Solemnidad. La Asunción de la Virgen María (15 de agosto)
MISA DEL DIA Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
Lecturas:
a.- Ap. 11, 19; 12,1-6.10: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal.
En la primera lectura, encontramos estos dos signos en el cielo: la mujer y el
dragón, representan la vida y la muerte. Los signos o señales trasmiten un
mensaje, y orientan nuestra vida. Mientras la mujer comunica la vida y belleza.
Hermosa vestida de sol, coronada de estrellas, la luna a sus pies; la otra señal es
un monstruo feo y horrible, rojo con cuernos y siete cabezas. La mujer está
encinta, y a punto de dar a luz, es señal de vida, da a luz un varón. El monstruo es
señal de muerte, está para matar al hijo de la mujer. Tenemos enfrentadas la vida
y la muerte; mientras la primera aparece como vida, sin embargo, débil y frágil; el
monstruo, la muerte parece como poderosa, pero ya derrotada. Vence la vida, por
lo tanto, se abre una dimensión de esperanza. Juan quiere invertir los criterios
imperantes en su tiempo: el impero no es divino, sino satánico; sus emperadores
no son dioses, sino cabeza del monstruo; Roma no es una diosa, sino un prostituta,
madre de todas las prostitutas de la tierra (cfr. Ap.17). La mujer, ya no representa
ninguna de las divinidades adoradas en el Imperio romano, sino el Pueblo de Dios,
del cual nace Jesús, el Mesías. Con esta descripción el apóstol Juan, crea una nueva
conciencia y praxis histórica, convirtiendo el poder, como algo contrario al
evangelio, sólo la voluntad de Dios lleva al hombre, si la acoge y guarda, al gozo
eterno del Reino de Dios. El nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, representado por la
mujer, es la gran señal para la humanidad. María, es señal de la Nueva Alianza, que
se comienza a vislumbrar en el AT hasta llegar a la alianza definitiva: el nacimiento
de Cristo, de María Virgen por obra del Espíritu Santo, según el designio del Padre.
Nueva Alianza, que se realizará plena y en el Misterio Pascual de Cristo hecho de
pasión, muerte y resurrección, y que en la Madre de Jesús se corona su existencia
con su Asunción en cuerpo y alma a los cielos. Cristo Jesús, no quiso volver sólo a
la casa del Padre, quiso volver con toda la humanidad, y María es la primera,
representa a todo el género humano redimido, señal de la paz que Cristo selló con
su sangre para siempre. A la primera redimida, correspondía la revelación de ser la
primera en resucitar gloriosa, después del Hijo. No tuvo que esperar hasta el final
de los tiempos para que su cuerpo resucitara, puesto que no había conocido el
pecado, Aquella que desde siempre fue Inmaculada en su Concepción. Por lo tanto,
Ella es señal del triunfo del bien sobre el mal, de la gracia sobre el pecado, de la
vida sobre la muerte, de la libertad sobre la esclavitud... María en su Asunción, es
signo eficaz de la participación del triunfo de Cristo sobre la muerte, el pecado y
Satanás con su gloriosa Resurrección, y cada creyente está llamado al mismo grado
de gloria; Ella la primera. María Santísima es "la gran señal", porque es portadora
del Redentor: de la alianza eterna, del amor y la misericordia... y del triunfo final,
que se realiza en Ella anticipadamente en su Asunción a la gloria sempiterna.
Mientras alcanzamos dicha gloria, caminamos en fe hacia el cielo, la Madre de Jesús
ora por la Iglesia y la toda la humanidad.
b.- 1Cor. 15, 20-26: Primero, Cristo como primicia, después, todos los
cristianos.
El apóstol nos habla de la resurrección de todos los cristianos. Comienza
recordando la no creencia de los corintios, en la resurrección de los muertos,
influencia de la filosofía griega imperante, que sólo veía como constitutivo del
hombre, el espíritu (cfr. 1Cor.15,12-15) Si se sigue esa afirmación, habría que
negar también la resurrección de Cristo, a unos cristianos que precisamente tenían
como objeto de su fe, la resurrección de Cristo Jesús. Se vaciaba así el testimonio
de los apóstoles, su predicación, y el contenido mismo de la fe. Ésta se habría
convertido en una ilusión, carente de un hecho histórico real que la sustentase, no
se habría producido la redención del hombre, estaríamos todavía viviendo en el
pecado (cfr. 1Cor.15, 16-17). En la mente del apóstol, pecado y muerte van unidos,
lo mismo, que reconciliación y resurrección; si no se vence el pecado, no se vence
la muerte. Si Cristo no resucitó, ni el pecado ni la muerte fueron tampoco vencidos;
de ser esto cierto, los cristianos podrían haber caído en la muerte eterna, es decir
en la perdición, sin resurrección. Si nuestra esperanza en Cristo se limita a este
tiempo, vana sería nuestra fe, seríamos los hombres más desgraciados. “¡Pero no!
Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron.”, afirma
Pablo (v.20). La resurrección de Cristo es un hecho salvador. Él ha Resucitado
como primicia, de entre los muertos. Las primicias era una realidad conocida por
Israel, los primeros frutos de la tierra, de la cosecha, realidad lograda, los frutos,
pero incipiente, se habían producido los comienzos esperanzadores de vida nueva.
El israelita al presentar dichas ofrendas o primicias elevaba a Yahvé en el templo,
una oración cargada de evocaciones de la liberación de la esclavitud en Egipto y de
su lucha por la tierra que mana leche y miel (cfr. Dt. 26). Pablo, presentará la
muerte y resurrección de Cristo en esta clave pascual, evocando ahora la auténtica
liberación, del pecado y la muerte, llevada por Cristo a la humanidad caída (1Cor.5
y 7). Una forma de querer plasmar esta realidad el apóstol, nos propone la
metáfora del nuevo Adán, el primero arrastró la humanidad a la muerte, en cambio,
Jesucristo, segundo Adán, conduce a los suyos a la resurrección. Si Cristo, es la
primicia de los que resucitan, luego le corresponde a los que le pertenecen por la fe
y el bautismo, los que son de Cristo en su parusía. Pero entre la Resurrección de
Cristo y su regreso, está la historia de la salvación en su lucha contra las potencias
del mal. “Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus
pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte.” (v. 25). Pablo insiste en
esta realidad corporal, terrestre y cósmica, como efecto de la resurrección de Cristo
y el final de la historia humana en ÉL. La victoria sobre la muerte, que se
manifiesta en la resurrección de Jesucristo, se hace realidad hoy, en María, la
Madre de Jesús. Si la muerte ya no tiene poder sobre ÉL, tampoco lo tiene hoy
sobre su Madre. María Asunta es la primera que recibe esta gloria, coronamiento
del misterio pascual del Hijo, aplicado en su Madre. Ahora corresponde la
glorificación de todos los hijos de la Iglesia, por ello se ve en María a sí mima, ya
glorificada nuestra carne, resucitada.
c.- Lc. 1, 39-56: El poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los
humildes.
El evangelista nos presenta la visita de María a su prima Isabel, la que concluye con
el cántico de María. Su prima Isabel, inspirada por el Espíritu Santo, la declara:
«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que
la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu
saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (vv. 42-45). Son tres las
alabanzas que María escucha de labios de Isabel: - La denomina: “Bendita entre
las mujeres” (v. 42),…porque en su seno porta la salvación que habían anunciado
los profetas desde hacía siglos, la nueva humanidad ya está presente. - Reconoce a
María como “La Madre de mi Señor” (v.43),…Isabel reconoce en su joven prima a la
Madre de Dios, lo que de ella nazca, será el Hijo de Dios. -Confiesa que María es
“feliz porque ha creído porque ha creído que se cumplirán las cosas que le prometió
el Señor” (v.45),…María ha creído a la palabra de Dios, su disponibilidad humana de
ser Madre, es asumida en la fecundidad de Dios, y el Verbo, hace su ingreso en la
familia humana. El Magnificat o cántico de María, es más que una síntesis de textos
del AT, es el vértice de la teología bíblica, porque con su proclamación se enseña
que se están cumpliendo cada una de las promesas hechas a los patriarcas y
profetas, y la nueva era está en sus comienzos, apuntando a los tiempos del
Mesías. María representa ese cúmulo de fe cumplida, pero puesta la mira de su
cumplimiento definitivo, en Jesucristo, el Hijo de María. Es Jesús quien comunica la
salvación a los hombres, inaugura el Reino de Dios, con su presencia y mensaje
evangélico, hasta guiarlos a la plenitud escatológica, lo que el antiguo Israel buscó
desde siglos. Las palabras y citas veterotestamentarias proclamadas por María la
sitúan en la plenitud de los tiempos, cima de la revelación del misterio salvífico, en
que los hombres descubrirán las vías de encuentro con el Mesías, el Señor. Su
caminar no será desde lo alto la nube o columna de fuego, sino ente los hombres,
porque vino para estar con los hombres. En este cántico de María, se revela el
verdadero Rostro de Dios, que reverbera en el de Jesucristo, su Hijo; aprenderán
los hombres la justicia que viene de Dios, y los ricos y poderosos quedarán vacíos,
mientras el resto que mantuvo su fe en las promesas hechas a Abraham, las verán
cumplidas. Se levanta la aurora de salvación para toda la humanidad, Dios revela
su misterio, por medio de Jesucristo, que levanta a los humildes con su
misericordia, colma de bienes a los hambrientos, y los ricos no reciben nada,
porque llenos de sí mismos. Todo el orden social humano cambia, porque Dios ha
bajado de lo alto, se ha abajado en su Hijo, para levantar a los pequeños y
convertirlos en hijos muy amados. Desde esta perspectiva el hombre descubre que
Dios es su única riqueza, porque vacíos de sí mismos, se presentan como pobres de
espíritu. Dios se acordó de su misericordia con Israel su pueblo, para quienes
caminen por sus sendas y reciben el perdón salvador que comparten,
considerándose ricos en experiencia de Dios. Este cántico, es finalmente es un
himno a la gloria de Dios, en la que María, la Madre de Jesús, ha sido colmada. Ha
sido glorificada por haber creído, donde el Espíritu Santo ha hecho maravillas en
Ella, por esta razón la proclamarán bienaventurada todas las generaciones de
cristianos hasta poderla contemplarla junto a su Hijo. La Iglesia en María, ya llegó a
su meta, y como Ella, todos los cristianos, alcanzarán la unión con Dios.