Ciclo B. XXII Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
Cuando uno lee el evangelio de este domingo (Mc 7, 1-8.14-15.21-23), entiende
rápido por qué Jesús dijo que había venido a llevar la ley a la perfección (Mt 5, 17).
Vino ante todo a dar satisfacción y gloria a su Padre, cumpliendo toda justicia. Y
vino a redimirnos y salvarnos. Pero vino también a darnos ejemplo de vida y a
llevar la ley a la perfección. En el caso del evangelio de hoy no se trata de
problemas con la misma Ley (la Thorah), sino de las interpretaciones que hacían de
la misma, las que pronto se convertían en tradiciones, hasta con más peso que la
misma Ley. El retrato costumbrista, que nos presenta el evangelio, es demasiado
penoso, para tomarlo a risa. Pero la verdad es que cosas así parecen increíbles.
Lamentablemente cosas parecidas y aún peores las tenemos y hacemos hoy, en
pleno siglo XXI.
Aunque no muy ordenadamente, Marcos nos habla de tres situaciones, que
podríamos llamar: la impureza verdadera (7, 1-8.20-22), las tradiciones humanas
versus la Ley de Dios (7, 9-12) y la vida interior (7,14-23). Lo que Jesús nos dice y
cómo lo dice contribuyó sobremanera a cambiar las malas costumbres y
tradiciones, sobre todo de sus seguidores. La impureza verdadera no viene de
afuera, dice Jesús, sino del corazón. Por poner el ejemplo más común, tomar
alimentos sin lavarse las manos será falta de higiene y hasta de educación, pero no
puede marcar a una persona hasta hacerla impura y, por lo tanto, alejarla de Dios y
de los hombre. Lo que hace impuro al hombre son los malos pensamientos, los
malos deseos y las malas acciones, que se cocinan en el corazón (Mc 7, 21-22)
La superficialidad de la vida religiosa, tan unida a lo anterior, era otra cosa que
molestaba a Jesús. Culto a Dios eran las purificaciones (manos, vasijas, bandejas),
los sacrificios de animales, el pago de diezmos, los rezos ostentosos, etc. Puras
apariencias, que Jesús recrimina citando al profeta (Is 29,13): este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Entendámonos: Jesús no
prohíbe que adoremos a Dios ofreciendo sacrificios, pagando diezmos, etc. Lo que
quiere es que esto sea algo secundario y expresión de una vida interior llena de
amor a Dios y al prójimo. Es por ello que nos contó la parábola del fariseo y del
publicano (Lc 18, 9-14). La religión verdadera y perfecta está en ayudar a los
huérfanos y las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de
este mundo (Stgo 1, 27)
Pero lo que más rebelaba a Jesús eran las llamadas tradiciones o disposiciones y
normas, que ellos mismos se daban y que en ocasiones anulaban el mismo
mandamiento de Dios. Al respecto Jesús denuncia el llamado korban, que quiere
decir consagrado a Dios. Bastaba que un mal hijo dijera ¡korban!, para que quedara
exonerado de ayudar a sus padres, no obstante lo mandado por el 4º mandamiento
de la Ley de Dios. Ustedes hacen además otras muchas cosas parecidas a estas,
por ejemplo, el Certificado de Divorcio que ustedes le sonsacaron a Moisés (Mt
19,8).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)