Ciclo B. XX Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
En el evangelio de hoy (Jn 6, 51-58), hay tres cosas que llaman poderosamente la
atención: 1. La insistencia apasionada con la que Jesús repite y repite que su
cuerpo es verdadera comida y su sangre verdadera bebida. Y que tendremos que
comer su carne y beber su sangre. “Carne y sangre” es el modo semítico ordinario
de referirse a la persona. Y Jesús repite esta frase hasta seis veces. 2. La no
aclaración a los judíos -ni a los apóstoles-, de cómo habría de ser eso. Ellos
discutían entre sí y bastantes ya se estaban retirando -incluidos algunos discípulos-
, pero Jesús callaba sobre el particular. Les pudo haber dicho: ¡tranquilos, no es
como ustedes se lo imaginan!, pero prefirió callar y poner a prueba su fe en Él. 3.
Los maravillosos efectos que la comunión del cuerpo y sangre de Jesús produce en
quienes comulgan. No están todos, pero sí los principales.
Antes de ver algunos de esos efectos, digamos algo sobre este trozo del evangelio
(Jn 6, 51-58), que contiene la parte medular del llamado discurso eucarístico de
Jesús, que abarca todo el capítulo 6. Hasta ahora Juan nos ha hablado de
Jesucristo, el Pan de Vida, que nos da Dios. Ahora es el mismo Jesús quien nos dice
que su cuerpo es el pan que Él va a entregar para la vida del mundo (Jn 6, 51 b).
Para la vida del mundo, porque Jesús ve siempre su vida y su eucaristía en relación
con la salvación del mundo. Y que va a entregar, porque Jesús ve siempre su vida y
su eucaristía unidas a su pasión, muerte y resurrección, tal como lo captaron los
Sinópticos y Pablo (1 Cor 11,24).
Todo esto es muy importante, porque nos lleva a tocar el fondo de lo que para
Jesús fue la Eucaristía, a saber, el memorial de su pasión, muerte y resurrección. Y
de lo que debiera ser para nosotros: participar activamente en este memorial.
Hagan esto unidos a mí, nos dice Jesús, y ofrézcanse conmigo al Padre Dios para la
salvación del mundo. Esto es más importante que la posibilidad de un rato de
coloquio íntimo con Jesús. Más importante que la fuerza que el comer este pan de
vida puede darnos para seguir adelante con Jesús. Y más importante que el
conformarnos con Jesús al ser asimilados por su gracia. Digamos simplemente que
todas estas cosas se nos darán por añadidura si nos acercamos a la eucaristía como
Memorial de la muerte y resurrección de Jesús.
El primer efecto de la eucaristía de Jesús es que quien la come vivirá por El.
Permanece en mí y yo en él, dice Jesús, con esa unión de vida que Él mismo
comparará a la unión de la vid con los sarmientos (Jn 15, 4). Y vivirá para siempre,
añade, pues Él lo resucitará en el último día (Jn 6, 54). Siendo la eucaristía germen
de vida eterna, la resurrección de la que Jesús habla es el resultado de esa
germinación, pues quien comulga lleva en sí la vida eterna. Por la eucaristía el
cristiano es hecho partícipe de la vida de Cristo, que a su vez es la vida que el Hijo
comparte con el Padre. Por eso quien come a Cristo vivirá del Padre Dios. Es otro
de sus grandes efectos: la participación del comulgante en la vida trinitaria.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)