Comentario al evangelio del Miércoles 22 de Agosto del 2012
Esta parábola me suscita una especial simpatía. Aunque quizá ésta sea la excusa, el parapeto que me he
construido para no tomármela en serio de verdad. El texto es hermoso, pero al mismo tiempo bien
duro. Un genial dibujante español fallecido hace poco, D. Antonio Mingote, percibió su significado
con una chispa admirable y hace unos años publicó una serie de dibujos en los que aparecíamos
retratados serios católicos, muy merecedores de respeto, en un conjunto titulado “Al cielo iremos los
de siempre”.
Esos somos “los de siempre”, aquellos que a menudo teniéndonos por justos despreciamos a los demás
(cf. Lc 18, 9), los que sí creemos y nos comportamos “como Dios manda” (¡pobre Dios muchas
veces!).
He aquí una de nuestras principales tentaciones: considerarnos “los de siempre” y decirle al Señor que
no puede tratar igual a quienes han venido después o no se entregan tanto a las tareas del Reino.
¿Cómo les va a pagar lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el calor y el trabajo de toda la
jornada? ¡Qué sabia es la Madre Iglesia cuando traduce las renuncias que acompañan el Bautismo y
nos pregunta: “¿renunciáis a Satanás, esto es: a estar muy seguros de vosotros mismos, a consideraros
ya convertidos del todo, a creeros superiores a los demás…?”!
Es tiempo de dejar a Dios ser Dios; de reconocer que Él sí puede hacer lo que le venga en “su real
gana”. ¿O es que nos molesta que sea más generoso, desprendido y sensible que nosotros? Ay, ay, ay…
Cuidado: en una situación parecida (Mt 16, 23), Jesús acabó llamando Satanás a Pedro: “¡Aléjate!
Piensas como los hombres, no como Dios”.
Pedro Belderrain, cmf