¿Encuesta de popularidad para Cristo en tiempos de campaña?
Domingo 24 ordinario 2012 B
En tiempos de campaña electoral son imprescindibles las encuestas en la población
y los distintos partidos presentan sus resultados pretendiendo que su propio partido
es el que lleva la delantera en la predilección de los electores. Para muchas gentes
esas encuestas pueden ser un indicativo de la popularidad del candidato pero son
también un fuerte incentivo que inclina la balanza al propio partido. Las encuestas
no son entonces invento del hombre blanco del día de hoy. Cristo también lanzó su
propia encuesta entre sus apóstoles, pero con un resultado totalmente distinto al
que nosotros hubiéramos podido suponer. Efectivamente, en Cesarea de Filipo,
lejos de su propia tierra, quizá amparado en aquellas gentes que no le conocían
totalmente, Cristo se atrevió a entrar en contacto pleno con sus apóstoles, y a boca
de jarro les espetó la primera pregunta: ¿Qué dicen las gentes de mi? Y le dieron
las respuestas que ellos fueron oyendo de las gentes: No entendían su mensaje, y
lo confundían con Juan Bautista, con Elías o con alguno de los antiguos profetas. Y
a continuación Cristo lanzó la segunda pregunta, directamente a ellos: ¿Qué opinión
tienen de mí? ¿Quién dicen ustedes que soy yo? Pedro inmediatamente tomó la
palabra para identificarlo con el Mesías que las gentes esperaban. Ese día el
famoso Pedro se llevó la felicitación del día, pues la verdad su respuesta estaba
inspirada por el Espíritu Santo. Y ahí hubiera terminado todo, de no ser por que
Cristo ya traía una gran preocupación en su mente. Las gentes ya lo habían
abandonado y se veía inminente su subida a Jerusalén, donde él presentía su
muerte, a la manera de los grandes profetas. Él les anuncia con una claridad
sobrecogedora la noticia de su propia muerte, pasando por aquellos terribles
tormentos que serían distintivo de sus últimos días sobre la tierra, él que había
amado a todos los hombres sin detenerse en las consecuencias con tal de mostrar
que su amor y su afecto no eran fingidos ni su actitud era un teatro bien armado.
Quiere dejar claro sin embargo que su Padre lo resucitaría.
Es aquí donde Pedro ese mismo día y un poquito tiempo después, tuvo una
segunda intervención, esta vez de una manera totalmente desafortunada.
Llamando a parte a Cristo quiso disuadirle de su empeño de entrega, de dolor y de
sufrimiento. ¡No lo hubiera hecho! Pues de una manera brusca, tal como había sido
su actitud con el vivo demonio en el desierto, así, apartó a Pedro de su cercanía,
llamándolo incluso Satanás, pues en ese momento no estaba procediendo de
ninguna manera inspirado por el Espíritu Santo sino por su propio miedo a la
entrega y al compromiso. Desde ese momento la ruptura entre Cristo y Pedro fue
haciéndose tan grande, que una vez que Jesús fue aprendido, Pedro tuvo el
atrevimiento de negarlo delante de los hombres y por tres veces. ¿Cómo fue eso
posible? ¿Él, quien sería nombrado en su lugar para presidir su Iglesia? Pedro no
había entendido que para triunfar con Cristo había que pasar por el dolor, la
entrega y la muerte. ¿Pensaría en un Mesías triunfalista, político tal como lo
esperaban las gentes? ¿No sería como nosotros que pensamos que el dolor no tiene
nada que ver con nosotros que nos sentimos privilegiados por habernos asociado a
Cristo y que cuando el dolor llega efectivamente a tocarnos nos sentimos los más
desgraciados del mundo, sintiéndonos casi condenados por Jesús? Bien nos valdrá
sencillamente, sin ninguna otra consideración, escuchar lo que Cristo dijo en
seguida a los suyos: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que
cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el
que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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