XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Continuamos en esta liturgia dominical centrada en el tema de la Eucaristía
como todos estos domingos que leemos a Juan (cap. 6,51-59).
Lecturas
a.- Prov. 9,1-6: Venid a beber mi pan y a beber el vino que he mezclado.
La Sabiduría se muestra muy activa, porque construye su casa, prepara el
banquete, evocación del templo de Salomón, morada de Dios, y lugar del encuentro
de los israelitas para ofrecer los sacrificios prescritos por la Ley de Moisés. El
banquete, es símbolo de los bienes mesiánicos (cfr. Is. 25, 6; 55, 13), de hecho el
Reino de Dios, se percibe como un gran banquete (cfr. Mt. 22,1-14; Lc. 14,15-24).
Huella de esta idea de la Sabiduría, la encontramos en la parábola del banquete,
donde los criados, salen a invitar a la gente a los caminos, pobres y marginados,
aquí esos son criadas que la sabiduría manda invitar a los desheredados, los
inexpertos, los faltos de juicio. Jesucristo sabiduría del Padre (cfr. 1 Cor. 1, 24), nos
prepara un banquete donde ÉL mismo se nos da como alimento y bebida. Al igual
que la Sabiduría, Jesús invita a los hombres a su banquete (cfr. Jn. 6, 35).
b.- Ef. 5,15-20: Comprended cuál es la voluntad del Señor.
La exhortación del apóstol, es a vivir, no como necios, sino sabios, que siempre se
da en el ámbito de la salvación, que aquí se entiende, como aprovechar la
oportunidad porque los días son malos (v.16). Es la sabiduría que viene de la
salvación, para enfrentar los días malos que se avecinan. Lo que se entiende, como
el “más allá”, en lo que cree y vive el cristiano, que se ha hecho presente en la
historia, y se da una lucha progresiva, hasta que la maldad de la historia, se vea
desplazada, en forma definitiva, en la venida de Jesucristo, por la manifestación de
su gloria. Pablo entiende la historia como etapas de maldad, y otras, de luz y de
salvación, que hay que aprovechar a fondo. Este es el momento, hay que vivirlo, no
entretenidos en vicios, como la bebida, sino que comprender, cuál es la voluntad
de Dios para hacerla vida en la propia existencia. De necios, sería dejar pasar esa
oportunidad. Toda una invitación a estar vigilantes, y no con la mente embotada en
vicios. Vemos, como la visión de Pablo, consiste en saber que la historia, no será
totalmente rescatada de su maldad, pero para eso está el cristiano, para trabajar
para el Reino de Dios, y no esperar, sin hacer nada, que venga la salvación o el
más allá. El apóstol termina invitando a la alabanza divina a todos los cristianos,
que en la asamblea eclesial, celebren la Eucaristía, espacio donde el Espíritu
derrama sus dones y carismas.
c.- Jn. 6, 51-59: Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
En el evangelio vemos como se pasa del discurso sobre el pan, al de la Eucaristía.
Hasta ahora, se hablaba del pan de vida, se dice, pan vivo (v.51), donde no se da
un cambio objetivo, sino que se apunta más al símbolo del pan, que a la persona de
Jesús, porque ya no se habla de fe, sino de comer este pan. La promesa de vida
eterna, mira hacia el futuro, vivirá para siempre. No se habla ya de Jesús como
pan, sino del pan que ÉL dará, y ese pan es su carne, para la vida del mundo (v.
51). Todavía no se relaciona la Eucaristía con la cena del Señor, como con la
entrega de sí mismo, de Jesús a la muerte en la cruz. Mientras las palabras de la
consagración, apuntan en los Sinópticos, al Cuerpo de Jesús y su entrega, Juan lo
relaciona con el mundo, deseo expreso de universalizar la salvación (cfr. Mc.14,22;
Mt.26,26; Lc.22,19). Se da también el paso de comer este pan, a comer su cuerpo.
En esta última parte del discurso, Jesús hace toda una declaración acerca de la
recepción de la Eucaristía. La vida eterna, se consigue, además de creer en Jesús,
como efecto, de comer su carne; el protagonista, no ya es el Padre, que da el
verdadero pan del cielo, sino Jesús que da su Carne y Sangre. Se pasa del lenguaje
simbólico acerca del pan, a la realidad sacramental en estos versículos eucarísticos.
En el lenguaje simbólico, se habla de Jesús como pan bajado del cielo, que hay que
comer mediante la fe. Ahora se habla de la carne y sangre, que hay que comer del
Hijo del Hombre, que hay que asimilar por medio de una comida y bebida reales. El
vocabulario que usa, introduce términos como: comida, alimento, bebida, carne,
sangre. Lo fundamental del mensaje, está en estas palabras: “Yo soy el pan vivo,
bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le
voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» (v. 51). El uso de la palabra carne,
en lugar de cuerpo o pan, nos acerca más al realismo de la institución de la
Eucaristía. Es por medio de la fe en Jesús, que nos viene la vida eterna, su misma
carne, afirma ahora es el pan de la vida. Se menciona la discusión de los judíos, al
modo, cómo iba Jesús a dar de comer y beber su cuerpo y sangre (v. 52). Comer
su carne y beber su sangre, nos habla del pleno realismo de la humanidad de
Jesucristo; es la lucha contra la espiritualización de su humanidad, pero afirmación,
cierta y válida de su presencia eucarística. Quien quiera tener la vida de Jesús,
debe participar de ella, ha de tomar parte en la Eucaristía (v.53). Con esta
enseñanza Cristo, Sabiduría del Padre, nos abre el acceso nuevamente al árbol de
la vida del que fue alejado Adán por su pecado (cfr. Gn.3,22-23; Pr.3,18; Jn. 6,37).
Se subraya el efecto salvífico de la Eucaristía, se garantiza la consumación futura.
“Yo le resucitaré en el último día” (v. 54). Cena del Seor y escatología, van juntos
en la tradición sinóptica y joánica (cfr. Mc.14, 25; Mt.26, 29; Lc.22, 17; 1 Cor.11,
26). Más adelante, se pone de relieve, que la Carne y Sangre de Jesús, son
verdadera comida y bebida (v. 55), con lo que el evangelista quiere dejar en claro,
que no se trata de una cena simbólica, sino que es una cena real, donde se
participa realmente de la Carne y Sangre de Cristo. Finalmente, se describen los
efectos sacramentales de la Cena del Señor, toma el tema de la inmanencia,
expresa la intensidad, persistencia y permanencia de la comunión de los creyentes
con Jesús (v.56; cfr. Jn.15,1-7). Manifiesta Juan un principio cristológico esencial,
el de la inmanencia: se trata de estar en el Hijo, y sólo con el Hijo, y en el Hijo
pueden los discípulos llegar a la comunión con el Padre, al igual que Dios se
comunica a los discípulos sólo en el Hijo, a fin de permanecer en Él y Él en ellos. La
permanencia de esta comunión tiene carácter definitivo, no sólo a nivel personal,
sino también comunitario con el Señor glorificado. La permanente comunión con
Jesús, se expresa y se realiza por la Eucaristía, es el fundamento para la
persistencia de la comunión de vida escatológica entre el creyente y Jesús. El
Enviado y Revelador del Padre, Jesús vive por el Padre, participa de la vida divina, a
su vez comunica esa vida a los creyentes. La cena sacramental del Señor comunica
esta vida está al servicio del querer del Hijo y del Padre. Quien participa de la
Eucaristía, de la Carne y Sangre del Hijo del Hombre, participa de Cristo paciente,
es decir, que el creyente hace suyos los frutos del misterio pascual de Cristo, su
muerte y resurrección. La alimentación eucarística es la contraposición al maná
histórico, este es el alimento bajado del cielo, no así el que comieron los padres en
el desierto, el que come de este pan vivirá eternamente. La doctrina de Juan sobre
la Eucaristía, subraya lo cristológico y soteriológico. Vinculada admirablemente con
la Cruz de Jesús: es el Hijo del Hombre, Crucificado y Exaltado, el que se hace pan,
para dar su carne por la vida del mundo (v.51). La Cena adquiere un carácter
cristiano, porque Jesucristo es el verdadero centro, sujeto activo: se trata de comer
y beber la Carne y Sangre del Hijo del Hombre, lo que produce una profundización
de una comunión con Cristo, a modo personal y eclesial.
La Santa Madre pide que nunca falte al cristiano el alimento de vida eterna. “Pedid
vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os deje hoy a vuestro Esposo, que no
os veáis en este mundo sin El; que baste para templar tan gran contento que quede
tan disfrazado en estos accidentes de pan y vino, que es harto tormento para quien
no tiene otra cosa que amar ni otro consuelo; mas suplicadle que no os falte y que
os dé aparejo para recibirle dignamente.” (Camino de Perfeccin 34, 3).