Domingo XXII del tiempo Ordinario del ciclo B.
¿En qué sentido debemos cumplir los preceptos religiosos?
Estudio de MC. 7, 1-23.
Nota: El Evangelio de hoy es MC. 7, 1-8. 14-15. 21-23, pero lo amplío para poder
ofrecer una información más completa, que responda al propósito de este trabajo.
1. Jesús fue espiado por los fariseos.
Estimados hermanos y amigos:
Los fariseos fueron una de las facciones en que se dividió el Judaísmo, de la que
muchos de sus adeptos persiguieron con gran ahínco a Jesús. Tal escuela de
pensamiento mantenía la creencia de que la Ley de Moisés debía ser interpretada
de la misma forma que los seguidores de diversas denominaciones cristianas
interpretan la Biblia, sin adaptarla a la comprensión actual que se pueda tener de la
misma, sino tal cual fue escrita por sus autores. Esto es lo que conocemos como
fundamentalismo religioso.
Los fariseos despreciaban a quienes no seguían literalmente su doctrina. Esta es
la razón por la que Jesús fue el objeto del odio con que fue perseguido por los
fariseos con saña, pues Nuestro Señor, a pesar de que carecía de estudios, tenía el
don de hacerse escuchar por las multitudes, y fundó su propia religión, la cual, si
bien procede del Judaísmo, difiere de la citada religión, porque la salvación de los
creyentes no es dependiente del hecho de que los tales acaten el cumplimiento de
la Ley mosaica, sino de que se adhieran a Nuestro Salvador, tal como recordamos
durante los Domingos XVII-XXI del tiempo Ordinario, en nuestras meditaciones del
sexto capítulo del cuarto Evangelio.
Recordemos cómo Jesús fue presionado por los fariseos desde que inició su
Ministerio, meditando brevemente citas del Evangelio de San Marcos, que hemos
considerado en Domingos anteriores en diferentes ediciones de Padre nuestro, las
cuales pueden ser leídas en los websytes, blogs y listas de correo en que han sido
publicadas, o solicitadas a la dirección de e-mail, que aparece al final de este
estudio bíblico.
"Y entraron en Capernaum; y los días de reposo, entrando en la sinagoga,
enseñaba. Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene
autoridad, y no como los escribas" (MC. 1, 21-22).
Las sinagogas eran los lugares de culto en que los judíos se reunían para
considerar las Sagradas Escrituras los días festivos.
Los escribas se jactaban de conocer de memoria las enseñanzas de sus maestros,
los cuales se enorgullecían de haber hecho lo propio con sus instructores legales.
Los oyentes de Jesús se admiraron porque, a pesar de que el Hijo de María carecía
de estudios, enseñaba con autoridad, sin hacer referencia a las enseñanzas de los
maestros más célebres imitando la forma de proceder de los escribas o intérpretes
de la Ley de Moisés y de Israel. Los fariseos debieron ver como un atrevimiento
imperdonable el hecho de que Jesús indicara mediante su discurso que las
enseñanzas que les transmitía a sus oyentes eran propias.
Para comprender cómo debieron sentirse los fariseos ante la novedosa forma de
predicar de Jesús, debemos pensar cómo procederían los líderes religiosos de las
denominaciones cristianas que rechazan el aborto, si se encontraran con que, en
sus lugares de culto, se predicara a favor de la interrupción de la vida de los niños
no nacidos.
Jesús, además de sorprender a sus oyentes con su innovadora forma de
predicarles la Palabra de Dios, se atrevió a incumplir la Ley de Israel que impedía
realizar curaciones los días festivos, librando a un poseso, del espíritu impuro que lo
manipulaba a placer.
"Pero había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, que dio
voces, diciendo: ¡Ah! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para
destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Pero Jesús le reprendió, diciendo:
¡Cállate, y sal de él! Y el espíritu inmundo, sacudiéndole con violencia, y clamando
a gran voz, salió de él. Y todos se asombraron, de tal manera que discutían entre
sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda
aun a los espíritus inmundos, y le obedecen? Y muy pronto se difundió su fama por
toda la provincia alrededor de Galilea" (MC. 1, 23-28).
Jesús curó a un paralítico al que, al perdonarle sus pecados, les dijo abiertamente
a sus oyentes que es Dios, lo cual irritó a los fariseos, pues los tales pensaban que,
al ser Dios un ser espiritual, no puede tener descendientes, y, ya que consideraban
que el nuevo Mesías era pecador, pensaban que merecía la muerte por haber
blasfemado, ya que Dios y el pecado no pueden estar vinculados.
"Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que
estaba en casa. E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no
cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra. Entonces vinieron a él unos
trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro. Y como no podían acercarse a él
a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una
abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo
al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. Estaban allí sentados algunos de
los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así?
Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? Y conociendo
luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les
dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al
paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y
anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para
perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete
a tu casa. Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de
todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca
hemos visto tal cosa" (MC. 2, 1-12).
Jesús quiso que Mateo el publicano (cobrador de impuestos imperial) fuera su
seguidor, a pesar de que los fariseos rechazaban a quienes realizaban ese trabajo.
"Y al pasar, vio a Leví hijo de Alfeo, sentado al banco de los tributos públicos, y le
dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió" (MC. 2, 14).
Mateo celebró un banquete al que invitó a sus conocidos, para decirles que
dejaba su trabajo, y se disponía a seguir a Jesús. Por causa de la visión del oficio
que había desempeñado el futuro Apóstol de Jesús que tenían sus hermanos de
raza, Mateo estaba relacionado con mucha gente que los fariseos consideraba
reprobable, por causa de la conducta que observaba.
A los ojos de los fariseos, Jesús no solo permitió que Mateo fuera uno de sus
seguidores, pues el Señor también se relacionó con los conocidos del antiguo
recaudador de impuestos, lo cual les hizo tener un mayor deseo de hacer que Jesús
dejara de aumentar el número de sus seguidores, y de que el nuevo predicador
fuera abandonado por quienes le seguían en aquel tiempo, para lo cual idearon la
forma de ridiculizar al Hijo de María.
"Aconteció que estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y
pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos;
porque había muchos que le habían seguido. Y los escribas y los fariseos, viéndole
comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es
esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo:
Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar
a justos, sino a pecadores" (MC. 2, 15-17).
Probablemente, al estar acostumbrados a mantener las creencias que los fariseos
les impusieron a sus hermanos de raza, los seguidores de Jesús no estaban de
acuerdo con el hecho de que el Mesías se relacionara con gente considerada de
ínfima reputación. Esta es la causa por la que los discípulos de Jesús, al ser
interrogados por los fariseos, debieran haberse sentido avergonzados, y, por
consiguiente, tendrían que haber seguido llevando a cabo sus quehaceres
ordinarios, desamparando a su Maestro.
Jesús respondió la pregunta que les fue hecha a sus amigos
malintencionadamente para dispersarlos, alegando que no son dignos de Dios los
que creen que se merecen ser salvos por el cumplimiento de ninguna prescripción
religiosa, pues la salvación de sus seguidores es dependiente del amor con que
Nuestro Santo Padre los acoge en su presencia.
Jesús les ganó una batalla a los fariseos, pero tales enemigos del Señor no
pensaban dar por terminada su guerra contra el nuevo Mesías.
Merece la pena hacer una pausa antes de seguir meditando los textos del
Evangelio de San Marcos que nos ayudan a comprender por qué persiguieron los
fariseos a Jesús, pues debemos pensar cuales son las razones por las que seguimos
a Nuestro Señor, e intentamos amoldarnos al cumplimiento de la voluntad de
Nuestro Santo Padre.
¿Celebramos la Eucaristía porque amamos a Dios y a nuestros hermanos los
hombres, o porque queremos ganar el cielo cumpliendo el precepto de asistir a Misa
todos los Domingos y días de guardar?
¿Creemos que podremos comprar la salvación cumpliendo los Mandamientos de
la Ley de Dios tal cual les sucedía a los fariseos con la Ley de Moisés y sus
tradiciones, o cumplimos los Mandamientos divinos porque queremos crecer
espiritualmente para ser dignos de vivir en la presencia del Señor, no por causa de
nuestros méritos que son muy inferiores a los suyos, sino porque Dios nos ama
infinitamente?
¿Nos merecerá la pena cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios si sabemos
que nuestra salvación depende del amor de Nuestro Santo Padre, y no del bien que
les hacemos a los hombres?
¿Podremos convivir sin problemas los cristianos que creemos que nuestra
salvación depende de la fe que le profesamos a Dios, y los cristianos que creen que
su salvación depende del hecho de cumplir los Mandamientos divinos, y de acatar
las normas morales de las denominaciones religiosas a que pertenecen?
Aunque los fariseos no aceptaban la predicación de San Juan el Bautista, se
unieron a los seguidores del predicador del Jordán, para recriminarle a Jesús el
hecho de que sus discípulos no ayunaban, mientras que los seguidores del Bautista
y los fariseos, no dejaban de observar ese rito penitencial, que era muy importante
para ellos.
Aunque Jesús ayunó en el desierto durante los cuarenta días que se prolongaron
sus tentaciones, Nuestro Señor no nos dejó ninguna disposición sobre el ayuno para
que la sigamos. Dado que en los dos Testamentos en que se divide la Biblia se
recomienda y observa la práctica del ayuno, debemos juzgar en qué ocasiones
debemos observarla, ora como práctica penitencial, ora como oración de súplica,
cuando queramos que Dios nos conceda algo que deseemos ardientemente.
No está de más recordar que la Iglesia nos manda ayunar el Miércoles de Ceniza
y el Viernes Santo, para que la privación de carne y lácteos nos conciencie de la
necesidad que tienen los pobres de nuestra ayuda económica, y para que, quienes
no tienen posibilidades de ayudar a los carentes de dádivas espirituales y
materiales, compartan su tiempo y lo poco que tienen con quienes les necesitan.
La privación de alimentos tiene otra misión muy importante, consistente en que
no nos alimentemos de las ideologías que nos alejan de Dios, y nos concienciemos
de la necesidad que tenemos de alimentar nuestro espíritu con la Palabra de
Nuestro Santo padre, que se contiene en la Biblia.
Jesús les respondió a quienes lo interrogaron que no quería someter a sus
seguidores a la práctica del ayuno, porque tendrían que afrontar muchos
padecimientos a medida que los saduceos y fariseos lo acosaran, cuando lo
crucificaran, y cuando, después de resucitar de entre los muertos, aconteciera su
Ascensión al cielo, e iniciaran su obra evangelizadora, después de ser fortalecidos
por el Espíritu santo, para cumplir la voluntad de Nuestro Santo Padre.
Jesús vino al mundo a constituir una nueva religión, que debía diferenciarse de
las prácticas judaicas, sin las cuales la religiosidad carecía de sentido para los
fariseos. Los seguidores de Jesús no pueden tener parte de las creencias de los
fariseos y parte de las creencias predicadas por Nuestro Salvador, pues deben
amoldarse plenamente al cumplimiento de la voluntad del Redentor del mundo.
"Y los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunaban; y vinieron, y le dijeron:
¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no
ayunan? Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras
está con ellos el esposo? Entre tanto que tienen consigo al esposo, no pueden
ayunar. Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces en
aquellos días ayunarán. Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; de
otra manera, el mismo remiendo nuevo tira de lo viejo, y se hace peor la rotura. Y
nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los
odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero el vino nuevo en odres
nuevos se ha de echar" (MC. 2, 18-22).
Dado que los fariseos no encontraban la forma de hacer que Jesús fuera
abandonado por sus seguidores, porque la sabiduría del Mesías era superior a la
suya, -lo cual se demostraba porque no encontraban contrarréplicas con que
responder las respuestas a sus preguntas por parte del Señor-, tomaron la decisión
de espiar todos los movimientos y palabras del Mesías, con el fin de sorprenderlo
incumpliendo algún precepto legal, que justificara su asesinato.
Los fariseos no estaban por la labor de espiar a todos sus hermanos de raza para
sorprenderlos en el más insignificante incumplimiento de sus normas, pero Jesús
era una excepción para ellos, como veremos en el siguiente pasaje del Evangelio de
San Marcos, en que Nuestro Salvador dijo que, nuestra adhesión a El, es más
importante que el cumplimiento de los preceptos religiosos.
"Aconteció que al pasar él por los sembrados un día de reposo, sus discípulos,
andando, comenzaron a arrancar espigas. Entonces los fariseos le dijeron: Mira,
¿por qué hacen en el día de reposo lo que no es lícito? Pero él les dijo: ¿Nunca
leísteis lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y sintió hambre, él y los que con
él estaban; cómo entró en la casa de Dios, siendo Abiatar sumo sacerdote, y comió
los panes de la proposición, de los cuales no es lícito comer sino a los sacerdotes, y
aun dio a los que con él estaban? También les dijo: El día de reposo fue hecho por
causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo. Por tanto, el Hijo
del Hombre es Señor aun del día de reposo" (MC. 2, 23-28).
La curación de un enfermo, fue la causa por la que los fariseos y los herodianos,
a pesar de estar enemistados, porque los primeros eran nacionalistas, y los
segundos partidarios del Rey Herodes, decidieron vincularse, con un objetivo
común: la eliminación de Jesús de Nazaret.
"Otra vez entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una
mano. Y le acechaban para ver si en el día de reposo le sanaría, a fin de poder
acusarle. Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en
medio. Y les dijo: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la
vida, o quitarla? Pero ellos callaban. Entonces, mirándolos alrededor con enojo,
entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él
la extendió, y la mano le fue restaurada sana. Y salidos los fariseos, tomaron
consejo con los herodianos contra él para destruirle" (MC. 3, 1-6).
Dado que los fariseos tomaron la resolución de asesinar a Jesús, estos vieron
cómo sus maestros se esforzaban en hacer que Nuestro Salvador fuera
desprestigiado por sus seguidores y los oyentes de sus predicaciones.
"Y se agolpó de nuevo la gente, de modo que ellos ni aun podían comer pan.
Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de
sí. Pero los escribas que habían venido de Jerusalén decían que tenía a Beelzebú, y
que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios" (MC. 3, 20:22).
No sabemos si los mencionados parientes de Jesús decían que el Señor había
perdido el juicio porque no buscó seguidores en su propio clan porque ello
significaba que tenía que someterse al cumplimiento de la voluntad de quienes eran
mayores que El, y el Mesías no quería dejarse arrastrar por imposiciones
meramente humanas, o si lo hicieron para intentar salvarle la vida, porque sabían
cómo lo vigilaban los fariseos estrechamente, y que, si no cambiaba su manera de
proceder y su discurso, concluiría sus días lapidado o crucificado.
Dado que los escribas vieron cómo tales familiares de Jesús acusaban al Señor de
haber perdido el juicio, aprovecharon la ocasión para difundir la idea de que el
Mesías estaba poseído por el príncipe de los demonios, pues ello lo hacía merecedor
de la muerte.
"Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de
Jerusalén" (MC. 7, 1).
Ya que los fariseos se vincularon a los herodianos para buscar la forma de
condenar a Jesús a muerte, no solo eran ellos quienes vigilaban a Jesús, pues los
escribas también hacían ese trabajo, para asegurarse personalmente de que iban a
eliminar a Jesús lo más rápidamente posible.
2. La Ley de Dios y las tradiciones de los hombres.
"Los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos
inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban. Porque los fariseos y todos los
judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las
manos, no comen. Y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras
muchas cosas hay que tomaron para guardar, como los lavamientos de los vasos de
beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos" (MC. 7, 2-4).
Los fariseos no deben ser considerados como malas personas por cumplir la Ley
de Moisés y de Israel. Las prácticas legales ayudaban a los fariseos a conservar su
identidad, con tal de no sucumbir bajo las ideologías paganas no aceptas por
Yahveh. Con el paso del tiempo, los fariseos equipararon sus tradiciones con la
Palabra de Dios, y dado que su identidad de judíos dependía del acatamiento de
dichas tradiciones y de la Ley, llegaron a cometer el pecado de marginar a quienes
no seguían tales prácticas.
¿Discriminamos en las reuniones de culto a que asistimos a quienes no se
adhieren plenamente a nuestras prácticas religiosas?
A pesar de despreciar a quienes no observaban cabalmente sus prácticas, los
fariseos eran conocidos por su religiosidad, pues pretendían agradar a Dios.
Evitemos utilizar el hecho de creer que la denominación cristiana a que
pertenecemos es la religión verdadera, para despreciar a quienes no comparten
plenamente la ideología que seguimos.
Nosotros no nos caracterizamos por nuestro comportamiento de cristianos
perfectos. Somos humanos, y por ello sucumbimos bajo los efectos de la debilidad
y el pecado. Evitemos el deseo de ser como aquellos legalistas que cumplían la Ley
para obtener la aceptación divina a cambio de ello, sin tener en cuenta que Dios no
nos acoge en su presencia por causa de la perfección con que cumplimos sus
Mandamientos, pues lo hace porque nos ama. No cumplamos las prescripciones
religiosas de la denominación a que pertenecemos intentando ser salvos, pues ello
anularía el sacrificio con que Jesús nos ganó la vida eterna. Cumplamos las
prescripciones religiosas con tal de agradecerle a dios el bien que nos ha hecho, con
la intención de aprender a ser buenos cristianos y cristianas, mientras hacemos el
bien en favor de quienes podamos ayudar.
En los capítulos 11-15 del Levítico vemos las leyes rituales de la pureza que
debían observar los judíos escrupulosamente. Podéis leer LV. 11, 1-23 y DT. 14, 3-
21 para conocer la pureza de los alimentos, LV. 11, 32-36 para conocer la pureza
de los hornos y vasijas en que cocinaban y comían, LV. 11, 24-47 para conocer la
pureza de los animales, LV. 12 para conocer la purificación de las mujeres después
del parto, y LV 13-14, para conocer la purificación de los leprosos que sanaban de
su enfermedad, y la purificación de quienes emitían flujos corporales.
Dado que los fariseos igualaron la importancia de sus tradiciones al nivel que
debía observarse la Ley de Moisés, sintieron que tenían la autoridad necesaria para
criticar a los discípulos de Jesús, porque comían sin lavarse las manos, a pesar de
que la Ley de Moisés solo obligaba a lavarse las manos a los sacerdotes durante sus
actos de culto. Los fariseos adoptaron la práctica de comer con las manos lavadas
con tal de tener un instintivo que los diferenciara de los no judíos, por quienes
quizás sentían desprecio, por causa de las conquistas que Israel sufrió en el
pasado.
Veamos, con la Biblia en la mano, cómo eran los sacerdotes los únicos que
estaban obligados a lavarse las manos, durante los actos de culto.
"Habló más Jehová a Moisés, diciendo: Harás también una fuente de bronce, con
su base de bronce, para lavar; y la colocarás entre el tabernáculo de reunión y el
altar, y pondrás en ella agua. Y de ella se lavarán Aarón y sus hijos las manos y los
pies. Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no
mueran; y cuando se acerquen al altar para ministrar, para quemar la ofrenda
encendida para Jehová, se lavarán las manos y los pies, para que no mueran. Y lo
tendrán por estatuto perpetuo él y su descendencia por sus generaciones" (ÉX. 30,
18-21).
Los judíos, -independientemente de que fueran religiosos-, no se lavaban las
manos para tenerlas limpias, sino para simbolizar la limpieza del pecado a que
aspiraban. Ellos se lavaban las manos en cada ocasión que tocaban a una persona
que consideraban inacepta por Dios, o un animal u objeto que consideraban
impuro.
"Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no
andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos
inmundas?" (MC. 7, 5).
Los fariseos querían saber por qué Jesús no obligaba a sus discípulos a acatar las
tradiciones que ellos observaban desde hacía siglos, pues, según hemos visto en
este estudio bíblico, el Señor hizo su seguidor a Mateo el publicano, -quien era
considerado impuro por la visión negativa que tenían sus hermanos de raza de su
oficio de recaudador de impuestos-, y no reprendió a sus seguidores, por arrancar
espigas un día festivo, por considerar que, la adhesión a su Persona, es superior al
cumplimiento de las prescripciones religiosas, a pesar de que, el objeto de las
mismas, es disponer a los creyentes, a vivir en la presencia de Dios. Veamos, -
pues-, lo que San Pablo nos dice de la Ley de Moisés, en el siguiente fragmento, de
su Carta a los Romanos:
"Pero la Ley tiene su fin en Cristo, y por él restablece Dios en su amistad a todo
creyente" (ROM. 10, 4).
Si pensamos pasar muchas horas orando y dedicar mucho tiempo a hacer el bien,
y no actuamos con la intención de completar nuestra disposición a vivir en la
presencia de Nuestro Santo Padre, pues lo hacemos para que la gente piense que
somos santos, nada de lo que hagamos nos servirá para agradar a Dios, pues para
El, la intención con que actuamos, es más importante, que las obras que
efectuamos.
"Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como
está escrito:
Este pueblo de labios me honra,
Mas su corazón está lejos de mí.
Pues en vano me honran,
Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.
Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres:
los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas
semejantes" (MC. 7, 6-8).
¿Anteponemos la vivencia de alguna ideología a la profesión de la fe cristiana que
debe caracterizar nuestra vida de seguidores de Jesús?
¿Estamos plenamente seguros de que no anulamos la Palabra de Dios para
inspirar nuestra vida en el cumplimiento de palabras de hombres?
"Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra
tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al
padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga
un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios)
todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por
su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis
transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas" (MC. 7, 9-13).
Mientras que Dios quiso que sus seguidores cuidaran a sus antecesores cuando
los tales fueran ancianos, el pago de la cuota con que debieran haberlos cuidado a
las autoridades religiosas, dispensaba a muchos de ayudar a sus padres
incapacitados para ganarse el sustento.
Tengamos cuidado de no caer en el error de beneficiarnos de la religión sabiendo
que la consecución de nuestros intereses contradice el cumplimiento de la voluntad
de Dios. Hace pocos días conocí la historia de un líder religioso que aprovechó las
técnicas que aprendió para ganar la confianza de la gente para mantener relaciones
íntimas con muchas mujeres. Por algo escribió San Juan en su primera Carta:
"Queridos hijos, andan por ahí muchos pretendidos profetas que presumen de
poseer el Espíritu de Dios. Antes de fiaros de ellos, comprobad si verdaderamente
lo poseen" (1 JN. 4, 1).
Aunque San Juan escribió el versículo de su primera Carta que estamos
considerando para rebatir a los docetas, podemos aplicarlo de la siguiente manera:
Los cristianos que no cumplen la voluntad de Dios y pecan deliberadamente, -pues
son conscientes de que incumplen la voluntad divina-, pero insisten en que lo
hagamos nosotros, no son buenos ejemplos a imitar.
3. ¿Qué hace impuros a los hombres?
"Y llamando a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: Nada hay
fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él,
eso es lo que contamina al hombre. Si alguno tiene oídos para oír, oiga.
Cuando se alejó de la multitud y entró en casa, le preguntaron sus discípulos
sobre la parábola. El les dijo: ¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No
entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar,
porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía,
haciendo limpios todos los alimentos. Pero decía, que lo que del hombre sale, eso
contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los
malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las
avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la
soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al
hombre" (MC. 7, 14-23).
Al leer LV. 11, vemos los animales que los judíos podían comer, y aquellos de que
debían evitar alimentarse, con tal de no ser considerados impuros. Jesús
contrarrestó tal creencia ancestral de sus hermanos de raza, afirmando que nada
de lo que comemos puede hacernos pecadores, pero en cambio, el mal que
hagamos, puede hacernos indignos, de vivir en la presencia de Nuestro Santo
Creador, si no nos arrepentimos de ello, y no adoptamos el compromiso de actuar
como fieles hijos de Nuestro Padre celestial.
Recordemos los siguientes textos de San Pablo:
"Hay quienes todavía tienen una fe poco formada. Acogedlos amablemente y no
os enzarcéis en disputas sobre cuestiones opinables. Algunos creen que se puede
comer de todo; otros, en cambio, no tienen la fe bastante formada, y sólo comen
alimentos vegetales. Quien come de todo, no por eso ha de despreciar a quien se
abstiene de comer ciertas cosas; y quien se niega a comer ciertas cosas, no tiene
por qué criticar al que come de todo. ¿No han sido ambos igualmente aceptados
por Dios? ¿Quién eres tú para erigirte en juez de alguien que no está bajo tu
dominio? Que se mantenga en pie o que caiga, es algo que incumbe solamente a su
propio amo. Y no cabe duda que se mantendrá en pie, pues al Señor le sobra poder
para conseguirlo. Igualmente, algunos piensan que ciertos días tienen una especial
importancia, mientras otros suponen que todos los días son iguales. Actúe cada uno
conforme al dictamen de su propia conciencia. El que se preocupa de celebrar
determinadas fechas, para honrar al Señor lo hace. El que come de todo, también
lo hace para honrar al Señor, y lo demuestra dando gracias al Señor por ello. De la
misma manera, el que se abstiene de comer ciertos manjares, lo hace para honrar
al Señor, y también da gracias a Dios" (ROM. 14, 1-6).
"Me ocuparé ahora de la carne ofrecida en sacrificio a los ídolos. Ya sé que todos
conocemos el modo de proceder. Pero el conocimiento envanece; sólo el amor es
verdaderamente útil. Si alguien presume de conocer alguna cosa, es que ignora
todavía cómo hay que conocer. Pero si ama a Dios, entonces es objeto del
conocimiento amoroso de Dios. En cuanto a la carne ofrecida en sacrificio a los
ídolos, sabemos que los ídolos no significan nada en el mundo y que no hay más
que un Dios. Existen, sí, esos a los que llaman dioses, sea en el cielo o en la tierra
-y son, por cierto, muchos esos dioses y señores-; para nosotros, sin embargo, sólo
hay un Dios: el Padre, de quien todo procede y a quien todos estamos destinados.
Y sólo hay un Señor: Jesucristo, mediante el cual han sido creadas todas las cosas
y por quien vivimos también nosotros. Pero no todos tienen idea clara de las cosas.
Algunos, acostumbrados a la idolatría hasta hace muy poco, piensan que están
haciendo algo indebido al comer carne sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que
está poco formada, incurre en culpa. Por supuesto que no por comer esto o
aquello vamos a estar más cerca de Dios; nada perderemos por dejar de comer, ni
ganaremos nada por comer. Eso sí, procurad que esta libertad vuestra no se
convierta en ocasión de caída para los poco formados. Porque vamos a suponer que
alguien te ve a ti, que tienes la conciencia bien formada, tomando parte en un
banquete en el que se sirve carne sacrificada a los ídolos. ¿No se dejará llevar de
tu ejemplo para comer él también carne de ésa, aun con su conciencia insegura? Y
así, porque tú te las das de sabio, se perderá ese hermano poco formado todavía,
pero por quien Cristo murió. Con lo que, además de pecar contra los hermanos al
hacer daño a su conciencia mal formada, pecáis también contra Cristo. Por eso, si
el hecho de tomar yo cierto alimento va a ser ocasión de pecado para mi hermano,
jamás tomaré ese alimento, para no poner a mi hermano en peligro de pecado" (1
COR. 8, 1-13).
Hermanos:
Esforcémonos haciendo lo posible para vivir como auténticos seguidores de
Cristo. Que las cuestiones opinables no dificulten nuestra convivencia, para que así
podamos aplicarnos el siguiente texto de San Pablo:
"Hermanos, os recomendamos finalmente que corrijáis a los indisciplinados,
animéis a los tímidos y sostengáis a los débiles, teniendo paciencia con todos" (1
TES. 5, 14).
Concluyamos esta meditación, pidiéndole al Señor Jesús que nos alimente con su
Palabra divina, que nos llene de su sabiduría, que tan necesaria nos es, para no
sucumbir bajo el pecado, para que nunca dejemos de ser dignos de vivir en la
presencia de Nuestro Santo Padre celestial.
Que Jesucristo, -el pan de la vida-, el alimento que necesitamos, siempre esté
con nosotros, para que vivamos bajo los impulsos del Espíritu Santo en este
mundo, y seamos dignos de ser santificados, para que no dejemos de ser miembros
del Reino de Dios. Amén.
José Portillo Pérez