XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.
Pautas para la homilia
“Queridos hermanos, escuchad….”
No cabe duda de que la liturgia de hoy, siguiendo la lectura del evangelio según
Marcos, enfoca nuestra atención sobre la figura de la sordera y la mudez. Dado que
la alusión fundamental aparece en el evangelio, cabe preguntarnos a quién trata de
identificar ese personaje anónimo sordomudo. La exégesis del texto nos marca dos
pautas. En primer lugar, el texto se encuadra en una sección en la que el
evangelista introduce la noción de universalismo que ha de caracterizar la
concepción de la comunidad cristiana. En segundo lugar, la sordera y mudez no
identifica a los de fuera de la comunidad, carentes de fe – como en un principio
cabría pensar – sino a los de dentro, en su actitud de cerrazón al principio de
universalidad que conforma el mensaje de Jesús, el cual ni oyen – sordos – ni, en
consecuencia, trasmiten adecuadamente – mudos o tartamudos, según la
traducción. La reserva del evangelista ante él éxito del proceso de compresión de la
fe de sus contemporáneos nos hace pensar que ese defecto es persistente en el
tiempo en las comunidades cristianas.
Ciertamente esa actitud cerrada contra la que advierte el evangelista – actitud
referida al rechazo a la admisión al judeocristianismo a aquellos provenientes de
fuera del judaísmo – se superó con el tiempo. Pero existen otras formas que
rompen con el principio del universalismo – y que manifiestan sordera y mudez
ante el evangelio de Jesús – incluso dentro de la propia comunidad cristiana
constituida. El autor de la carta de Santiago – en la segunda lectura – denuncia una
de las formas más sangrantes de dureza de oído y de corazn: “No juntéis la fe en
Nuestro Seor Jesucristo glorioso con la acepcin de personas”.
La división en categorías y clases está caracterizando la constitución de la
comunidad cristiana en sus mismos orígenes. Es la más doliente forma de ruptura
del principio esencial de la aceptación de todos por igual dentro de la comunidad
cristiana. Esa actitud no pertenece al evangelio ni a la naturaleza de la comunidad
cristiana, sino a la introducción de criterios del mundo que se suponen rechazados
al ingresar en la comunidad única, universal e igualitaria de hermanos.
Exclusivismo no hacia afuera, sino hacia dentro. La dureza de la carta de Santiago y
lo directo de sus términos dan muestras de la intensidad de la sordera que afecta a
las comunidades cristianas ante la palabra de Jesús.
En nuestra comunidad cristiana de hoy también existen numerosas expresiones de
exclusivismo hacia dentro y hacia afuera, que utilizando la riqueza de la lengua
podemos identificar como fanatismo, sectarismo, intransigencia, parcialidad,
arbitrariedad, obstinacin, prejuicio, personalismo, localismo, racismo,… y por
supuesto, tanto como en tiempos de Santiago, división de clases. Sin embargo,
tendemos a pensar, con alegre optimismo, que verdaderamente estamos siendo
fieles a la voluntad de Dios y actuando consecuentemente a la auténtica verdad –
“todo lo ha hecho bien”-. El excesivo uso de la palabra verdad suele denotar, en el
fondo, más afianzamiento en la sordera que en el evangelio. Un paseo por la
historia es ilustrativo de esta cuestión. Y es que, ciertamente, todas estas actitudes
proceden de una misma realidad: dureza de oído al mensaje universalista y
pluralista de Jesús, sordera al mismo Jesús.
Cuando una de estas actitudes identifica a una comunidad cristiana, ¿qué mensaje
está trasmitiendo esa comunidad? No es más que una sombra del mensaje, un
mensaje incongruente, que escandaliza y produce más rechazo que deseo de
pertenecer a ella. Comunidades cristianas mudas…
La cautela del evangelista Marcos nos invita a no ser ingenuos. Ciertamente no
podemos ser tan ingenuos de pensar que todas estas actitudes pudieran ser
completamente ajenas a la realidad de la comunidad cristiana, pues, al fin y al
cabo, son comunidades humanas sometidas tanto al Espíritu como a la realidad de
lo humano y no pueden escapar fácilmente a las condiciones de la sociabilidad
humana. Sin embargo, tampoco es cuestión de pensar en tirar la toalla y rebajar
nuestras exigencias evangélicas. En este sentido, nada mejor que la tensión
profética – que eleva nuestras expectativas más allá de la mera facticidad - para
mantener nuestro sentido evangélico en alto nivel. Así, quizás aún hoy
permanecemos sordos, pero sabemos, como Isaías atestigua, que, al fin, “los oídos
del sordo se abrirán”.
Fray Ángel Romo Fraile