Comentario al evangelio del Martes 14 de Agosto del 2012
Queridos amigos:
El P. Kolbe, misionero franciscano en Japón, se encontró en su tierra polaca con la llamada del Señor a
vivir lo que había anunciado: La bienaventuranza de los pobres. Detenido por las fuerzas de ocupación
e internado en el campo de concentración de Auschwitz, entregó su vida a cambio de un padre de
familia condenado a muerte, el 14 de agosto de 1941. Tuvo el valor de asemejarse a Jesucristo, incluso
hasta la muerte.
En nuestro entorno no es difícil ver la marca en la frente de los que gimen afligidos por las injusticias.
También llegan a nuestro templo para recordarnos que la Gloria del Señor está por encima de ellos.
Siguiendo el pensamiento de Sábato de ayer, "se me encoge el alma al ver a la humanidad en este
vertiginoso tren en que nos desplazamos, ignorantes atemorizados sin conocer la bandera de esta lucha,
sin haberla elegido... Una de las metas de esta carrera parece ser la productividad, pero ¿acaso son
estos productos verdaderos frutos? Estamos en camino pero no caminando, estamos encima de un
vehículo sobre el que nos movemos sin parar... Ya nada anda a paso de hombre... y quizás, la
aceleración haya llegado al corazón que ya late en clave de urgencia para que todo pase rápido y no
permanezca. Este común destino es la gran oportunidad, pero ¿quién se atreve a saltar afuera?".
Creyentes, como Maximiliano, dan el salto. Sigue hablando Sábado: "Uno se anima a llegar al dolor
del otro y la vida se convierte en un absoluto. La más de las veces, los hombres no nos acercamos,
siquiera, al umbral de lo que está pasando en el mundo, de lo que nos está pasando a todos, y entonces
perdemos la oportunidad de habernos jugado, de llegar a morir en paz, domesticados en la obediencia a
una sociedad que no respeta la dignidad del hombre... Pero las heridas de los hombres nos reclaman".
El P. Kobe muere de hambre de pan, pero saciado en la generosidad. Supo en su aislamiento de
silencio y de grito, de oración. Quizá, "tampoco sabemos ya rezar porque hemos perdido el silencio y
también el grito".
Miguel N.