Comentario al evangelio del Lunes 20 de Agosto del 2012
Nunca imaginó que iba a hacerse tan famoso. Solemos llamarle “el joven rico”. Con esas palabras ha
pasado a la historia de la literatura, del arte, de la reflexión sobre la fe. Generación tras generación
miles de cristianos nos hemos confrontado con su experiencia. Algunos han dado respuestas
magistrales; todos estamos en deuda con ellos.
El relato de Mateo constata que él, que había ido expresamente a encontrarse con Jesús, “se fue triste”
y asocia esa tristeza a una razón: “porque era muy rico”. Pero es probable que esa no fuera la única (y
tampoco la principal) causa de su entristecerse sino el hecho de que Jesús le invite tan claramente a
compartir: “anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres”.
Cabe también -permitan que especule- que le entristeciera la impresión de que Jesús le proponía algo
imposible. ¿Se quedó a escucharle un poco más o se marchó? ¡Ojalá se hubiera quedado! Al momento
-lo escucharemos en la celebración de mañana- Jesús recordó que para Dios nada hay imposible (Mt
19, 26; Lc 1, 37). Con demasiada frecuencia nos empeñamos en poner difícil al Señor que haga las
cosas a su manera. No acabamos de creer que su Espíritu es capaz de actuar y que nada se le resiste. Lo
que Jesús proponía al joven rico es duro, pero no imposible. Nunca han faltado (hoy tampoco)
discípulos y discípulas del Señor que lo demuestran.
Pedro Belderrain, cmf