XX Domingo del Tiempo Ordinario B
Pr 9, 1-6; Sal 33; Ef 5, 15-20; Jn 6, 51-58
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y
el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". Los judíos discutían entre
sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?". Jesús les
respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben
su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la
verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe
mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el
Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá
por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y
murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".»
En la liturgia de este presente domingo se nos revela y hace presente al pan de
vida eterna, el verdadero y único que sacia el hambre del hombre. Las lecturas nos
llevan a centrarnos en el misterio de la Eucaristía, misterio que se desvela y se
cumple en Cristo, hecho hombre igual que nosotros menos en el pecado, que nos
invita a un banquete y a vivir en la gracia y gratuidad de su amor y misericordia. El
Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: al saciar de forma milagrosa su hambre
física (de los hombres), les preparó para acoger el anuncio que Él es el pan bajado
del cielo, que sacia de forma definitiva Jesús es el alimento que da la vida eterna,
porque es hijo unigénito de Dios, que está en el seno del Padre, llegado para dar al
hombre la vida en plenitud, para introducir al hombre en la vida misma de Dios
(Benedicto XVI, Ángelus, 12 de agosto de 2012)
Esta semana las palabras de Cristo deben entenderse en relación con la institución
de la eucaristía en la última Cena, porque el discurso del pan de vida no se quedó
en un simple anuncio, sino que tuvo su cumplimento en los misterios de la pasión,
muerte y resurrección de Jesucristo. Por ello que en la segunda lectura, San Pablo
nos exhorta, con prontitud, a “...no ser insensatos...”; y en tal sentido, la sensatez
de la que habla el Apóstol, no es la simple inteligencia, humanamente entendida,
sino que es la sabiduría que nace del júbilo y alegría del corazón, que, acoge y
guarda la gracia que Dios inspira a través del Espíritu Santo. Es un júbilo y alegría
sobrenatural, algo totalmente opuesto a la algarabía o entretenimiento que
equivocadamente propone el mundo. El júbilo o la fiesta cristiana es la que puede
expresarse en cualquier situación de vida, hasta en lo más profundo, porque en
medio del sufrimiento, o de la realidad existencial concreta que a cada quien le toca
vivir, el creyente sabe que el amor de Dios es la garantía y esperanza de la
salvación.
En la primera lectura, la Sabiduría de Dios, nos ha preparado el banquete divino a
todos los hombres; ha dispuesto todo, ha enviado a sus criados para invitar al
banquete a los comensales. Los manjares que la Sabiduría ofrece curan la necedad,
la incredulidad y llevan por el camino de la prudencia. La dificultad de esta
invitación está en que se dirige a los que no son sabios para que se dejen conducir
por la Sabiduría; pero muchas veces en medio de nuestra necedad no podemos
comprender la invitación de la Sabiduría, porque la consideramos absurda o no la
reconocemos.
El Beato Papa Juan Pablo II nos dice al respecto: A propósito de la Eucaristía
Jesús afirma solemnemente: "Si uno come de este pan, vivirá para siempre (...). El
que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último
día (...). Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres,
y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre" (Jn 6, 51. 54. 58). La "vida
eterna", en el lenguaje del cuarto evangelio, es la misma vida divina que rebasa las
fronteras del tiempo. La Eucaristía, al ser comunión con Cristo, es también
participación en la vida de Dios, que es eterna y vence la muerte. Por eso Jesús
declara: "Esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que
él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi
Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo
resucite el último día" (Jn 6, 39-40). (Juan Pablo II, Catequesis sobre la
Eucaristía, 25 de octubre de 2000).
Son iluminadoras las palabras de Santo Tomás de Aquino: Este sacramento no
nos introduce inmediatamente en la gloria, pero nos da la fuerza para llegar a la
gloria y por eso se le llama "viático" (Summa Theol., III, 79, 2, ad 1). Jesucristo
es el pan de vida, primero por su palabra que abre a la vida eterna a los que creen,
luego por su carne y su sangre dados como comida y bebida que nos anticipa el
banquete del cielo, por ello nos dice en el evangelio: “...Yo soy el pan vivo bajado
del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi
carne para la Vida del mundo...". Estas palabras que son el anuncio de la Eucaristía,
las dice Jesucristo después de haber alimentado milagrosamente a la multitud,
anuncian el cumplimiento profético del verdadero pan de vida, que desde el éxodo
se anuncia con el maná. Cristo es el pan verdadero, el alimento verdadero, y en
esta comunión eucarística somos uno con Cristo: ya no soy yo es Cristo que
habita en mí; Yo y el Padre haremos morada en él
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar