Ciclo B. XXI Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
El libro de Josué nos narra un episodio fundamental. La tradición
veterotestamentaria ha entendido el proceso de asentamiento de las tribus de
Israel en la tierra prometida como una lucha constante contra los pueblos paganos
de la región y el fortalecimiento de la confianza de que Dios, que se reveló en el
pasado, sigue acompañándoles en la consecución de sus promesas. Esta
convocatoria de Josué a todo el pueblo junto con sus líderes intenta asegurar la
fidelidad da parte de Israel a puertas de inaugurar esta nueva etapa en su vida,
donde ya no hay más camino por recorrer sino que más bien se vislumbra ya la
estabilidad y con ello la necesidad de organizarse para no perder de vista lo
fundamental: el reinado de Dios sobre el pueblo. El camino por el desierto no fue
fácil. Muchas crisis se suscitaron en el itinerario del desierto pero allí se fue
consolidando la fe en el Dios providentísimo, en el Dios fiel a sus promesas (Jos
24,17). Josué sabe que ante la seguridad de lo estable se puede correr el riesgo de
renunciar a Dios, pues pareciera que ya no lo necesitarían. La voz unánime del
pueblo que decide hacer lo mismo que Josué y su casa (Jos 24,15), evidencia que
seguirá confiando en el Dios que se manifestó en el pasado y que seguirá
manifestándose en sus días (Jos 24,18b).
El eje central de esta intervención de Pablo no tiene como finalidad una opinión
ante el matrimonio cristiano o cómo debe vivirse (aunque puede notarse cierta
apreciación al respecto) sino cómo comprender la relación entre Cristo y la Iglesia
(Ef 5,32). La nueva vida en Cristo, que está llamada la Iglesia a manifestarla, tiene
la seguridad de hacerla bien si la vive de acuerdo a la sumisión en el temor de
Cristo (Ef 5,21). Pablo es heredero de la tradición judía sobre el “temor de Dios” y
ve necesario reorientarlo hacia Cristo dándole la seriedad debida a la opción de vida
que asumieron los creyentes desde su bautismo. La nueva condición nos reviste de
limpieza y pureza (Ef 5,26-27), lo que nos invita a amar esta condición y
esforzarnos por mantenernos en ella (Ef 5,28-29). Es este misterio de íntima
relación entre Cristo y su Iglesia que Pablo intenta prefigurarlo desde la creación en
el mandato de la unión matrimonial (Ef 5,31). Está claro, que el fundamento de la
vida matrimonial es el amor y que en ella toda sumisión, entendida como orden y
respeto, no tiene sentido si no es desde el amor. Así el sentido esponsal, siempre
insistente en el Antiguo testamento, pasa a ser el referente para hablar de la
relación entre Cristo y su Iglesia.
La crisis galilea irrumpe en medio del largo discurso de Jesús, donde se ha
presentado como el pan de vida. Lo que supuestamente está dado para la unidad,
provoca división. No se está escuchando con fe, y entonces se suscita mucha
confusión en sus propios seguidores (Jn 6,62-63). Hay mucha incredulidad en los
corazones de algunos de sus seguidores (Jn 6,64). No están preparados para
escuchar esta “palabra”, porque no se han dejado motivar por el Padre; están
pensando que basta con una decisión personal sin ninguna implicancia de parte de
Dios (Jn 6,65). Es como creer que la fe es una especie de voluntarismo práctico:
esfuerzo personal de seguir o no.
El episodio se vuelve dramático. Ya no siguen a Jesús, siguen a sus pasos hacia
atrás. Ya no acompañan al Maestro (Jn 6,66). Parece que los Doce perplejos no se
han movido ante lo sucedido. Jesús toma la iniciativa y lanza una pregunta
trascendental: “¿Acaso también vosotros queréis irse?”. El evangelista introduce
aquí la confesión de Pedro (Jn 6,68-69) sintonizando con el suceso de la crisis
galilea. Los Doce reconocen que es difícil comprender esta palabra, pero confían
que no hay otro camino por andar. Ellos creen y reconocen que solo las palabras de
Jesús pueden conceder vida para siempre por lo que no abandonan a Jesús. Creen
y quieren creer.
Hay momentos en nuestra vida donde solo se nos pide creer. Josué pide a sus
líderes y al pueblo entero que acepten al Dios liberador de la opresión de Egipto
como su rey y que no lo cambien por otros dioses; Pablo entiende que el misterio
de la relación de Cristo con la Iglesia tiene su prefiguración en la unión matrimonial
desde la Creación y pide que confiemos en esta imagen para seguir dando un
testimonio firme de la fe cristiana en medio del mundo pagano;
Jesús insta a sus discípulos a creer en él como el Pan de vida y confiar que aunque
el camino sea largo y duro, hay un banquete que nos espera que no solamente nos
saciará del hambre terrenal. Hoy nos toca responder como el pueblo de Israel y
como Pedro; hoy nos toca testimoniar nuestra unión (adhesión) a Cristo como
Iglesia que somos; hoy es tiempo de confiar. Hoy quiero creer que “aunque el justo
sufra muchos males, de todos lo libra el Señor, el cuida de todos los huesos y ni
uno sólo se quebrará”. El Dios de nuestros padres que se ha manifestado en el
pasado, se manifestará también a nosotros y a quienes vengan detrás. Hagamos de
esto una confesión de fe. Hoy nos toca la responsabilidad: ¡No abandonemos al
Señor! ¿A dónde podríamos ir?
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)