COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires –
ciclo 2012)
19 de agosto de 2012 – 20º domingo durante el año
Evangelio según San Juan 6, 51-59 (ciclo B)
Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que
coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi
carne para la Vida del mundo". Los judíos discutían entre sí,
diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo
del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El
que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida
y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi
sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido
enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma
manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del
cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma
de este pan vivirá eternamente". Jesús enseñaba todo esto en la
Sinagoga de Cafarnaúm.
EUCARISTIA: ALIMENTO Y FORTALEZA
Es un poema la presentación de Cristo como el Pan de vida; como que es el
alimento verdadero que nos da a todos nosotros: su carne es un banquete,
es una fiesta, es una comida. En todas las religiones, por lo general, la
comida, el banquete, es un rito sagrado y Jesucristo nos ha dado la
Eucaristía en un banquete; por eso la Misa es un banquete, una comida,
una fiesta sagrada donde Él nos deja lo mejor de sí: su Cuerpo y su Sangre.
Este banquete está sostenido indisolublemente por el sacrificio de Cristo en
la cruz. Él se entrega al Padre por amor a nosotros y -anticipando el
sacrificio de la cruz- Cristo se nos queda en el Pan sagrado yen la bebida
santa, en la bebida divina, que es su Sangre. Por eso su Carne es verdadera
comida y su Sangre es verdadera bebida, dos signos vitales para la
subsistencia del ser humano.
Estos dos elementos, recibidos en la fe, nos transportan a una vida de
trascendencia, a una participación, a una pertenencia. Y esta participación,
a lo sagrado; y esto de lo sagrado nos hace pertenecerle a Él. Es así que
con la presencia de la Eucaristía entra la vida y se aleja todo vestigio de
muerte. Entra el Señor y nos estamos revistiendo de los mismos
sentimientos de Jesucristo. Participación, pertenencia, comunión, misterio,
compromiso.
Por eso, siempre cuando uno recibe a Cristo en la Eucaristía, no queda
igual. Y hay muchos hermanos nuestros que no pueden comulgar por
razones personales, o por razones difíciles que tienen en su vida, yo los
animo a acercarse a Cristo en la Misa a través de la Comunión Espiritual. No
podrán acceder a la Comunión Eucarística pero si pueden acceder a esa
comunión espiritual porque siempre nos da la ternura de su amor y de su
misericordia. No dejemos de participar aunque no estemos en condiciones.
Recordemos que no son los sanos los que necesitan de Dios sino los
enfermos. Y en realidad estamos todos enfermos y todos necesitamos del
Señor. Tengamos presente también que nuestros cuerpos, nutridos de la
Eucaristía ya sea sacramentalmente o espiritualmente, no son corruptibles
porque llevamos en sí la esperanza de la resurrección eterna. La muerte no
es eliminada pero sí es superada: “Yo lo resucitaré en el último día”
La adhesión a Cristo exige nuestra participación al misterio de su muerte,
que quiere darnos la plenitud de la vida, que genera la plenitud de la vida.
Una vez más debemos recordar que quien lo come no muere y quien recibe
a Cristo tiene la fuerza y la potencia para ser un verdadero discípulo y un
auténtico misionero. Que la Eucaristía nos mueva para recibir el alimento,
para recibir la fortaleza y para recibir el envío que tenemos de anunciar a
los demás. Iglesia, Eucaristía, evangelización, misión, espíritu.
Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén