COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires –
ciclo 2012)
02 de septiembre de 2012 – 22º domingo durante el año
Evangelio según San Marcos 7,1-8.14-15.21-23. (ciclo B) “ Los
fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y
vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es
decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen
sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus
antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las
abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados
por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de
bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué
tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros
antepasados, sino que comen con las manos impuras?". Él les respondió:
"¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura
que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de
mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino
preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por
seguir la tradición de los hombres". Y Jesús, llamando otra vez a la gente,
les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que
entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que
sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de
donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los
homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las
deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas
estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”.
Vivir lo esencial
¡Qué estupendo lo que nos enseña el Señor! Una pregunta que se hacía
Israel, en aquella época, y que también nos hacemos nosotros es conservar
o cambiar una ley que esté viva o esclerotizada, o sea muerta, fija; ¿cómo
resolver este dilema?
Lo primero que Jesús afirma, en los Evangelios, es que Él ha venido a
cumplir todo y ser fiel a lo que decían la Ley y los Profetas, porque estas
cosas deben ser respetadas y cumplidas. Pero por otro lado, también deben
ser cambiadas ciertas tradiciones que son puramente humanas y que
amenazan anular la Ley.
De ahí la importancia del discernimiento en todo. ¿Qué cosas es esencial y
qué cosa es secundaria?; ¿qué cosa es de un valor permanente y qué otra
cosa debe cambiar?; ¿qué cosa es la “tradición” y qué cosas son “las
tradiciones”?, ya que muchas de ellas deben ser cambiadas. Justamente en
la Iglesia, hoy en día hay un cierto desprecio a aquello que es “tradición” y
sin darnos cuenta nos llenamos de otras cosas que son tradiciones humanas
que están impuestas por los hombres y seguimos, de alguna manera,
adulterando el espíritu de lo esencial.
Yo diría que la fidelidad al espíritu es una fidelidad dinámica, no pasiva; es
una finalidad conquistadora; no es fundamentalista ni apologética. Es una
fidelidad del espíritu que también es misionero y que no debe ser cerrado
en sí mismo. Se deben transformar las estructuras, pero ciertamente
transformar aquellas cosas que no son adecuadas al momento actual o
vigente. Pero ¡ojo con esto! No podemos cambiar cualquier cosa o cambiar
todo porque sea pesado o porque sea difícil de vivir. Por lo tanto es la
fidelidad al espíritu y el discernimiento. Por eso quien conoce la verdad,
conoce esta luz. Pero quien no quiere conocer la verdad, permanece en las
tinieblas, en la ignorancia, en el desprecio de todos los valores.
En este día pidamos al Señor que nos de fuerza y luz para poder vivir en
serio aquello que es esencial, y lo secundario que siga siendo secundario;
pero no confundamos lo esencial con algo que es perentorio o con algo
secundario. Lo que es, es y es ahí donde el cristiano tiene que quedarse, ser
fiel, ser obediente y perseverar.
Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén