XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
SALTARSE REGLAS INÚTILES Y SABER PROGRESAR EN LA AVENTURA DE LA VIDA
Padre Pedrojosé Ynaraja
¡Cuántas cosas oísteis de pequeños que ahora os hacen reír! ¡Cuántas normas dictan
autoridades, que resultan ser puro fraude! Lo que dice un refrán, es verdad que lo dice, pero no
significa que sea verdad. Al vulgo le cuesta mucho cambiar de costumbres y da importancia a
cosas que no la tienen. Regímenes alimenticios, organización de la jornada, adquisición de
objetos de uso diario, obedecen más a costumbres heredadas, que a las consecuencias de la
investigación meticulosa, sincera y honrada.
Podemos errar al juzgar las costumbres que se ponen en tela de juicio en el fragmento
evangélico que leemos en la misa de este domingo, si suponemos los conocimientos actuales
de higiene. En aquel tiempo no tenían ni idea de bacterias patógenas, ni de contaminantes.
Lavarse no era una labor como la nuestra en la que el agua con jabón arrastra suciedad y su
composición química resulta mortal para los gérmenes dañinos. En aquel tiempo, un mismo
recipiente, sin cambiarle el agua, servía para el rito, con lo cual más que limpieza se podía
trasmitir enfermedad. El animal que discurría por el agua, debía estar dotado de escamas. Si
no las tenía, era animal impuro, del que debía uno abstenerse. Los bichos pequeños, eran
también impuros y lo que de ellos se sacaba sufrían la misma calificación. Pero si se trataba del
saltamontes o langosta, vulgar insecto, o de la miel, vómito de otro animalito del mismo género,
entonces comerlo era cosa buena ¿Por qué? Era inútil preguntárselo, siempre se había hecho
así. Los cangrejos y las almejas, por gustosos y ricos en oligoelementos que sean, no se
pueden ni siquiera probar, siempre se ha hecho así, las leyes antiguas lo dicen. Tocar a un
leproso convertía al que lo hacía en persona impura, probar la sangre, pecado horrible.
Siempre se ha dicho que eran cosas prohibidas y malas. Os he puesto estos ejemplos, que no
aparecen en el texto de hoy, porque son animales que abundan en el mar de Galilea y que a un
judío le está vetado comer. Como en sábado accionar un interruptor eléctrico o apretar el
disparador de una máquina de retratar, otros ejemplos de maniobras que no he cumplido y que
un día en Jerusalén me proporcionó una solemne bronca.
Seguir preceptos de este tipo da seguridad, pese a que no tengan ningún fundamento. Seguir
un estilo de vida generoso es arriesgado y la gente no está para historias, no desea
explicaciones coherentes, quiere escuchar reglas que le den seguridad. Que piensen por él los
otros, él se contenta con obedecer.
Ponían la moralidad en el exterior. Jesús dice que la bondad o maldad brota del interior del
hombre. Uno puede comportarse según las normas de buena ciudadanía. No tirar papeles al
suelo, abstenerse de contaminar abandonando un trozo de plástico o la tapa de una lata.
Obsesionado por estas directrices, despreocuparse del que a su lado pasa hambre, ignorar al
que cerca de él está solo, dejar el grifo abierto o las bombillas encendidas, pese a que a
nuestro planeta le falte agua limpia y energía. Viajar, gastar en caprichos, visitando
monumentos que fotografiará para enseñar a los amigos, sin ni siquiera mirar al indigente.
De los pecados exteriores uno puede corregirse con cierta facilidad y arrepentirse alejándose
de costumbres malas. Del pecado que se ha posesionado de su interioridad, orgullo, ambición,
vanidad, impureza, despreocupación del desvalido, de la víctima inocente de las guerras, es
mucho más difícil librarse. Y es lo que más importa.