Domingo XX del tiempo Ordinario del ciclo B.
Visión pascual de JN. 6.
(Estudio breve de JN. 6).
Nota: El Evangelio de hoy es JN. 6, 51-58. El presente estudio ayudará a
interpretar la perícopa evangélica que leeremos en las celebraciones eucarísticas de
este día.
Estimados hermanos y amigos:
Sabemos que los Evangelios contienen la vida de Jesús en sus páginas, y, para
interpretarlos adecuadamente, debemos ver cómo se entendían las palabras de
Nuestro Salvador y los hechos de que el Mesías era protagonista, tanto en el tiempo
en que acontecieron, como en el tiempo en que fueron escritos los cuatro
volúmenes bíblicos más importantes de las Sagradas Escrituras, porque en los
mismos se nos narra la redención de la humanidad, que fue llevada a cabo, por el
Hijo de Dios y María.
Si analizamos superficialmente el sexto capítulo del cuarto Evangelio, -el texto
que meditamos entre los Domingos XVII y XXI del ciclo B del tiempo Ordinario de la
Liturgia de la Iglesia Católica-, nos percatamos de que, entre las letras del citado
capítulo bíblico, se describen la falsa visión de Jesús de quienes lo aceptan a
cambio de comprometerlo a cumplir sus expectativas, y la visión de quienes se
adhieren a nuestro Redentor desinteresadamente, con tal de aprender a cumplir la
voluntad de Nuestro Santo Padre, siguiendo el ejemplo del Profeta de Nazaret.
San Juan nos dice que Jesús era seguido por mucha gente, porque veían los
milagros que hacía con los enfermos (JN. 6, 2). Este hecho debería hacernos
meditar sobre las razones por las que somos seguidores de Jesús.
No sigamos a Jesús en atención a nuestras carencias materiales, aunque las
mismas sean muchas, y lleguen a preocuparnos.
Sigamos a Jesús porque Nuestro Salvador es el pan de vida que necesitamos,
porque su conocimiento del Padre y el Espíritu Santo, y sus experiencias vitales de
víctima del odio inhumano, y del padecimiento, nos ayudan a vencer dificultades en
nuestra vida, al mismo tiempo que nos acrecientan la fe.
No sigamos a Jesús pensando en buscar la forma de comprometerlo a satisfacer
nuestras carencias y caprichos materiales, pues El es el Camino que nos conduce a
la presencia de Nuestro Santo Padre, la verdad que nos libera de seguir pecando y
de la tristeza que comporta vivir sin amor, y la vida eterna de la gracia que
deseamos, más allá de la vivencia de la miseria, que afecta a la mayor parte de la
humanidad (CF. JN. 14, 6).
Jesús multiplicó el pan para alimentar a la multitud de sus seguidores en la cima
de una montaña (JN. 6, 3), -lo cual significa la cercanía a Nuestro Santo Padre-,
cuando se acercaba la Pascua hebrea (JN. 6, 4), un tiempo propicio para cualquiera
que quisiera ser seguido por sus convicciones religiosas, por causa de la
importancia de la celebración del recuerdo de la liberación de los hebreos de la
esclavitud de Egipto.
La cercanía de la Pascua hebrea de que nos habla San Juan en su primera obra es
muy importante para nosotros, porque nos recuerda la necesidad que tenemos de
encontrar tiempo para cultivar una bella relación tanto con Dios, como con nuestros
prójimos los hombres. A veces la vida nos obliga a ser egoístas, ora porque
tenemos que trabajar muchas horas por causa de la pobreza que nos afecta, ora
porque estamos obsesionados con la consecución de riquezas, y nos creamos
necesidades que nos esclavizan, tales como la compra de una vivienda cuyo pago
agota nuestras mensualidades íntegramente.
Muchos de nuestros hermanos son extremistas, y tienen dificultades para calcular
el tiempo que deben dedicarle a todas las áreas religiosas y cívicas en que deben
crecer espiritualmente. Hay quienes oran mucho y no son caritativos, y quienes se
dedican incansablemente a hacer el bien, y se niegan a orar, alegando que carecen
de tiempo para permanecer ociosos, lo cual es un grave error.
Hacer el bien y no orar, es un hecho característico de buenas personas, cuya fe
en Dios es vacilante, o inexistente. De la misma manera que hablamos con quienes
viven en nuestros hogares, nos es necesario comunicarnos diariamente con Dios.
Orar mucho, y no hacer el bien, es indicio de que se profesa una fe ficticia.
Recordemos el siguiente texto de San Juan:
"Si alguno viene diciendo: "Yo amo a Dios", pero al mismo tiempo odia a su
hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, si no es
capaz de amar al hermano, a quien ve?" (1 JN. 4, 20).
¿Son creíbles quienes dicen amar a sus familiares, si no socorren a los mismos
cuando están enfermos, o tienen problemas económicos?
De la misma manera que la fe de quienes no tienen la costumbre de deleitarse
orando es tendente a debilitarse hasta desaparecer en muchos casos, la fe de
quienes no hacen el bien es irreal, porque, la práctica de la caridad, es la única
manera que tenemos, de demostrar que amamos, tanto a Dios, -a quien no vemos-
, como a nuestros prójimos los hombres, -a quienes vemos-.
Según nos dice San Juan en su Evangelio, tanto Felipe como Andrés, se vieron
imposibilitados, cuando Jesús quiso que sus amigos consiguieran pan, para
alimentar a la multitud de sus seguidores (JN. 6, 5-9). Dado que los alimentos con
que los Apóstoles contaban para alimentar a la gente eran insuficientes, y no sabían
dónde encontrar los recursos necesarios para producir la comida que necesitaban
con urgencia, pensaron que cada cual debía buscar su sustento como pudiera.
Cuando pensamos en los pobres de nuestro tiempo, tenemos la misma visión de
los citados seguidores de Jesús. Como no tenemos dinero ni medios para ayudar a
los que tienen necesidades, dejémosles que se alimenten como buenamente
puedan, que los atiendan las ONGS. que se dedican a sustentarlos...
Existe una gran diferencia entre el hecho de querer hacer el bien y carecer de
medios para ello, y la posibilidad de enmascarar el desinterés por los que sufren,
aprovechando la citada carencia de bienes para socorrer a los menesterosos.
Si queremos hacer el bien, y carecemos de medios para ello, obviamente, no
podremos socorrer a todos los pobres del mundo, pero algo podremos hacer,
aunque sea por una sola persona que tenga necesidades que cubrir.
Recordemos cómo Jesús no se valió para realizar el signo de la multiplicación de
los panes y peces exclusivamente de su poder divino, pues utilizó también los
panes y peces de un adolescente que, quizás, de no haber podido venderlos, se los
hubiera terminado comiendo. Quizás muchas veces no llamamos por teléfono a un
enfermo por miedo a no saber consolarlo, o nos negamos a dar una limosna,
porque sabemos que la misma es insuficiente para ayudar a una familia con
necesidades económicas graves. Recordemos que Dios pondrá en juego su poder
llevando a cabo los prodigios que le pedimos cuando oramos, si ponemos en juego
los escasos recursos de que disponemos, para hacer lo que nos sea posible, con tal
de lograr lo que deseamos.
Los recursos de que disponemos nos han sido dados por Dios, no para que los
explotemos egoístamente, sino para que nos sirvamos de ellos, y socorramos a
quienes los necesitan. Si nuestras oraciones para que Dios socorra a los pobres son
sinceras, pongamos en juego nuestra fe, nuestra esperanza de recibir lo que
pedimos, y los recursos de que disponemos, y Dios pondrá en juego su amor y
poder, concediéndonos lo que le pidamos.
Lamentablemente, la gente no interpretó adecuadamente el signo de la
multiplicación de los panes, y pensó en hacer de Jesús su rey, para comprometer al
Señor a satisfacer sus carencias materiales (JN. 6, 14-15).
El Mesías murió bajo la acusación de ser rey sin haber sido constituido en tal
cargo por el Emperador romano, y, aunque quizás sabría que ello iba a acontecer,
no quiso que tal acusación fuera veraz, con tal de que no se pudiera decir que
cometió un solo pecado. Esforcémonos en imitar la pureza de Jesús, para que así
cada día nos sintamos más preparados para vivir en la presencia de Nuestro Santo
Padre, sin estar relacionados con el pecado.
Quienes al día siguiente de que Jesús multiplicara los panes y peces se
asombraron de verlo en Cafarnaúm, porque ignoraban que los Apóstoles lo
encontraron caminando sobre el mar como vencedor de una gran tempestad (JN. 6,
16-21), le preguntaron:
"-Maestro, ¿cuándo llegaste aquí?" (CF. JN. 6, 25).
Nosotros también quisiéramos saber cómo adoptó Jesús la fortaleza necesaria
para renunciar a constituir su propia familia, cómo fue capaz de sobrevivir a su
complicadísimo Ministerio, y de dónde sacó la fuerza necesaria para dejarse
sacrificar, siendo el Señor de la vida.
Jesús no quiere que nuestras dudas sobre El se basen en la curiosidad. El no
quiere que lo busquemos en atención a lo que creemos de su vida que son rarezas
ni por su capacidad de hacer milagros, pues quiere que hagamos de su imitación el
centro de nuestra existencia.
"Jesús les contestó: -La verdad es que me buscáis no por los milagros que habéis
visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros. ¡Ojalá no os preocupase tanto el
alimento transitorio y os esforzaseis por conseguir el duradero, el que da vida
eterna! Este es el alimento que os dará el Hijo del hombre, a quien Dios Padre ha
acreditado con el sello de su autoridad" (JN. 6, 26-27).
¿Cómo vamos a darle prioridad a nuestro crecimiento espiritual obviando la
necesidad que tenemos de trabajar para conseguir los bienes que necesitamos?
Jesús no pretende que no atendamos nuestras necesidades, pero nos pide que no
caigamos en el apego excesivo a las riquezas, porque el mismo nos separa de Dios
y de nuestros prójimos los hombres, y hace de nuestra vida un desierto.
"Ellos le preguntaron: -¿Qué debemos hacer para portarnos como Dios quiere?
Jesús respondió: -Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en su enviado" (JN.
6, 28-29).
La pregunta que los judíos le hicieron a Jesús, con respecto a cómo debían tener
contento a Dios cumpliendo su voluntad, para que Jesús extinguiera sus
necesidades materiales a cambio de ello, ha de entenderse, por medio de este
interrogante: ¿Quiere Dios que cumplamos la Ley de Moisés como hemos hecho
desde que éramos niños?
Jesús les dijo a sus oyentes que no serían salvos por el cumplimiento de la Ley
del Talión, sino por el hecho de darle su plena adhesión. Tales palabras del Mesías,
al no ser comprendidas, hicieron que la multitud lo rechazara, y que muchos de sus
discípulos se separaran de El, porque no entendían lo que significa el hecho de que
Jesús es el pan de vida, que tiene el poder de concedernos la salvación.
Dado que los judíos querían que Jesús actuara como un rey de este mundo, y
recordaban cómo Moisés sirvió a sus antepasados durante cuarenta años sin
pedirles nada a cambio de ello, le preguntaron sobre sus credenciales para creer en
El, y sobre sus méritos para pedirle que fueran sus perfectos imitadores, pues ello
era algo excesivo, bajo su punto de vista (JN. 6, 30).
Los judíos le dijeron a Jesús que moisés alimentó a sus antepasados en el
desierto durante cuarenta años sin exigirles nada, y que El, por haber alimentado a
una multitud en una sola ocasión, tenía la oportunidad de ser rey. Ellos querían que
Jesús comprendiera que, siendo inferior a Moisés, y habiendo hecho un milagro
inferior al que le atribuían a Moisés en el desierto, debía aceptar la imposición de la
realeza que le hicieron, pues, bajo su óptica, ello sería lo mejor para todos. (JN. 6,
31).
Jesús quería que sus interlocutores no pensaran en el pasado, porque estaban
inmersos en su presente. El Señor les dijo que Moisés no les dio el maná a sus
antepasados porque ello fue obra del Padre, quien les daba a ellos en aquel
momento el pan del cielo, si estaban dispuestos a aceptarlo (JN. 6, 32).
"El pan que Dios da baja del cielo y da vida al mundo...Jesús les contestó: -Yo
soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí,
jamás tendrá sed" (JN. 6, 33. 35).
Jesús es el pan de la vida que sacia nuestra necesidad de amar y ser amados, y
nuestra sed de justicia.
Jesús es el pan de vida que nos enseña a ser panes pascuales que han de
servirles de alimento a quienes quieran comer el pan de la vida.
Los judíos desconfiaban de Jesús, pero el Señor les dijo:
"Todo aquel que el Padre me confía vendrá a mí, y yo nunca rechazaré al que
venga a mí" (JN. 6, 37).
Tal como les sucedió a los oyentes del discurso del pan de vida, nosotros
tampoco comprendemos plenamente a Dios, pero, no por ello, dejamos de creer en
El. Nosotros nos acercamos a Jesús porque Nuestro Santo Padre le ha confiado
nuestra redención al Hijo de María, quien no permitirá que seamos alejados de su
presencia.
Nadie puede creer que Jesús es Dios, si no es inducido a ello por Nuestro Santo
Padre. (JN. 6, 44). No critiquemos a Jesús porque fue un pobre entre los pobres,
porque no pudo pagarse la instrucción de un reconocido intérprete de la Ley de
Israel, o, simplemente, porque no podemos aceptar su Divinidad (JN. 6, 41-42).
Jesús es el pan de la vida que nos alimenta espiritualmente y nos enseña a ser
buenos cristianos. Si recordamos el proceso existente desde que se siembra el
trigo, hasta que se hace el pan, podemos ver en ello la vida y obra de Nuestro
Salvador. Jesús tiene el conocimiento de Dios que necesitamos para ser santos, y el
conocimiento de las experiencias dolorosas de la vida a que nos enfrentamos, para
enseñarnos a superarlas, pero, el pan que nos da Jesús, no es un alimento
espiritual, sino un alimento físico, es decir, para poder vivir en la presencia de Dios,
tenemos que dejarnos redimir por el Cuerpo y la Sangre de Jesús, quien fue
crucificado, para demostrarnos cómo nos ama Nuestro Santo Padre.
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo voy a dar es mi carne. La doy para que el mundo tenga vida" (JN.
6, 51).
He titulado este breve trabajo "Visión pascual de JN. 6". Los oyentes del discurso
de Jesús que estamos meditando debieron escandalizarse sobremanera si el Señor
les dijo que debían comer su carne para ser sus fieles seguidores, porque, para los
judíos, el hecho de alimentarse de carne humana era sacrílego, y su Ley les
prohibía terminantemente alimentarse de sangre. En los últimos lustros del siglo I
en que San Juan escribió sus obras bíblicas, los cristianos no tendrían por qué
escandalizarse por causa del hecho de ser alimentados por el Cuerpo y la Sangre de
Jesús, porque estaban acostumbrados a celebrar la Eucaristía. Además, al insistir
en la necesidad que tenían los cristianos de ser alimentados por el Cuerpo y la
Sangre de Jesús, San Juan rebatía las creencias de los docetas y otros gnósticos,
que se diferenciaban de la visión judeocristiana del cuerpo humano.
Los judíos se preguntaban:
"-¿Cómo puede este darnos a comer su carne?" (CF. JN. 6, 52).
Jesús no solo les dijo a sus oyentes que debían ser alimentados con su Cuerpo,
sino que también tenían que beber su Sangre. Bajo nuestro punto de vista, si Jesús
les hubiera aclarado el simbolismo de sus palabras a sus oyentes, el Señor no
hubiera sido abandonado por muchos de los tales, pero el Mesías no dejó de
hablarles en lenguaje de signos, para que solo se quedaran con El quienes quisieran
darle su adhesión, y se retiraran de El los curiosos, que no acrecentaban su fe, y,
posiblemente, estorbaban el crecimiento espiritual, de quienes querían abrazar la
ideología de Nuestro Salvador.
"Jesús le dijo: -Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera
comida; mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre,
vive en mí, y yo en él. El Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo gracias
a él. Así también, el que me coma vivirá gracias a mí. Este es el pan que ha bajado
del cielo, y que no es como el pan que comieron vuestros antepasados. Ellos
murieron; el que come de este pan vivirá para siempre" (JN. 6, 53-58).
Jesús resucitará al final de los tiempos a quienes sean alimentados con su Cuerpo
y con su Sangre, si los tales viven imitando la conducta de Nuestro Señor, lo cual
se traduce en su conversión en panes pascuales, con que ha de ser alimentada la
humanidad no creyente, mientras se dispone a ser alimentada por el pan de la vida,
que ha de hacer de ella el pan espiritual de las próximas generaciones.
Si somos alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, viviremos en el Señor,
y el Mesías vivirá en nosotros, es decir, seremos tan semejantes a Jesús
espiritualmente, que, si nos pareciéramos al Mesías físicamente, sería imposible
distinguirnos.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com