XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.
Pautas para la homilia
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de
los hombres.
Según nos dice la primera lectura, Moisés dio a su pueblo leyes que hicieron de él
una nación sabia e inteligente. Como aquel pueblo de Israel organizó su vida en
torno a Yavé, todas las leyes civiles se vivieron como leyes religiosas. Y así, comer
sin lavarse las manos no era simplemente la infracción a una norma de higiene,
sino a una ley religiosa: apartaba de Dios o, lo que es lo mismo, hacía impuro a
quien no la cumplía.
Las normas, las leyes y las reglas sirven para conseguir valores
¿Por qué desde el inicio de la humanidad tuvieron y tienen tanta importancia las
normas, las leyes, las reglas? Porque son el camino necesario para conseguir
valores de calidad. Sin ellas, sería casi imposible alcanzar para el ser humano algo
valioso que mereciera la pena. La comida que nos alimenta, la ciencia que nos
instruye, el arte que nos deleita, la economía que regula nuestra producción, las
comunidades a las que pertenecemos, etc., –todos valores importantísimos– están
llenos de normas o reglas en su origen y en su desarrollo. Y como los valores son el
alimento de la vida humana, no podemos vivir sin valores y sin sus respectivas
normas. Pero ha de que quedar una cosa muy clara: las normas, las leyes, las
reglas reciben toda su entidad e importancia de los valores, no al revés. Las normas
por sí mismas no tienen valor.
También contravalores necesitan reglas
A lo dicho anteriormente hay que poner un añadido: las normas, las reglas, las
leyes también son necesarias para alcanzar contravalores: uno que roba ha de
cumplir una serie de pautas para que no le pillen en la fechoría; los mafiosos
necesitan de la comunidad de los mafiosos para llevar a cabo sus proyectos, y por
eso todos respetan escrupulosamente las reglas establecidas. Las normas, en este
caso, sirven para fortalecer la maldad de la comunidad de los mafiosos, para hacer
que éstos sean cada vez peores. Así pues, las normas son ambiguas: valen tanto
para conseguir valores como contravalores. Por consiguiente, es esencial
determinar cuándo una norma o regla se está utilizando para alcanzar un valor y
cuándo para conseguir un contravalor. La norma no es buena ni mala en sí misma;
lo son el valor o el contravalor al que sirven.
El Reino de Dios es un conjunto de valores que requiere para alcanzarlo
normas muy específicas de conducta
Supongamos que el punto central de la sección del evangelio que hoy nos presenta
la liturgia es la auténtica veneración de Dios. ¿De qué Dios se trata? nos
preguntamos. ¿Son el mismo el Dios de Moisés y el Dios que nos fue revelado por
Jesús de Nazaret? Seguro que no. De ahí que las leyes para conseguir el nuevo
valor –el Dios de Jesús– sean diferentes de las que sirvieron para llegar a Yavé, el
Dios de Moisés. Por eso Jesús pondrá en entredicho partes de la ley
veterotestamentaria, aquellas que no servían para alcanzar los valores del Reino de
Dios. La pureza de lavarse las manos no es camino para llegar al Dios que por
medio de Jesús convocaba en Galilea a comidas de fraternidad, a las que estaban
invitados en primer lugar los considerados “impuros” en aquella sociedad
profundamente clasista: pobres, enfermos, leprosos, mujeres, etc. De este Dios,
dice en evangelio de hoy, lo único que nos separa –nos hace impuros– son las
ofensas que brotan de nuestro corazón contra los demás. En ninguna otra parte
puso Jesús en entredicho de manera tan radical la ley como en este pasaje del
evangelista Marcos. Es de suponer que esta crítica que Jesús hizo de la ley de
Moisés fuera el motivo que llevó a las autoridades judías a actuar contra él y a
procesarlo.
El servilismo a las reglas
A veces se les da más importancia a las normas y a las leyes que a los valores que
las originan. Eso es legalismo. El “legalismo” ha sido un peligro en el que los
cristianos hemos sucumbido no pocas veces. Para los legalistas, las normas
eclesiásticas, una vez establecidas, son respeta¬das con más seriedad que la
mismísima Palabra de Dios. Somos hipócritas porque hemos colocado la norma en
el lugar que debía ocupar el valor Dios. Jesús demostró una gran responsabilidad,
una total libertad y una enorme valentía para suprimir normas que no iban
encaminadas al desarrollo del Reino de Dios entre los humanos. Quizás a los
cristianos nos falte coraje para hacer lo mismo que hizo el Señor, y estemos
empecinados en cumplir unas normas que no llevan aparejadas más que
contravalores. Por ejemplo, las leyes que rigen la participación de la mujer en la
vida de la iglesia.
Las normas económicas
Las leyes o normas económicas abundan hoy y están por encima de todas las
demás. No podía ser de otro modo, ya que lo económico y lo referente a nuestro
organismo son los valores fundamentales de nuestra cultura. Pero vemos que esas
leyes no traen vida, sino muerte a una parte importante de la humanidad. Incluso
los que pertenecemos al mundo rico nos vemos amenazados por leyes que nos
hacen perder los mismísimos valores económicos. Tales leyes no brotan del Reino
de Dios, sino de Satanás, porque sólo sirven a los valores de la producción, al
provecho de los más ricos. No están al servicio también de los valores éticos, de la
justicia sobre todo, que ha sido expulsada de nuestra cultura; sino para defender
intereses turbios e inconfesables de hombres sin escrúpulos.
Baldomero López Carrera
Laico Dominico