XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: Sant.1, 17-18.21b.22.27:
Pongan en práctica la Palabra
Pongan en práctica la Palabra. La Palabra de Dios ha sido sembrada en
nosotros para nuestra salvación, como nos lo recuerda el Apóstol Santiago en la
Segunda Lectura (St. 1, 17-18.21-22.27): “ha sido sembrada en ustedes y es capaz
de salvarlos”. Es por ello que nos recomienda ponerla en práctica y no
simplemente escucharla y hablar de ella: “Pongan por obra la Palabra y no se
contenten slo con oírla, engaándose a ustedes mismos” (v.22). Por ello es
preciso que acojamos la Palabra de Dios de tal manera que penetre profundamente
en nosotros para después ponerla en práctica en la vida concreta: hay que ponerla
en práctica, sobre todo en obras de justicia, caridad y santidad: “visitar a huérfanos
y viudas en sus tribulaciones, y guardarse de este mundo corrompido”, luchando
para vivir de un modo agradable a Dios.
Jesús es la Palabra viva de Dios. Cuando enseñaba, la gente reconocía en sus
palabras la misma autoridad divina, sentía la cercanía del Señor, su amor
misericordioso, y alababa a Dios. En toda época y en todo lugar, quien tiene la
gracia de conocer a Jesús, especialmente a través de la lectura del santo Evangelio,
queda fascinado con él, reconociendo que en su predicación, en sus gestos, en su
Persona, él nos revela el verdadero rostro de Dios, y al mismo tiempo nos revela a
nosotros mismos, nos hace sentir la alegría de ser hijos del Padre que está en el
cielo, indicándonos la base sólida sobre la cual debemos edificar nuestra vida.
Desde el día de Pentecostés, la Iglesia conserva la palabra de Cristo como su
más valioso tesoro. Recogida en las páginas del Evangelio, ha llegado hasta nuestro
tiempo. Hoy somos nosotros quienes tenemos la responsabilidad de transmitirla a
las futuras generaciones, no como letra muerta, sino como fuente viva de
conocimiento de la verdad sobre Dios y sobre el hombre, fuente de auténtica
sabiduría. En este marco cobra actualidad particular la exhortación conciliar,
dirigida a todos los fieles para que adquieran “la ciencia suprema de Jesucristo”
(Flp 3, 8), “pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (san Jernimo)
(Dei Verbum, 25).
A lo largo de veinte siglos la Iglesia se ha inclinado sobre las páginas del
Evangelio para leer del modo más preciso posible lo que Dios ha querido revelar en
él. Ha descubierto el contenido más profundo de sus palabras y de sus
acontecimientos, ha formulado sus verdades, declarándolas seguras y salvíficas.
Los santos las han puesto en práctica y han compartido su experiencia del
encuentro con la palabra de Cristo.
Por tanto, son realmente “bienaventurados los que escuchan la palabra de
Dios y la cumplen”, pues experimentan esta gracia particular en virtud de la cual la
semilla de la palabra de Dios no cae entre espinas, sino en terreno fértil, y da
abundante fruto. Precisamente esta acción del Espíritu Santo, el Consolador, se
adelanta y nos ayuda, mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu
y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad” (Dei Verbum, 5). Son
bienaventurados porque, descubriendo y cumpliendo la voluntad del Padre,
encuentran constantemente el sólido cimiento del edificio de su vida.
Pero a menudo el hombre no construye su obrar, su existencia, sobre esta
identidad, y prefiere las arenas de las ideologías, del poder, del éxito y del dinero,
pensando encontrar en ellos estabilidad y la respuesta a la insuprimible demanda
de felicidad y de plenitud que lleva en su alma. Y nosotros, ¿sobre qué queremos
construir nuestra vida? ¿Quién puede responder verdaderamente a la inquietud de
nuestro corazón? ¡Cristo es la roca de nuestra vida! Él es la Palabra eterna y
definitiva que no hace temer ningún tipo de adversidad, de dificultad, de molestia
(cf. Verbum Domini, 10).
Que la Palabra de Dios impregne toda nuestra vida, nuestro pensamiento y
nuestra accin, como proclama la segunda lectura de hoy: “Pongan por obra la
Palabra y no se contenten slo con oírla, engaándose a ustedes mismos” (v.22); o
como dice el Deuteronomio: “Pongan estas palabras mías en su corazn y en su
alma, átenlas a la mueca como un signo y pnganlas de seal en su frente” (11,
18). Por tanto, dediquemos tiempo cada día a la Palabra de Dios, a alimentaros de
ella, a meditarla continuamente. Esto hace que la práctica fiel de la Palabra de Dios
acentúa la dignidad del hombre, libera al corazón y hace arder el espíritu en amor
total a Cristo y a nuestro prójimo (cf. PC 1, 12).
Siguiendo la enseñanza de Santiago en la segunda lectura, El Señor nos
invita a todos a ser bien conscientes de que sólo una cosa es necesaria, Dios
mismo, así como a escuchar y practicar la Palabra del Señor, para que se fortalezca
nuestra esperanza y crezca nuestro amor. Que María nos acompañe y nos ayude en
este camino para conocer y practicar nuestra fe.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)