometida, signo, expresivo y eficaz, sacramento, de la
presencia de Dios en medio de su pueblo. Su presencia, aseguraba la victoria, en
cambio su ausencia, significa la derrota frente a sus enemigos. Los filisteos, fueron
testigos de cuanto afirmamos. El Arca es imagen de María, que es durante la espera
del nacimiento del su Hijo, y también de aquello, presencia física de Dios en medio
de los hombres y de Nazaret. Desde el Calvario, donde recibió el poder de ejercer
su maternidad espiritual sobre todos los creyentes, y desde el cielo. Luego de su
Asunción, ora por la Iglesia, a su Hijo, y por ÉL, que cada uno de sus hijos, los
redimidos, alcancen como Ella, la resurrección final. En esta lectura, hay que
destacar el ambiente festivo en que se traslada el Arca, la misma alegría que
invade al pueblo de Dios ante el triunfo de María Asunta a los cielos, precisamente
esa subida del Arca a Jerusalén prefiguraba esta Asunción de María al seno del
Padre y de su amado Hijo.
b.- 1 Cor. 15,54-57: Nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.
El apóstol Pablo, nos enseña que en el momento de la resurrección, el cuerpo
corruptible se vestirá de incorruptibilidad: el cuerpo será el mismo, pero no lo
mismo, de miserable en glorioso, de débil en robusto. En síntesis, se siembra o
entierra un cuerpo natural, y resucita un cuerpo sobrenatural. El primer Adán, fue
una vida viviente, el segundo es un espíritu vivificador; el primero, llevó a la
muerte a toda la humanidad por su pecado, el segundo lleva a la humanidad, para
conducirla e introducirla a la vida eterna, es decir, al cielo. De la victoria de Cristo
sobre la muerte, participamos efectivamente todos los creyentes por medio del
Bautismo, es decir, en la vida del Resucitado, sentado a la derecha del Padre en los
cielos. La Asunción de María a los cielos es una singular participación en la
resurrección de Cristo Jesús. Con su victoria Jesucristo sobre la muerte, efecto del
pecado original, hace partícipes a todos los creyentes de su vida nueva de
Resucitado. La primera que lo hace es su Madre, librada del pecado original,
Inmaculada, por la muerte redentora del Hijo en la Cruz. Hoy María Asunta a los
cielos en cuerpo y alma gloriosa, es recibida en los atrios eternos por el Hijo,
apurando el día para la humanidad, en que Cristo regrese a la tierra para el Juicio
final. Esta victoria de María sobre la muerte, participación plena en la de su Hijo, es
anuncio de la consumación de todas las cosas en Cristo Jesús, entrega por parte del
Hijo al Padre para finamente Dio sea todo en todos (cfr. 1Cor.15, 24.28). Dios lo es
todo en la Madre Inmaculada del Redentor.
c.- Lc. 11,27-28: Dichoso el vientre que te llevó.
El evangelio, nos presenta la alabanza que una mujer de pueblo, que lanza a María,
la Madre de Jesús. Si bien, pareciera quedar todo en un plano meramente biológico,
María se convierte en un vientre fecundo, y unos pechos generosos; visión
veterotestamentaria, donde la mujer concibe hijos para su esposo (v.27). La
respuesta de Jesús, explica que la verdadera bienaventuranza del creyente, se
encuentra en escuchar y vivir la palabra de Dios, en todo lo que encierran ellas de
misterio de gracia y exigencia en forma personal (v. 28). Las palabras aclaratorias
de Jesús, van en íntima sintonía con el espíritu del Sermón de la Montaña; desde
esa perspectiva María es bienaventurada (Mt. 5). Con estas palabras, la dignidad de
la mujer se eleva por sobre toda esclavitud; la mujer, no se reduce a sólo biología o
sexo, por sobre todo, es persona, y su dignidad, es igual a la del hombre, que luego
se traduce en un vida cristiana muy concreta. San Lucas, es el evangelista de
María, la Madre de Jesús, y de la dignidad de las mujeres. María, es la Madre de
Jesús, modelo de fe para todo creyente; Ella como mujer, excelso miembro del
género humano, fue escogida para ser la portadora de la salvación a la tierra, por
ser la Mujer, llena de gracia (cfr. Lc. 1, 28), colabora en el nacimiento del Mesías
(cfr. Lc. 1, 31-33. 35), con su Sí, se realiza el gran misterio de la Encarnación: el
Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros (cfr. Jn.1,14). En la humilde fe de una
joven hebrea, comienza a germinar la vida nueva de los hombres; la plenitud de
Dios en Ella se hace don, y comunicación de vida, confianza mutua, que manifiesta
la respuesta creyente de María. La bienaventuranza de María, comienza en su fe
creyente, y luego, en su vientre y pechos, se hace vida nueva, que germina en su
interior. Ella es, como Mujer nueva, modelo, símbolo de todos los hombres y
mujeres, puesto que ha recibido en su seno inmaculado la Presencia de Dios sobre
la tierra. El Sí de María, su palabra, es como se ofrece y colabora en el gran
misterio de nuestra historia de la salvación: la Encarnación del Hijo de Dios. Del
Padre y de María, recibimos a Dios hecho humano. Si bien, pareciera que todo en
su vida sigue igual, el paisaje interno es distinto: la Palabra tiene nuevo hogar;
nuevo modo de estar entre los hombres. La plenitud de Dios, en diálogo confiado
con María, recibe el Don del Padre y el Padre recibe el Sí comprometido de la joven
Madre del Salvador. Inicio de su bienaventuranza que culminará en la vida eterna,
sentada junto al Hijo en el Reino. Porque ha creído, María es bienaventurada y
recibe la alabanza de esa mujer del pueblo. Es bienaventurada por su fe, su vida se
convierte en fundamento de júbilo y alegría, bendición para todos los que, desde
Abraham, han creído a Dios, como Ella lo hace en esta su Hora, la de su Hijo. Sin
embargo pareciera que Jesús, nos desconcertara con su aclaración, pero no es así,
el evangelista, conoce que María será fidelísima hasta el final: la palabra de Dios la
habitó para siempre, confió en el amor del Hijo, y en su palabra de gracia y vida,
hasta convertirla en eximia Madre de la Iglesia. María mujer nueva, Madre de
Jesús, modelo de santidad, siempre abierta al misterio de la vida, y respuesta
fecunda y generosa a la palabra de Dios, que ha escuchado en el gozo, y en el dolor
de la pasión, lo que la ha conducido a gozar del triunfo de su Hijo resucitado, con
su Asunción a los cielos. En el Reino de Dios intercede por la Iglesia y la
humanidad, para que todos los cristianos, puedan como Ella, también alcanzar la
vida gloriosa y sempiterna de Dios.