Domingo XXIII del tiempo Ordinario del ciclo B.
Los predilectos de Dios.
Meditación de ST. 2, 1-5.
"Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin
acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con
anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido
andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú
aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi
estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con
malos pensamientos? Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los
pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha
prometido a los que le aman?" (ST. 2, 1-5).
Estimados hermanos y amigos:
Cuando el primer Obispo de Jerusalén menciona a los pobres en el texto que
estamos considerando, se refiere a quienes no disponen de los medios necesarios
para vivir, y a quienes son rechazados por causa de sus valores morales. Estos
últimos son mal vistos en un mundo en que se ambicionan los bienes materiales,
porque desean atesorar las riquezas espirituales frente a las riquezas terrenales, a
pesar de que no es fácil comprender su manera de ser, en un mundo en que, las
riquezas materiales, se convierten en el propósito principal que muchos desean
alcanzar.
Jesús nos enseña a priorizar las riquezas espirituales sobre el deseo de riqueza
económica, poder y prestigio que reina en el mundo. No debemos entender que
Jesús nos exige que no aprovechemos las oportunidades que podamos tener de
alcanzar una buena posición social, pues lo que el Señor quiere para nosotros, es
que, el deseo de conseguir riquezas, no se convierta en una obsesión, ni que nos
impida amar, ni a Dios, ni a nuestros prójimos los hombres.
Aunque los pobres, enfermos y desamparados fueron los predilectos de Jesús, y a
pesar de que el estado de los tales es idóneo para que mucha gente deposite su fe
en el Dios Uno y Trino, no debemos comprender que quienes viven tales
circunstancias alcanzarán la salvación por causa de sus padecimientos, pues solo
conseguirán ser alcanzados por la misma, si depositan su confianza en la Santísima
Trinidad.
No debemos comprender tampoco que los acaudalados, por causa de la posición
social que ocupan, serán privados de vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.
Vivimos en un mundo muy desigual en el que cada cual explota al máximo los
dones espirituales y materiales que recibe. Los ricos tienen la posibilidad de
remediar las situaciones de pobreza existentes en conformidad con los medios de
que disponen para lograr tan loable fin, y los pobres tienen la posibilidad de
enseñarnos a ser humildes, al aprender a vivir con lo que tienen en cada momento
de su vida. No pretendo decir que los carentes de dádivas espirituales y materiales
deben conformarse sin crecer a tales niveles, sino que deben aprovechar lo que
está a su alcance cada día de su vida.
Los ricos pueden ser privados de la salvación si, al ser conscientes del bien que
pueden hacer, se limitan a vivir egoístamente, pues muchos de ellos,
acostumbrados como están a vivir holgadamente, tienen grandes dificultades a la
hora de equiparar su condición con la conducta de Cristo, quien actuó como siervo
de los oyentes de sus discursos y de quienes benefició por medio de la realización
de los signos que llevó a cabo.
Mientras que el amor propio excesivo puede inducir a los ricos a no amar ni a
Dios ni a sus prójimos los hombres, los pobres pueden rechazar a Dios y a quienes
tienen más dádivas materiales que ellos, si se dejan arrastrar por el odio y la
amargura.
La pobreza que nos merece la salvación de la que nos habla Jesús en los
Evangelios, es la sencillez que nos induce a amar a Dios sobre todas las cosas, y a
nuestros prójimos como debemos amarnos. Recordemos la siguiente frase de
Nuestro Salvador:
"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos"
(MT. 5, 3).
Jesús, siendo consciente de la dificultad que entraña la vivencia de la pobreza
espiritual en un mundo en que la consecución de riquezas materiales constituye una
gran preocupación, dijo en cierta ocasión:
"Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente,
por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa" (MT. 10,
42).
Los pequeños de quienes nos habla Jesús no eran niños, sino adultos que habían
renunciado a la consecución de lo que la humanidad materialista llama grandeza,
con tal de contribuir con sus obras y palabras a la conclusión de la plena
instauración del Reino de Dios entre nosotros. En nuestro tiempo, tanto los niños
como los adultos, tenemos la posibilidad de ser los misioneros en quienes Jesús
deposita su plena confianza, para que le ayudemos a llevar a cabo su obra
salvadora, mediante la predicación del Evangelio, y la realización de actividades
benéficas.
¿Por qué la mayoría de la gente prefiere relacionarse con quienes tienen riquezas,
poder y prestigio, en vez de hacerlo con quienes no han tenido oportunidades para
superarse, o han fracasado en el intento de obtener una mejor posición social? Lo
irónico de este hecho es que hay quienes obtienen buena parte de sus ganancias a
expensas de sus admiradores, de la misma forma que Santiago nos dice en el texto
que estamos meditando que, muchos de los ricos a quienes los primeros cristianos
acogían muchas veces mejor que a los pobres, los denunciaban, encarcelaban y
ejecutaban, mientras que trataban indignamente a los pobres que, al haber sido
acogidos y tratados con amor, hubieran correspondido con su afecto la solidaridad
que necesitaban.
Evitemos impresionarnos excesivamente pensando en la fama de los ricos que se
han convertido en ídolos para sus admiradores, y rechazar a quienes no tienen los
medios necesarios para vivir. No olvidemos que Jesús hizo de los más débiles el
objeto de su compasión, porque los tales vivían desamparados.
La mayoría de los habitantes del mundo no solo carecen de pan, pues también
carecen del conocimiento de Dios. Hay quienes utilizan el conocimiento de dios para
crearse una divinidad a su imagen y semejanza que tolere las injusticias que
promueven, y hay quienes no pueden profesar la fe que nos caracteriza, porque no
conocen a Nuestro Santo Padre.
Las riquezas materiales no son malas por sí mismas. Quienes las tienen son
dignos de alabar porque han sabido esforzarse para lograr lo que se han propuesto,
lo cual significa que han trabajado mucho. La riqueza no es mala mientras no sea
señal de deshonestidad y egoísmo. Jesús nos enseña a juzgar a las personas por su
carácter, no por su apariencia. La bondad y la maldad pueden hacerse palpables en
la vida de ricos y pobres, pues ello depende de nuestra forma de ser, no de la
posición social que ocupamos.
Los ricos son valorados en muchas ocasiones, por la siguiente razón:
Hay quienes son conscientes de que no pueden enriquecerse por sí mismos, o,
aunque puedan hacerlo, prefieren utilizar la riqueza y la sabiduría de quienes han
conseguido tener una buena posición social, para lograr el alcance de su fin. En
tales casos, los acaudalados no son valorados por su forma de ser, sino por el
dinero, el poder y el prestigio que tienen.
Hasta los cristianos, en el caso de promover una obra por medio de la recepción
de donativos, podemos caer en la tentación de tratar bien a los ricos, con tal de
conseguir que subvencionen total o parcialmente el proyecto que tenemos en
mente. Los cristianos no podemos juzgar a las personas según las posesiones que
tienen, pues todos, ricos y pobres, tenemos derecho a ser amados, no por la
riqueza que tenemos, sino porque tenemos un Padre común, que desea que nos
amemos y respetemos como hermanos.
Aunque por la fe que tenemos creemos que Dios nos ayuda cuando llevamos a
cabo nuestros planes exitosamente, no debemos olvidar que El no nos promete una
vida terrenal en que nos van a sobrar las riquezas y se nos van a evitar los
padecimientos. Jesús les dijo a sus Apóstoles en su discurso misionero que no les
iban a faltar dificultades, lo cual también nos sucede a nosotros, aunque,
normalmente, las dificultades que sufrimos por causa de nuestra fe, no se pueden
comparar a las persecuciones de que fueron víctimas los citados seguidores de
Nuestro Salvador.
"No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde
ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el
orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro
tesoro, allí estará también vuestro corazón" (MT. 5, 19-21).
Hay quienes hacen obras de caridad pensando que, por cada buena acción que
llevan a cabo, el buen Dios que para ellos actúa como un banquero, anota
beneficios en su libro de cuentas, para que los tales disfruten de los mismos,
cuando Nuestro Señor concluya la plena instauración de su Reino en el mundo.
Aunque es cierto el hecho de que por cada buena obra que llevamos a cabo
obtenemos un tesoro en el cielo, no hagamos el bien pensando en ser
recompensados, sino por amor a Dios y a nuestros prójimos los hombres. No nos
preocupemos por ser recompensados por las buenas obras que llevamos a cabo,
porque el amor cristiano auténtico no está relacionado con la consecución de bienes
materiales, y también porque dios premia generosamente a sus fieles hijos, tanto
por el bien que hacen, como por su disponibilidad para superar las pruebas por
medio de las cuales demuestran la autenticidad de la fe que profesan.
Corremos el riesgo de que nos roben nuestras posesiones, y de perder parte de
las mismas por circunstancias de diversa índole, pero nadie podrá arrebatarnos las
dádivas espirituales que Dios nos concede.
San Pablo nos insta a cumplir la voluntad de Dios, en el siguiente extracto de su
Epístola a los cristianos de Roma:
"Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto
racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta" (ROM. 12, 1-2).
San Pablo le habló a su colaborador el Obispo Timoteo en la primera Carta que le
escribió, sobre la humildad que debe caracterizar la vida de los pobres, y de cómo
muchos ricos, por causa del afán de enriquecerse, dejaron de cumplir la voluntad
de Dios, e incluso sobrevivieron a circunstancias difíciles, que ellos mismos crearon.
"Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada
hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo
sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren
enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que
hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es
el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron
traspasados de muchos dolores" (1 TIM. 6, 6-10).
"Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la
herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o
partidor? Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre
no consiste en la abundancia de los bienes que posee. También les refirió una
parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él
pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis
frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí
guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes
tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le
dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién
será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios" (LC. 12, 13-21).
Los judíos les planteaban a los maestros de la Ley problemas similares al que le
fue expuesto a Jesús cuando Nuestro Señor les narró a sus oyentes la parábola que
estamos considerando, y esperaban que tales rabinos les dieran la solución a sus
dificultades. Jesús no quiso inmiscuirse en el problema del reparto de la herencia de
los dos hermanos, pero, por medio de sus palabras, les indicó la solución, no solo
del problema económico que los distanciaba, pues también les ayudó a resolver el
problema familiar de su distanciamiento, aunque en la Biblia no se nos indica si
tales hermanos llegaron a reconciliarse, y, por tanto, a repartir su herencia
equitativamente.
Jesús le habló a su interlocutor de un tema que considera más importante que la
consecución de bienes terrenales, el cual es nuestra relación con Dios. Nuestro
Señor hubiera querido que ambos hermanos se hubieran repartido la herencia, con
tal de que hubieran podido mantener una buena relación familiar, y de evitarles
permanecer en el pecado, a uno por considerarse dueño de la herencia y no querer
compartirla con su hermano, y al otro por dejarse arrastrar por la amargura.
Muchas veces, cuando leemos la Biblia y oramos buscando una solución a los
problemas que tenemos, nos percatamos de que Dios no nos manifiesta lo que le
pedimos, pero, en cambio, nos ayuda a considerar las diversas perspectivas
concernientes a la valoración de las dificultades que tenemos, lo cual puede
servirnos para solucionar los problemas que causamos nosotros, y para sobrevivir a
las dificultades que no podemos solventar, porque nos las imponen otras personas.
No hacemos mal al guardar dinero y bienes para los años de nuestra ancianidad,
pero cometemos un grave error si solo dedicamos nuestra vida a conseguir bienes
materiales, y no amamos a nadie, pues ello nos induce a terminar nuestros días
sufriendo por causa del aislamiento a que nos sometemos.
"Dijo luego a sus discípulos: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida,
qué comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis. La vida es más que la comida, y el
cuerpo que el vestido. Considerad los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni
tienen despensa, ni granero, y Dios los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más
que las aves?
¿Y quién de vosotros podrá con afanarse añadir a su estatura un codo? Pues si no
podéis ni aun lo que es menos, ¿por qué os afanáis por lo demás?
Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun
Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si así viste Dios la hierba
que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros,
hombres de poca fe?
Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis
de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las
gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas.
Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas.
No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino.
Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro
en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque
donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (LC. 12, 22-34).
¿De qué nos sirve preocuparnos por los problemas que tenemos? Si la
preocupación significa que vamos a intentar resolver tales dificultades en
conformidad con las posibilidades que estén a nuestro alcance, hacemos bien al
sentirla. Si, por el contrario, la preocupación solo nos va a causar sufrimiento
estéril, debemos buscar la manera de desecharla.
Si somos cristianos, debemos poner en juego nuestra fe, evitando las
preocupaciones, dejando nuestros problemas en las manos de Dios. Naturalmente,
esto no significa que vamos a dejar de esforzarnos para conseguir lo que
deseamos, pues vamos a confiar en Dios. Si conseguimos lo que deseamos, se lo
agradeceremos a Nuestro Santo Padre, y, si las cosas no nos salen como queremos,
también se lo agradeceremos a Dios, e intentaremos aprender lecciones de lo que
muchos considerarían un fracaso, que nos ayuden a crecer espiritualmente. En la
vida de los cristianos no existen circunstancias inútiles, ni en el caso de que las
mismas carezcan de utilidad, desde nuestro punto de vista humano.
Recordemos las siguientes palabras de Nuestro Redentor:
"En aquel día (el día en que vivamos en la presencia de Nuestro Santo Padre y no
necesitemos la fe para verlo) pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al
Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis
amado, y habéis creído que yo salí de Dios" (JN. 16, 26-27).
Dios nos ama y conoce nuestras necesidades, antes de que se las manifestemos.
Esta es la causa por la que el Señor nos dice por medio del Evangelista San Mateo:
"Pues aun vuestros cabellos están todos contados" (MT. 10, 30).
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Jesús que nos conciencie de la
necesidad que tenemos de vivir como si su Reino ya hubiera sido plenamente
instaurado entre nosotros.
Que el Señor nos conciencie de la necesidad que tenemos de valorar a las
personas más que los bienes materiales.
Que entre todos hagamos posible la existencia de un mundo en que no exista
ningún tipo de discriminación, en que no haya pobres carentes de bienes
espirituales ni materiales, y en que no haya ricos que, aunque abundan en bienes y
dinero, se sienten aislados, porque no han sabido o no han podido hacerse amar.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com